Entre las 11 de la mañana y las 3 de la tarde del pasado domingo 7 de abril el lago de La Sabana “devolvió” una pistola y cuatro celulares, cuando Alejandro Durán Araya le rascó la panza con un detector de metales.
Una mezcla perfecta entre el pasatiempo de Alejandro y un verano bien fuerte permitieron que este vecino de Goicoechea, de 40 años, se sacara una espinita que tenía clavada hace tiempo: usar su detector de metales en el lago de La Sabana.
Cuando este aficionado de encontrar tesoros escondidos leyó en La Teja que el lago está seco, entendió que había llegado su momento de irse a probar suerte en zonas que muy pocas veces están descubiertas.
“Precisamente por eso es un lindo pasatiempo, uno nunca sabe lo que se va a encontrar, lo que le va a devolver la tierra. Cuando me encontré la pistola (como a las dos horas de estar buscando y cerca de la fuente) lo primero que hice fue llamar a la Policía para que se la llevaran. Son de esas cosas diferentes que vive uno buscando con un detector de metales”, nos contó Alejandro.
En las cuatro horas de búsqueda también logró sacar del lago cuatro celulares; algo parecido a una pierna grande de hierro, como que le pertenecía a alguna escultura que en algún momento “vivió” en La Sabana; varias monedas ticas y hasta el disco duro de una computadora, así como diferentes pedazos de metal y latas de gaseosa y cerveza.
Volverá a buscar
Alejandro quedó bien picado porque en esas cuatro horas de búsqueda dice que sólo logró cubrir como un 2% del lago, por eso está alistando todo para volver a darle otra rascada de panza en diferentes sectores.
También le tiene el ojo puesto al lago del parque de La Paz, ahí también llevará su detector de metales y espera hacerlo con otros amantes de buscadores de tesoros. Poco a poco el pasatiempo ha ido ganando aficionados.
“Yo comencé con este pasatiempo hace seis años, la verdad casi nadie en el país lo hacía, cuando preguntaba por un detector de metales la gente no tenía ni idea, por eso me lo mandé a traer de Estados Unidos, me costó sesenta mil colones”, recordó.
Hay detectores de metales de varios tipos, explica Alejandro, entre más caro, mejor tecnología tienen.
Algunos, incluso, le dicen a la persona si lo que hay enterrado es oro, plata o un simple pedazo de hierro, una lata de cerveza o de atún. Además, los que tienen mejor tecnología logran ubicar metales hasta a un metro de profundidad.
Playas cargadas de tesoros
“Siempre que voy a la playa llevo mi detector de metales. Todas las playas están llenas de metales, no hay otro lugar con más actividad y que uno como buscador de tesoros disfrute que la playa”, explica Alejandro.
De hecho, nos contó que hace como dos años se encontró un anillo de graduación de puro oro y hace como un año se encontró otro, ambos los vendió por un buen poco de plata.
“Esas son las alegrías que da este pasatiempo.
"También da otro tipo de alegrías, porque le he ayudado a gente a encontrar cosas. A una familia le encontré unas llaves importantísimas que habían perdido en un lote, a un señor a encontrar una cuchilla valiosa y hasta a una empresa le ayudé a ubicar una tapa de metal que habían enterrado en cemento y por eso no aparecía”, dijo.
Alejandro está casado y tiene dos hijas, quienes están bien pequeñitas, pero con una palita de plástico ya le ayuda a desenterrar cosas. También tiene tres hermanos que se apuntan a colaborarle, no tienen el pasatiempos tan metido como él, pero se apuntan de vez en cuando.
Pedazos de historia tica
Le preguntamos a Alejandro si hay algún lugar con el que sueña explorar con su detector.
“Los sitios históricos de Costa Rica, quiero ir a donde se realizó la Batalla de Santa Rosa, en Guanacaste, también a Ochomogo donde fue la batalla (fue el 5 de abril de 1823 en el cerro Ochomogo, entre San José y Cartago).
“De hecho ya tengo un metal histórico que me llena mucho, es una herradura de buey de cuando fuimos con el detector a realizar una parte del camino a Carrillo, esa herradura bien puede tener más de 90 años de estar en ese camino”, comentó.
El camino a Carrillo fue construido en 1881 durante la administración de Tomás Guardia; inicia en San Jerónimo de Moravia, continúa hasta el río La Hondura y va a salir unos cuatro kilómetros después del túnel Zurquí rumbo al Caribe para llegar al pueblo de Carrillo, donde llegaba el tren que iba Limón, era un camino empedrado para carretas.