Rafael Ángel Badilla es uno de los héroes que este 2020 ha luchado contra el covid-19 desde la primera línea de batalla. Él es chofer de ambulancia en el CEACO y durante todos estos meses de emergencia nacional ha transportado pacientes contagiados de coronavirus.
El funcionario contó a La Teja que llegó a creer que el covid no llegaría a Costa Rica y cuando se descubrió el primer caso sintió temor.
Rafael vio trasformarse el Cenare en el hospital contra el virus y en el proceso él y sus compañeros recibieron la capacitación necesaria para tratar pacientes contagiados.
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— ¿Cómo fue el primer contacto que tuvo con un paciente de covid-19?
Sentía mucha expectativa porque quería poner en práctica lo aprendido en las capacitaciones, porque hasta ponerse y quitarse el traje de protección tiene su ciencia, a la vez sentía cierto temor porque todo era nuevo, pero conforme fue avanzando el tiempo aprendí a convivir con el virus, sin perderle el respeto. Disfruto mi trabajo porque ayuda a salvar vidas.
— ¿Cómo ha cambiado su trabajo con el paso de la pandemia?
Al principio lo que hacíamos era llevar pacientes contagiados de las casas a los hospitales. porque se habían complicado de salud, pero ahora, como han aumentado tanto los contagios, también debemos pasar pacientes de un centro médico a otro, incluso de hospitales regionales a la capital, ya sea en traslados individuales o en caravanas.
— ¿Cuáles han sido sus principales armas contra el virus?
El agua, el jabón, el alcohol, el cloro y la mascarilla, aunque la gente le reste importante a esas cosas, en eso tan simple está el secreto de no contagiarse. Gracias a Dios y a los protocolos, en todos estos meses de pandemia ni yo ni los otros compañeros de mi unidad nos hemos enfermado, pese a tener contacto con pacientes todos los días.
— ¿Qué protocolos de limpieza sigue?
Cada vez que llego al trabajo me pongo ropa de hospital, que llama uno, entonces guardo la personal para que no se contamine. Además, luego de cada traslado nos bañamos para desinfectarnos; tengo unos zapatos que uso para hacer los viajes y otros cuando estoy en la base.
Cuando llego a mi casa me desinfecto los zapatos, me los quito y entro directo al baño con la mascarilla y todo, una vez que me aseo, lavo la ropa con la que llegué del trabajo, ya después de todo eso hago vida normal dentro de mi casa.
— ¿Qué ha sido lo más duro que le ha tocado ver en su trabajo durante la pandemia?
Un día me tocó ir a una casa a recoger un paciente que se puso muy mal, la oxigenación que tenía era muy baja y le costaba mucho respirar. Mientras lo subíamos a la ambulancia una hermana de él se acercó y me dijo llorando que ellos nunca creyeron que eso les iba a pasar a ellos, días después el señor murió en el CEACO.
En otra ocasión me tocó ver a una niña de doce años tirada en la acera, llorando por la muerte del papá, ese día ella y otros familiares llegaron a la entrada del CEACO a recoger el cuerpo del fallecido. Desde afuera del portón vieron como los trabajadores del centro médico les entregaron el cadáver a los de la funeraria y ellos lo pusieron en el ataúd.
Los protocolos obligan a entregar los cuerpos dentro de tres bolsas y una vez que se ponen en el ataúd hay que clavarlo y ponerle silicón para que nadie lo pueda abrir, a ninguna persona le gusta recibir el cuerpo de un ser querido de esa manera, es algo realmente duro.
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— ¿Cómo se llevan a cabo los transportes masivos de pacientes de un hospital a otro?
Se han hecho dos, uno desde Pérez Zeledón y otro desde Liberia, yo participé en ese último. Nos citaron en el CEACO a las tres de la mañana y salimos en ocho ambulancias hacia el hospital Enrique Baltodano Briceño. En el camino se nos unieron una ambulancia de Puntarenas, una de Los Chiles, otra de Nicoya y dos de Liberia.
Cuando llegamos uno de los emergenciólogos se bajó para coordinar todo, él ya llevaba una lista con los nombres y padecimientos de cada persona. El viaje de vuelta tardó dos horas y cuarenta minutos, todos los pacientes fueron recibidos en el Calderón Guardia. Dos de las ambulancias traían dos pacientes, lo que estaban más estables, las demás traían uno cada una.
Además, una de las ambulancias llevaba un equipo integrado por dos emergenciólogos, un terapista respiratorio, un enfermero y un mecánico de carros por aquello de alguna emergencia, no podemos dejar nada al azar, hay que pensar en todo.
— ¿Cómo evitar exponer a sus seres queridos por el riesgo que representa su trabajo?
Yo vivo en Alajuela con mi mamá, que es diabética, mi abuelita de 94 años que es la joya de la casa, mi papá y mis dos hijos. Soy consciente de que mi trabajo representa un riesgo enorme, pero para cuidarlos a ellos tengo primero que cuidarme yo y seguir los protocolos porque, si no lo hago, les puedo llevar el virus y es lo último que quiero.
— ¿Qué enseñanzas le ha dejado la pandemia?
Me ha dejado dos: una es que la vida hay que vivirla siempre al máximo porque se acaba en cualquier momento y la otra es que las grandes cosas se hacen en equipo, en estos meses he aprendido mucho al lado de mis compañeros, sobre todo de mi superior, el doctor Max Morales, que ha sido un apoyo fundamental para todos.