“Lo que yo viví no se lo deseo ni a mi peor enemigo. En verdad estaba convencida que me iba a morir, incluso se lo dije a mis hijos. Creí que no me iba a comer el tamal de diciembre”, así fue como doña Ana Lorena Hernández contó cómo supero al covid-19, a pesar de tener casi todos los números de la rifa.
Esta vecina de San Sebastián, de 65 años, tiene diabetes y es hipertensa, por lo que entra entre la población de riesgo.
Doña Ana nos contó que principios de agosto comenzó a sentir una especie de alergia, escalofríos fuertes, los cuales son normales al un inicio de una gripe. Ella creyó que un hermano le había pegado el resfrío, pero en pocas horas se sintió peor y le dijo a su hermano que estaba segura que él tenía coronavirus.
“Cuando comencé a toser muy fuerte y a cada rato, me convencí que me habían contagiado y me preocupé mucho porque soy diabética e hipertensa, por eso me fui al Ebáis de San Sebastián ya con la tos al máximo, con la nariz trancada, sin olfato, con diarrea y vomitando.
“Fue en agosto y no le estoy mintiendo, cuando le digo que creí que me iba a morir. No sé por qué no me internaron, a pesar de que también fui a la clínica Solón Núñez en Hatillo. Solo me inyectaron y me mandaron para la casa”, contó doña Ana.
Para el 10 de agosto el ministerio de Salud reportó 23.872 contagiados confirmados, de los cuales 10.943 eran mujeres y una de ellas fue doña Ana Lorena.
“Aunque no tenía ni fuerzas para levantarme, siempre hice hasta lo imposible para poderme hincar y pedirle a Dios que me recuperara. El coronavirus es una enfermedad demasiado ingrata, sobre todo con uno que es adulto mayor.
“Había noches que sentía que ya no podía seguir respirando. Es lo peor que he vivido. Yo le decía a Dios que tenía que ayudarme mucho. Pasé el Día de la Madre muy enferma y por eso lloré mucho porque sentía que era mi último”, reconoció.
Pasó cerca de 22 días de agosto fatal y fue hasta la última semana que comenzó a ver la luz y a comer un poquito más. Perdió 10 kilos y eso la dejó, como ella misma dice, “en la pura calle, en los huesos”.
“Ahorita sí estoy contando el cuento, no sé ni cómo. Yo creo que la viví tan duro porque me agarró con las defensas muy bajas. Me había hecho exámenes en julio y me advirtieron lo de las defensas. Solo así puedo explicar todo lo duro que viví, porque yo soy de estar muy bien controlada con el azúcar y la hipertensión.
Ya para el 15 de setiembre doña Ana estaba puras tejas, siempre debilita, pero ya caminaba y hacía comida.
“Fue una gran lección para continuar disfrutando al máximo a mis seis hijos y seis nietos. Uno debe agradecerle a Dios cada día de vida. Si él me permite llegar a diciembre, voy a disfrutar mucho el tamalito, no ve que casi no me lo como”, concluyó con tremenda alegría.