A Marlon Castillo Masís le gustan tanto las carretas que tiene tres: dos son para ir a desfiles de boyeros y la otra, más sencilla pero igual de fuerte, es la de trabajar.
Cuesta ver a estas alturas que un joven de 31 años tenga una carreta y su yunta, pero “Teco”, como le dicen de cariño, vive feliz trabajando con ellas.
“Vivo orgulloso de mis carretas, del gran valor cultural que tienen y me encanta trabajar con ellas. Para mí no hay nada más lindo que una carreta”, dice.
Teco vive en Tuetal Sur de Alajuela y se gana la vida transportando cargas o lucir sus bueyes y su carreta en alguna boda.
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“Para lo que más me contratan es para arar terrenos (con la yunta) y para hacer fletes como ir a jalar basura, sacos de cemento, tierra, arena y hasta para llevar parejas de novios a su boda o fallecidos al cementerio, también me piden llevar santos en procesiones”, explica.
“Antes de la pandemia me llamaban mucho para eventos turísticos, pero eso ha bajado, sin embargo, gracias a Dios el trabajito se mantiene”, contó.
Con su gran trabajo, a “Teco” podemos ponerlo al lado de quienes, en siglos anteriores, recurrieron a la carreta con bueyes para abrir caminos o sacar hasta los puertos nuestros productos de exportación antes de los ferrocarriles.
Los boyeros han ayudado enormemente a levantar a Costa Rica.
Largo camino
Las bellas carretas que “Teco” muestra orgulloso son muy diferentes a las que había en el país hace 200 años, cuando nos independizamos de España.
Eso, y más, nos lo recuerda Alejandro Guevara, una de las personas que más sabe del asunto en Costa Rica y a quien le pedimos que nos contara cómo fueron cambiando con el tiempo.
Dice que nos llegaron, claro, como una herencia española y que ya en el segundo viaje de Cristóbal Colón (entre 1493-1496) llegaron a América yuntas, yugos y otros aparatos necesarios para un sinfín de labores.
Las primeras que llegaron al país, muchos años después, eran altas, tenían ruedas de madera muy parecidas a las de las bicicletas porque contaban con una especie de rayos, no estaban pintadas y el cajón era mucho más sencillo.
Carretas así estaban hechas para lugares secos y planos, eso explica por qué aún es posible ver parecidas en algunas partes (cada vez menos) de Guanacaste. Para utilizarlas en la parte central del país, que es tan montañosa, fue necesario modificarlas.
“Empezaron a hacerlas más bajas para que el centro de gravedad quedara más cerca del suelo y no se volcaran tanto; además modificaron las ruedas al hacerlas de una sola pieza de madera, pero en los terrenos irregulares no duraban mucho porque se quebraban, así que tiempo después las dividieron en dieciséis partes iguales y la rodearon con una aro de metal, eso hizo que duraran más”, explica Alejandro.
La decoración lluegó allá por 1800. “Pero no fue con el objetivo de que se vieran bonitas, sino más bien para cuidarlas y que duraran más. La pintura era a base de linaza y era anaranjada, era la misma que se usaba para pintar los portones en las fincas y que el agua nos los dañara”, añade.
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Por aquellos años muchas familias trabajaban la tierra, que les daba casi todo lo que se necesitaba para vivir. Las carretas eran indispensables para transportar los productos de las cosechas, la leña para cocinar y para mover los materiales de construcción para las casas.
“Ya cerca del año 1900 se empezaron a pintarlas para que se vieran bonitas. Los ticos siempre hemos sido coquetos en el sentido de que nos gusta que la casa se vea bonita, por ejemplo, por eso hay jardines con flores y todo eso. Entonces también se empezaron a decorar las carretas con influencia de los árabes, los españoles y los italianos. Costa Rica y en Sicilia, en Italia, son los únicos dos lugares del mundo en los que se acostumbra pintar las carretas para decorarlas”, detalla Alejandro.
Muchos estilos
Alejandro explica también que cada región del país fue trabajando su propio estilo de pintura y los ornamentadores de carretas fueron especializándose.
En Cartago, por ejemplo, se usan mucho las figuras geométricas y el celeste; en Puriscal usan más los diseños de flores, en Aserrí acostumbran ponerle rombos de distintos tamaños y en Sarchí, que es ahorita el lugar más dominante para estos trabajos, les ponen figuras coloridas con trazos que terminan en colochitos.
La carreta de Guanacaste no se pinta, es rústica, sigue siendo muy parecida a la que trajeron los conquistadores españoles.
Según un censo hecho por el INEC en el 2018, en el país hay cerca de 3.600 bueyes, por lo que se estima que hay unas 1500 carretas con su yunta.
En el 2005 la Unesco declaró la tradición del boyeo y la carreta típica patrimonio oral e intangible de la Humanidad.