Durante 20 meses el Centro Especializado en Atención de Pacientes covid-19 (CEACO) albergó a 1.350 funcionarios de salud que lucharon con todas sus fuerzas por salvar a la mayor cantidad de pacientes.
Del 1 de abril del 2020 al 22 de noviembre del 2021 atendieron a 2.840 pacientes y perdieron a 645 de ellos, cada uno de los cuales marcó sus vidas de una u otra forma, por eso conversamos con algunos de los que trabajaron en dicho centro médico, para dar un repaso de esta heroica experiencia.
Hoy si acaso quedan 12 enfermeros, 20 asistentes de pacientes y ocho médicos. Uno de ellos es Johnny Perlaza Brenes, enfermero intensivista quien llegó desde el inicio y permanecerá ahí hasta el próximo 5 de diciembre.
“Es bastante doloroso despedirse cada día de los compañeros, máxime de los que han estado con nosotros desde el inicio”, contó Perlaza.
Para Johnny una de las cosas más difíciles que vivió fue ver la evolución de la enfermedad en los pacientes.
“Ver pacientes que al inicio de turno estaban hablando con uno y al llegar en la tarde, ya estaban intubados y una hora después ya habían muerto, eso siempre afecta, es muy difícil porque murieron más de 600 personas, que eran el ser querido de alguien”, recordó el enfermero.
En lo que coinciden todos los funcionarios con los que conversamos, es con la solidaridad que los caracterizó, al punto que en el 100% de las muertes, hubo un trabajador sosteniendo la mano de la víctima hasta el último minuto para que no partieran solos.
“Para nosotros ver que un paciente que estuvo 15 días intubado salía era como gotas de agua en el desierto. Este viernes, por ejemplo, uno de los pacientes salió y nosotros tenemos una campanita que tocan ellos al salir. Me traje a todo el personal que había en la sala para que le fueran a aplaudir y eso le encantó al señor. Tenía una cara de agradecimiento que lo llena a uno de satisfacción”, recordó Johnny.
Otro momento que lo marcó mucho fue cuando un paciente que estuvo mucho tiempo intubado y sedado se recuperó y la familia le mandó una pizarra para que se comunicara porque no podía hablar y lo primero que escribió fue “gracias”, para Johnny eso no tiene precio y siempre lo recordará.
Detalles que suman
María José Suárez trabajó un año y tres meses en dicho hospital como asistente y admite que aunque lo nieguen se encariñan con los pacientes. Asegura que ver un paciente bien un día y al regresar al siguiente y encontrarlo ya intubado era muy doloroso.
“Recuerdo una señora que no quería comer ni nada y conmigo sí quiso, yo salí llorando de ahí porque uno no sabe si la paciente saldrá o no y es muy gratificante ver cuando usted mismo se encarga de ir a dejarlos hasta la casa”, contó María José.
A ella le tocó ir a dejar hasta a su casa a dos pacientes, una en Nicoya y otro a la zona Sur y recuerda la cara de felicidad de la guanacasteca cuando iba entrando a su pueblo. Máxime que los vecinos la recibieron con globos, lo que provocó el llanto de la señora y llenó de abrazos y agradecimientos a quien por tantos días cuidaron de ella en el hospital.
“Muchos creían que entrar al CEACO era sinónimo de que se iba a morir y no era así, para mí era una bendición y los pacientes que entraban tenían la bendición de estar en un centro especializado”, contó Súarez.
Sin embargo, también recuerda con tristeza cuando debía sostener el teléfono en la oreja de un paciente para que sus familiares se despidieran de él porque ya estaba agonizando.
Las lágrimas rodaban y el dolor era grande, pero la dinámica de trabajo la obligaba a seguir dando lo mejor de sí por los pacientes que quedaban.
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“Recuerdo un paciente que cuando entré al turno en la mañana, llegué, lo saludé y estuvimos conversando mientras lo bañaba, me contó que estaba cumpliendo 80 y resto de años y le canté cumpleaños y luego entró la enfermera y con dos guantes inflados le improvisó dos globos y también lo felicitó. Son pequeños detalles que el paciente agradece y le levantan el ánimo”, dijo María José.
Otro gesto es que muchos pacientes llevaban la Biblia, pero por su condición no podían leerla, por lo que el personal del CEACO se ofrecía a leer unos cuantos pasajes.
“Tuve un paciente que le costaba la tecnología y quería escuchar el radio de su teléfono, pero no tenía audífonos, le llevé unos al día siguiente y le enseñé cómo se ponía y hasta había que apagárselo después, pero son iniciativas con las que buscábamos hacerlos sentir en casa”, agregó la asistente de pacientes.
“Vi morir muchas personas”
Pamela Ortiz es supervisora del equipo responsable de trasladar los pacientes más críticos por la enfermedad a un hospital donde pudieran darle todo lo que necesitaban.
“Lamentablemente me tocó ver morir a muchas personas. Les explicaba que debíamos intubarlo y que me dijeran, ‘prométame que voy a despertar, que voy a abrir los ojos y voy a ver a mi familia’ y a los días enterarme que había muerto... Lo que le decía era que haría todo lo posible para que mientras estuviera conmigo, no sintiera dolor. nunca les prometí que no moriría porque era algo que no estaba en nuestras manos”, explicó Ortiz.
Me marcó mucho un joven de 33 años que trasladé del hospital de Heredia al Calderón Guardia porque fue de los primeros pacientes críticos que trasladamos de esa edad y falleció”
— Pamela Ortiz, supervisora equipo PRIME
Campo de Guerra
Cristian Valverde trabajó como enfermero por más de un año en el CEACO, y recuerda que fue un proceso de mucho dolor tanto para los pacientes como para ellos mismos.
“Estar en el CEACO fue como estar en un campo de guerra, fue muy duro emocional y mentalmente. Había días de mucha frustración. A los tres días de haber llegado un paciente se complicó, se le tuvo que intubar y recuerdo que el señor me agarraba la mano y me suplicaba que por favor no lo soltara porque el no se quería morir y lamentablemente falleció. Me sentí terriblemente mal”, explicó el enfermero de 29 años.
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El CEACO era un lugar lleno de dolor, por eso Cristian trataba de dejar una huella positiva y cuando se enteraba del cumpleaños de un paciente, organizaba a todos rápidamente para de algún modo festejárselo.
A más de uno de los pacientes le escribieron mensajes de feliz cumpleaños en una hoja y le cantaban cumpleaños feliz
“Hubo muchas historias tristes, pero también, gracias a Dios, a uno le tocó vivir la salida de muchos y experiementar lo que para ellos significaba un milagro por sobrevivir a una enfermedad desconocida”, recordó Cristian.
En el CEACO se atendieron pacientes de todo el país y a Valverde le marcó mucho el caso de una joven talamanqueña que el estar internada era un mundo nuevo.
“Ella estuvo en la cama 86. No sabía leer ni escribir y nunca había estado internada, le preocupaba cómo iba a hacer para orinar porque nunca había usado un bidé, no sabía lo que era la vía para ponerle un suero, su contacto con el exterior había sido muy poco y había llegado como muy negativa, pero luego dio un giro en su motivación y eso la ayudó mucho para salir adelante”, relató Valverde.
Cristian recuerda que le encantaba abrir la puerta de donde estaban los pacientes y decirles “usted puede, se va a poner muy bien, vas a salir adelante, eres muy valiente, vas mucho mejor” cuando ellos lo escuchaban le preguntaban “¿de verdad?” Y le decían que eso les inyectaba ánimo.
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