Si usted ha tenido el chance de subir al Chirripó o al volcán Irazú en un día de esos bien fríos quizás ha llevado capa térmica, pero es probable que no se haya preguntado dónde nació esa pieza salvadora.
Por otro lado, cada día cuando sube al carro y activa el Waze para evitar los presones y al almuerzo se manda sabroso con una comida que descongeló en el microondas está haciendo algo relacionado con el origen de la capa térmica porque todo eso se lo debemos a la misión espacial Apolo XI, que hace 50 años llevó a tres hombres a la Luna.
Pero, ¿qué tiene que ver esta hazaña espacial con su rutina diaria? Pues más de lo que imagina porque el viaje nuestro satélite natural demandó del desarrollo de mucha tecnología que no existía y que hoy está en todas partes.
De pies a cabeza
La tela de los abrigos térmicos nació de la necesidad de aislar a los astronautas del frío y de la radiación del espacio.
La tecnología detrás de las múltiples capas en los trajes espaciales, que permitieron mantener confortables a los astronautas, hoy está presente en prendas térmicas o zapatos para senderismo.
Pero también en los kits de emergencia, con sus delgadas capas metálicas térmicas; en la ropa que usan los bomberos o quienes trabajan con hornos industriales, y en aplicaciones tan diversas como la aislación de edificios, en los aparatos de resonancia magnética o en los colisionadores de partículas.
“En la época del programa Apolo, toda la capacidad computacional de la NASA no hubiera llenado un celular”, dice Pedro Serrano, director de la Unidad de Arquitectura Extrema de la Universidad Técnica Federico Santa María.
En esa época, era tan incipiente el desarrollo de la computación, que el empujón que le dio el programa espacial fue clave para lograr los avances actuales.
Como cada kilo que se lleva al espacio es extremadamente costoso, todo tenía que ser lo más pequeño y liviano posible.
“Esa necesidad hizo que fuera posible el concepto de computador portátil”, dice el experto.
Los microchips se originaron en esta época. La automatización también es un legado del Programa Apolo.
Cuando este empezó, a mediados de los 60, los pilotos aún manejaban los aviones de forma mecánica.
Para minimizar el error humano, tanto en el viaje a la Luna como en el posterior alunizaje, la NASA le encomendó a los laboratorios Draper un sistema guiado por computador para comandar las naves.
Al ser digital, este podía guardar muchos más datos, lo que permitió una navegación más precisa y segura.
Los aviones actuales usan esta tecnología para volar, y la mayoría de los automóviles para el control de crucero, el sistema antibloqueo de frenos y los sistemas electrónicos de control de estabilidad.
Uno de los legados más importantes, más allá de algo en particular, es la forma con la que trabajaba la NASA para desarrollar tecnología, dice Luciano Chang, académico de Ingeniería Estructural y Mecánica de la Universidad Católica de Chile.
“Esta le solicitaba a empresas el desarrollo de productos que ya existían, pero que fueran capaces de resistir un viaje al espacio”, detalla.
Todo se aprovechó
Así, el conocimiento adquirido por la empresa tras el desarrollo, era luego utilizado por ella misma para mejorar sus propios productos.
De esta manera, por ejemplo, hoy los autos tienen asientos muy cómodos, gracias a que los astronautas del programa Apolo pasaban largas horas sin poder pararse, por lo que era necesario asegurar su confort.
También había que garantizar su correcta alimentación. La empresa Pillsbury desarrolló un sistema de control para la elaboración de alimentos que aseguraba su absoluta inocuidad. El prototipo se volvió un estándar.
La cámara de los celulares, con la que millones se hacen los selfis, también es un legado de las misiones a la Luna. Nuevamente, la miniaturización era esencial.
A ello se agregó el procesamiento de imágenes, tecnología que hoy posibilita las radiografías o los escáneres, entre otros instrumentos.
Desde el espacio
En diciembre de 1968, el Apolo 8 llegó a la Luna (solo la orbitó) y luego volvió a la Tierra. Su tripulación fue la primera en hacerlo, pero la hazaña pasó a segundo plano luego del alunizaje del Apolo 11.
Aún así, hay algo que no perdió protagonismo. La primera foto en colores de la Tierra tomada desde el espacio.
“Esto cambió para siempre la percepción del planeta, respecto de su medio ambiente y al lugar que tiene en el espacio”, dice Pedro Serrano, académico de la Universidad Técnica Federico Santa María. Y eso fue posible por la tecnología.