El gran amor a sus hijos motivó a Cándido Chávez Peña a empacar un poquito de toda la vida que había hecho en Nicaragua para venirse a Costa Rica. La maleta más grande era la de los temores porque recomenzar su vida, a los 62 años, no era cosa fácil.
Además de la maleta de los temores, traía otra con cuatro mudadas, tres pares de zapatos, unas tijeras, un dedal, unos pocos hilos de diferentes colores y un centímetro, por si le aparecía una oportunidad de mostrar el arte de la sastrería, el cual aprendió de niño.
Este sastre jamás olvidará el 25 de noviembre del 2018, día en el que recogió su vida y cruzó la frontera. Él nunca tuvo problemas con el gobierno nica, pero un hijo suyo que estaba en la universidad era muy perseguido y comprendió que o se lo traía a Costa Rica o se lo mataban, así que se vino a Tiquicia con 4 hijos y 2 nietos.
“Es muy duro arrancarse de raíz de tu tierra para iniciar sin nada en otra. El gran amor a mis hijos me motivó, pero no crea, uno se carga de temores por un futuro incierto, cómo se hará para comer todos los días, para lograr dormir en un techo digno.
“Al llegar a Costa Rica las únicas personas que podían ayudarme eran una prima y mi hermano (Maximiliano), entonces decidí irme donde él vive en San José de la Montaña, en Poás de Aserrí”, explicó don Cándido.
No dejó que terminara enero del 2019 y le pidió a su hermano ayuda para encontrar un trabajo en lo que fuera. Él era sastre de toda la vida, pero no tenía problemas en trabajar haciendo otra cosa, lo importante era producir para los suyos.
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“Como uno aprendió un oficio, no tuve más ideas que las que puede tener un sastre en cualquier parte del mundo, le dije a mi hermano que me llevara a donde él trabajaba (una empresa de seguridad) para mostrarle a los jefes lo que Cándido Chávez era capaz de hacer.
“Mi hermano me ayudó y entonces me alisté. En la casa de mi hermano solo había una vieja máquina de pedal y sin pensarlo mucho saqué de mi maleta los hilos, el centímetro, las tijeras y compré un pedazo de tela con la que hice una muestra de mi trabajo”, recuerda el sastre.
De Rivas
Don Cándido nació en la finca La Novia en Tola de Rivas y en 1972 se fue a vivir a Managua, despuesito del terremoto (el sábado 23 de diciembre de 1972) de 6,2 grados de magnitud que destruyó Managua, provocando 19.320 muertos y más de 20.000 heridos.
Sus primeros contactos con la sastrería se dieron a los 14 años en Nandaime (municipio del departamento de Granada).
“Por las mañanas iba a aprender sastrería y por las tardes a la escuela Monseñor Vélez.
“Empecé obligado. Usted sabe cómo era antes, los papás le decían a uno que tenía que hacer tal cosa y no había espacio para decir que no. Me obligaron, sin embargo, aprendí que dependiendo del maestro uno logra tomarle el gusto a las cosas, don Filadelfo Dávila me enseñó con tanto cariño que poco a poco me enamoré de la sastrería… sobre todo la amaba los sábados que me pagaban 10 córdobas”, dijo entre risas.
Los pulidos finales como sastre se los dieron, Trénido Moraga, en Jinotepe (municipio del departamento de Carazo), quien le enseñó a ser más detallado y fino en cada costura, y después, Diego Peña, quien fue sastre personal de Somoza (Anastasio, expresidente nicaragüense).
“Terminé de afinarme en Managua, cuando llegué a la capital ya era un tigre para la sastrería, ya hacía de todo y fino. Tenía 21 años y un buen oficio. Entendí en ese momento que la sastrería era la pasión del resto de mi vida”, reconoce don Cándido.
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Un año después, a los 22 años, conoció a doña Dilma Espinoza, su esposa hasta el día de hoy, con quien tiene 40 años de unión matrimonial. Ellos tienen 10 hijos, 21 nietos y 1 bisnietico.
Buena costura
El día que llevó la muestra de su arte al trabajo de su hermano, don Randall Segura, dueño de la empresa de seguridad Coselis, le abrió las puertas y de inmediato comenzó a trabajar en la sastrería.
“Costa Rica es un país que me recibió con los brazos abiertos. Desde que me vine prometí no ser una carga para el Estado, sabía que debía ponerme a trabajar de inmediato, así somos los nicaragüenses, bien trabajadores.
“A partir de ese primer trabajito logré avanzar, ahora tengo siete máquinas de coser y, gracias a Dios, bastante trabajo. Logré comprarme un carrito hace dos años y durante la pandemia no paré de trabajar. Eso me alegra el corazón”, nos cuenta.
Hay dos puntitos un poquito negros en la alegría de don Cándido, el primero, que le hace falta su Nicaragua amada, su gente, su ambiente. Aquello de reunirse con toda la familia y pasarla de lo lindo junto a todos sus hijos y la “nietada”.
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El segundo, entender que “la sastrería es un oficio en extinción. Casi nadie quiere aprender. Yo deseo enseñarle a un par de muchachos para que se defiendan, pero nadie quiere. Con la sastrería, si se aprende bien, se come y se vive bien toda la vida. Es un arte. Hay que tener gusto para hacer las cosas, tratar bien a los clientes, no mentirles, cumplir con las fechas de entrega”, concluyó agradecido porque en dos países, gracias a la sastrería, logró salir adelante.