Alonso Peña dijo "sí, acepto" y se quitó de encima una hora de angustia. La boda debió iniciar a las 2 p.m. y a las 2:14 p.m. el novio estaba en una pura temblorina porque no sabía nada de su futura esposa. Preguntaba la hora, caminaba de aquí para allá, hasta nos pidió el teléfono para llamarla.
La novia, Maureen Esquivel, llegó a las 2:48 p.m. al improvisado salón de actos que sirvió como templo y que fue testigo de un matrimonio en la cárcel La Reforma.
La futura esposa llegó cargando cosas, sonriente y buscando a Alonso. Puso lo que llevaba en una mesa y se sentó frente al altar (que también era estrado) dispuesta a dar el sí lo antes posible.
Allí estaba ya Elizabeth Angulo, la abogada que casó a la pareja, y estaban los invitados, que llegaron todos en piña y fueron tomando asiento.
Pero el sí debía esperar. La abogada hizo una ceremonia llena de rituales, de simbolismos, de historias. Les habló del amor y del respeto que se deben tener, de la paciencia y de Dios como pilar fundamental de la boda.
Los hizo apagar una velita, ponerse los anillos, improvisar algo el uno para el otro. Y el sí se retardó más, pero los novios escucharon atentos y con ojos vivaces.
Hubo queque, comidita. Testigos, ocho invitados, siete personas que trabajan en medios de comunicación y algunos policías que (sin ser invitados) se tiraron la boda del año detrás de las rejas. Fueron muy respetuosos.
No hubo música y menos licor. Faltaron el pastor y el vínculo cristiano, faltó algún coro. Faltaron la noche de boda y la luna de miel, pero sobró amor (lo más importa). Ese amor se les desbordaba de las miradas y es el que se prometieron en el estrado. "Sí, acepto", dijo cada uno. "Son marido y mujer", dijo la abogada, "dense un abrazo". Pero, claro, la pareja cambió el abrazo por un beso (más rico) y el salón se llenó de aplausos.
Los padres de los novios se abrazaron con sus muchachos y lloraron. Les desearon suerte y felicidad. Invitaron a todos a comer del churrasco, de la pierna de cerdo, a beber del jugo de uva y de los pastelitos dulces y salados.
“Tengo sentimientos encontrados, es poco común ver una boda en la cárcel pero si ella está feliz, entonces yo lo estoy”, dijo Marvin Esquivel, el papá de la novia.
Los padres de Alonso no hablaron, ni permitieron fotos, pero igual se identificaron con sus hijos. Igual se abrazaron, como una nueva familia. Igual lloraron.
La Teja se une a ese sentimiento y les desea a la nueva famila mucha felicidad.