Antes de que existiera el parque de Alajuelita allí había una plaza y era donde los vendedores colocaban sus barriles de chinchiví, se disfrutaba los helados de sorbetera y las mascaradas.
Desde esa plaza era posible ver el cerro San Miguel y la famosa cruz que distingue al cantón.
Pues esa plaza volvió desde hace unos días a su antigua ubicación y se le puede ver en uno de los muros que forma parte de la pista de patinaje construida en el parque central del décimo cantón josefino. Hablamos de una pintura que permite echarle una ojeada a cómo era el pueblo allá por los años cincuentas.
Esta obra es "hija" del artista Gerardo Solano Méndez, un alajueliteño que vive en San Josecito y se inspiró en una foto de una pintura que tiene la profesora Abigail Mora Solano.
Esa imagen ilustra una de las casonas que era propiedad de la familia de la educadora y que estaba donde hay ahora un restaurante chino, diagonal a una de las esquinas del parque.
“En esa casa había una pulpería que se llamaba el Danubio y antes se llamaba El Combate, que le pertenecía a don Arturo Solano. De ese paisaje original solo se conserva la cantina La Confianza, las casas se hicieron nuevas. Yo las pinté guiándome por los recuerdos que tengo de niño cuando venía a jugar a la plaza”, explicó el artista.
Para que las nuevas generaciones no se pierdan tratando de adivinar dónde queda cada lugar, Gerardo puso como guía las montañas.
“Lo que más llama la atención aquí en Alajuelita y lo que nos caracteriza es el cerro donde está la cruz”, dice Solano, quien se aprovechó se esa fama para elegir la orientación del paisaje.
En los alrededores de la plaza el artista destacó otros elementos propios de las tradiciones del lugar: las mascaradas, los turnos y la procesión de los fieles católicos con el Cristo Negro de Esquipulas.
Los barriles de chicha y chinchiví tampoco podían faltar. Hoy no hay tantos lugares donde comprar esas sabrosas bebidas, pero quienes aún las fabrican mantienen viva esa tradición tan antigua.
Siguiendo la solicitud del alcalde Modesto Alpízar, Gerardo usó una carreta con bueyes. “Por muchos años, como no había camiones ni ferreterías, se les pagaba a los boyeros para que sacaran arena y piedra de los ríos para la construcción de las casas”, contó el artista.
En Alajuelita son conocidas familias como la Chavarría Corrales o don Juan Ramírez, que por años tuvieron bueyes y con ellos se ganaban la vida.
Trabajo para durar
Fue el 17 de diciembre cuando Gerardo empezó a pintar su obra y le ha dedicado alrededor de cuatro horas diarias.
“Todo depende del clima, hay días en los que no puedo trabajar porque hace mucho sol o mucho frío y eso afecta la pintura”, explica. Esta es la razón por la cual la obra aún no está terminada.
Los materiales que se usan buscan que la obra aguante por años y que varias generaciones puedan verla y, ojalá, hagan preguntas sobre los lugares donde crecieron sus abuelos y padres. “Estoy usando una témpera acrílica con varias manos de un barniz transparente, esto permite que la pintura no se lave o se caiga”, detalla.
Obras ocultas
De niño, Gerardo se la pasaba dibujado en las hojas traseras de su cuaderno, por lo que se llevaba más de una regañada de las maestras; sin embargo, su amor por el arte es lo que le permite hoy hacer este mural y acumular otras 150 obras.
“Cuando estaba pequeño me regañaban mucho. Fue hasta que era grande que pude entrar a estudiar arte, en el 85, cuando empecé a recibir clases de pintura en la Casa del Artista. Me gusta compartir mi arte con los niños porque así ellos pueden inspirarse y buscar formas nuevas de hacer arte”, explicó.
El parque de Alajuelita es uno de los pocos lugares públicos donde se puede ver su obra. La mayoría están en escuelas.