Mientras le entraba parejo a un delicioso arroz con pollo con frijolitos molidos, papas tostadas y ensalada rusa en su casa, en Canoas de Alajuela, Andrea Delgado resumió en nueve palabras lo que habían sido los cuatro meses y medio anteriores: “Gracias a Dios se acabó la película de terror”.
Durante todo ese tiempo, ella y sus tres hijos estuvieron sin poder salir de Cuba, pero ya el martes por la noche estaban felices de la vida en su tierra.
El arroz con pollo fue la comida que Andrea le pidió a su mamá, doña Adelina González, para cuando estuviera de regreso en Costa Rica, algo que en principio iba a darse a finales de setiembre próximo pero que se adelantó --asegura doña Ana-- gracias a una publicación que hizo La Teja el 26 de junio, cuando contamos el caso.
Entonces contamos que a esta familia se le complicó todo porque el covid-19 empezó a pegar con fuerza cuando estaban en la isla, que cerró su aeropuerto principal y quedaron encerrados.
Andrea viajó a Cuba en febrero con sus hijos Jeyco David, de 8 años; Janoy Andrés, de 6 años y Juan Diego, de 4 años. Fueron porque Pedro Leandro Rodríguez --el abuelito de su esposo cubano Hanoy Cordero-- estaba muy enfermo y querían verlo (ya falleció).
Después de la nota que publicó La Teja, a Andrea la llamaron varias personas, entre ellas el cónsul de Tiquicia en La Habana, Marco Vinicio Vargas Carranza, quien de su propia bolsa le dijo que él pagaría el taxi desde Placetas, en la provincia de Villa Clara, hasta La Habana, cuando la aerolínea Copa le consiguiera los cuatro espacios para sacarlos de Cuba. Y el cónsul cumplió.
“Copa nos llamó y nos dijo que tenía cuatro campos para el 13 de julio, ya no para setiembre, que si le confirmaba y por supuesto le dije que sí, no lo podía creer”, nos explica Andrea.
La llamada de la aerolínea fue a principios de julio, por eso los tres niños montaron una cuenta regresiva cuando les faltaban diez días para el regreso. Todas las mañanas celebraban que ya faltaba un día menos para volver a Costa Rica.
“Es muy difícil de explicar lo que vivimos en Cuba. Ellos no tienen comida, no tienen medicinas. Uno puede tener dinero, pero no hay lugares para comprar alimentos. En Cuba uno lucha por comer para no morirse de hambre y eso fue lo que me tocó por mis hijos”, explica la madre alajuelense.
“Vivíamos un día a la vez, una comida a la vez. Ya mis hijos sabían que cuando les servía el plato de arroz y frijoles, porque solo eso podíamos comer, no había posibilidad de repetir. Tenían que quedar llenos con lo que les diera, punto”, recordó con dolor.
Para conocer mejor qué pasaba, “interrogamos” a esta compatriota.
¿Cómo le fue alistando las maletas?
Yo tengo las maletas de todos nosotros listas desde junio pasado, cuando mi esposo se fue. Sabía que en algún momento Dios nos iba a ayudar y tenía que estar preparada.
¿Cómo fueron los últimos diez días?
Desesperantes y difíciles. No salíamos a nada, absolutamente a nada, le voy a explicar por qué. En Cuba si uno estuvo cerca de un contagiado de covid-19 se lo llevan a un lugar para aislarlo catorce días, imagínese que a mí me pasara eso ya con los tiquetes listos.
No podía correr riesgos, así que incluso dejé de ir todas las mañanas a la bodega, como llaman ellos, por el pan, porque uno ahí debe ir cada mañana de la vida a la bodega por el pan y al saber yo que en la provincia de Matanzas estaban saliendo tres mil contagiados por día, me asusté mucho.
¿Qué sintió cuando llegó al aeropuerto Juan Santamaría?
Que me volvió el alma al cuerpo, ganas de llorar, de gritar, de abrazar a mi familia. Fue muy duro lo que vivimos.
¿Cómo vivió las manifestaciones del pueblo que arrancaron el domingo pasado?
Gracias a Dios no me topé nada de eso. Al principio me desesperé porque dije ‘ay, Dios, ahora solo falta que no pueda irme porque cierran el aeropuerto’, pero después me tranquilicé.
¿Qué le parecen esos movimientos sociales?
Totalmente justificados. Póngase a pensar, ellos (los cubanos) están reclamando justo lo que yo reclamaba: alimentación, medicinas. Es que no hay comida en Cuba, uno busca, uno tiene plata, pero nadie le vende, nadie tiene. No tienen ni pastillas de acetaminofén.
¿Qué sintió al salir de Cuba?
Paz y tranquilidad, pero sobre todo paz.
¿Qué hablaba con sus hijos de comer cuando volvieran?
Hamburguesas y papitas. Siempre decíamos que lo que fuera porque aquí en Costa Rica hay de todo. Somos una familia humilde, pero aquí uno puede ir a cualquier pulpería y comprar comida, allá eso no se ve.
¿Va a descansar un buen tiempo?
¡Cuál descansar! No hay tiempo para eso. Hoy (14 de julio) de una vez en la mañana me fui para la escuela Manuel Francisco Carrillo (en Canoas) para matricularlos a los tres, a Jeyco en tercer grado, Janoy en transición y Juan Dieguito en materno.
En esta casa no hay tiempo que perder y ellos no me van a perder el año. Por dicha todo me salió bien y ahora solo tengo que esperar que las profes me contacten por WhatsApp para comenzar con los horarios y los trabajos.
Después de la escuela me fui al hospital de Alajuela para volver a reactivarme por si aparece un trabajo. Le repito, no tenemos tiempo que perder y hay que moverse.
¿Cómo se siente?
Agradecida con Dios. Ya estoy en mi amada Costa Rica, donde puedo comer lo que me da la gana y mis hijos no se me van a morir de hambre. Mi mamá me regaló comedera y la pusimos en la alacena, ver esa alacena llena de comida me arrugó el corazón, en Cuba jamás pude ver eso.
¿Cómo ve a los hijos ya en Costa Rica?
Alegres y muy tranquilos. Allá pasábamos en un estrés de veinticuatro horas, cada vez que llegaban los horarios de las comidas aumentaba el estrés. No había casi nada en qué distraerse, la televisión solo pasaba temas políticos y todos a favor del gobierno, eso no es bueno para los niños. Desde ayer (el martes) mismo ya estaban viendo fábulas y programas divertidos, eso les hacía falta, algo tan normal y de todos los días como la televisión, allá se vuelve algo que se desea y no se tiene.
Y el esposo, ¿cómo se siente?, le preguntamos al cubatico Hanoy.
Soy el hombre más feliz del mundo. Cuando tomamos la decisión de que yo me viniera fue para poder luchar desde allá y desde acá por ellos. Fue difícil y muy duro porque uno como papá puede sufrir lo que sea, pero no los hijos ni la esposa, eso me tenía mal.
Nunca dudé que volvería a verlos, sin siquiera con los problemas que hay ahora en Cuba, siempre confié en Dios. No puedo explicar lo que sentí cuando los vi salir del aeropuerto, es una alegría que no se explica con palabras, también sentí esa sensación de tranquilidad de que ya todo había pasado.
Deportados. Panamá deportó el pasado martes a Cuba a una familia cubana que estuvo un mes durmiendo en un aeropuerto Tucumen de Ciudad de Panamá, pese a sus ruegos para que no los envíen al lugar de donde emigraron hace dos años por problemas para profesar su religión. “Ya están en Cuba y los han llevado a Las Caletas, un centro de aislamiento” preventivo de covid-19 en La Habana para quienes llegan del extranjero, dijo a la AFP Esther González, hermana de Ilyu González, una de las personas deportadas.