Anthony Esquivel es un exboxeador costarricese que demostró que pese a que las drogas lo intentaron mandar a la lona, él siempre se levantó para seguir en la pelea que se llama vida.
Este joven, de tan solo 27 años, tenía un promisorio futuro en el ring, pero el tropiezo con las sustancias le truncó su carrera, pero no sus sueños y por eso ahora le cuenta su testimonio a deportistas en crecimiento para que aprendan de su experiencia.
Este liberiano era tan bueno en el cuadrilátero que fue campeón nacional en los Juegos Deportivos Nacionales 2014, realizados en Buenos Aires de Puntarenas.
También se coronó, un año después, en la categoría élite, lo que le abrió la posibilidad de entrenar, durante tres meses, para ver si lo fichaba Mario Vega, representante de los máximos exponentes de esta disciplina en nuestro país, como lo son Hanna Gabriels, Yokasta Valle y Bryan “Tiquito” Vásquez.
Esquivel iba a debutar en las peleas previas a la estelar que tendría Hanna contra la norteamericana Kali Reis, el 17 de octubre del 2015 en el estadio Edgardo Baltodano, en Liberia.
Él ya había invitado a todos sus amigos y familiares a verlo entrar al campo profesional, pero una diferencia por los derechos de formacion entre Vega y el entrenador que lo guió durante toda su preparación, impidió que se cumpliera su sueño.
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Anthony asegura que no supo manejar aquella frustración y por eso vivió un año en las calles de la Ciudad Blanca por culpa de las malditas drogas.
“Me sentí tan mal, que toda mi vida se me derrumbó y me dijeron que tenía que entregar la licencia de boxeador mientras todo se resolvía, pero me fui para el baño y agarré las paredes a golpes, pedí una plata prestada y me fui, me desaparecí como un mes y de ahí ya fui en picada. No supe manejar las emociones, ni tenía una red de apoyo”, confesó el exdeportista.
Tocó fondo
Tony, como le dicen de cariño, empezó en el boxeo en el 2011, a los 16 años, sin embargo, a los 15 tuvo contacto por primera vez con los cigarrillos y el alcohol, posteriormente un amigo del colegio lo engañó diciéndole que un puro de marihuana que le dio, era de tabaco.
“Me dijo que no tenía cigarros, pero que andaba tabaco, lo enroló y me dio para fumar, lo probé y en ese momento me dio una pálida, porque yo no sabía, quedé como inconsciente en el mismo colegio, me puse amarillo y entre varios compañeros me reanimaron con un fresco, pero quedé con la necesidad de volver a probarlo y así comencé”, explicó Anthony.
De ahí pasó a trabajar como oficial de seguridad en bares y discotecas liberianas y se enfiestaba con algunos clientes y cuando se dio cuenta consumía hasta en el trabajo.
“Sentía como que me daba más potencia para trabajar y a la hora de pelear o hacer alguna llave, se me elevaban los sentidos. Llevé el consumo de las drogas y mi práctica como boxeador de manera paralela, consumía y me iba drogado a entrenar y a veces hasta borracho llegaba a las peleas”, recordó el joven.
Su vida transcurría durmiendo en las afueras de los búnkeres, a las tres de la madrugaba se iba a esperar que abrieran una panadería para que le regalaran un poco de pan y durante el día se la pasaba robando desodorantes y atunes de los supermercados.
Hasta que un día, en el 2017, mientras se comía una lasaña podrida cerca de la plaza Santa Rosa, en Liberia, volvió sus ojos al cielo y le preguntó a Dios qué estaba haciendo ahí.
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“Le dije al Señor que yo no pertenecía a ese mundo y fue cuando comenzó ese despertar espiritural y empecé a pedirle ayuda para que me sacara de ese estilo de vida que estaba llevando y ahí Dios comenzó a abrirme las puertas en Hogares Crea y Fundación Lloverá y por la gracia de Dios estoy aquí ya recuperado y saliendo adelante”, contó Tony.
Nueva vida
Desde que salió de ese terrible mundo pasaron ya casi cinco años, no ha sido un proceso sencillo, pues requiere de voluntad, pero para respaldar a otras personas como él, la fundación Lloverá lanzó una campaña de recolección de fondos para construir un albergue mixto para 30 personas, en el que puedan ayudar a más personas a huir de las drogas.
Anthony trabaja en la fundación y comparte su testimonio, para otros puedan ver que sí es posible salir de situaciones dífíciles, como las que él vivió.
En Tiquicia más de cinco mil personas viven en las calles, por lo que Esteban Blanco, director de la fundación, dice que tiene la certeza de que con amor se pueden disminuir esas cifras.
El proyecto Manos a la Obra, de esa fundación y EPA, busca recolectar recursos mediante donaciones de los clientes de la ferretería desde el 1 de marzo y hasta el 31 de mayo para construir un albergue en Rohrmoser, San José.
“En Fundación Lloverá creemos en las segundas oportunidades y tenemos la esperanza de abrir caminos de reinserción de muchas de estas personas que han sufrido tanto en las calles. Con este nuevo albergue les daremos un gran impulso para que terminen de sanar, finalicen sus estudios, aprendan un oficio, se acerquen o construyan una nueva familia y tengan un trabajo digno”, comentó Blanco.
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