Hace poco más de dos meses, la cantante Treysi Pomar quería venir, junto con su representante, al edificio de Grupo Nación para promocionar su nuevo tema llamado “Mío, solo mío”; sin embargo, una “recaída” en la enfermedad con la que batalla desde hace varios años hizo que en dos ocasiones pospusieran la entrevista.
En octubre esa esperada visita se dio y pudimos constatar que la espera valió mucho la pena, ya que su historia es digna ser contada debido a la fuerza y ganas que tuvo para salir adelante.
A ella, prácticamente, le dieron la fecha de su muerte y muchos de los doctores con los que se topó no le veían esperanza de vida, por lo que dejaron de ayudarla y le sugirieron resignarse a que padecía cáncer de cérvix e iba directo a la tumba.
A pesar de esto, ella no quiso morir y se aferró a la vida de manera desesperada, sabía que tenía muchas metas por cumplir y el canto era una de esas. Soñaba con hacer lo que más le gusta y que todo el país conociera su historia.
“Cantar es algo que siempre quise hacer y que nunca pude. Cuando me desahuciaron le dije al productor Gio Contreras que quería grabar un disco de música cristiana y otro de música de mundo para mis amigos más fiesterillos”, comentó.
Hermosa historia
La artista, cuyo nombre de pila es Treysi Madrigal, es vecina de Cartago, pero oriunda de Calle Blancos y lleva apenas un año desde que se tiró a cantar profesionalmente como parte de una promesa que se hizo si lograba salir con vida de su padecimiento.
“Soy sobreviviente de cáncer en etapa terminal, hace tres años me diagnosticaron, estuve un año en quimio tres días seguidos semana de por medio por varios meses y hubo un momento en que me dijeron que solo me quedaban dos meses de vida", recordó.
Del cáncer se enteró de pura casualidad, debido a que en ese momento hacía mucho ejercicio, caminaba bastante y de repente, sin razón, se le empezó a dormir una pierna. Al principio pensó que era porque estaba excediéndose en los kilómetros que caminaba, pero luego se dio cuenta que la cosa no iba por ahí.
Visitó a un doctor que es uno de los directores del Calderón Guardia y le dijo que sabía que no era normal, por lo que le pidió que le hablara claro. La mandaron a hacerse exámenes y ahí comenzó la tortura.
“Salía una alteración, pero no se veía nada, llegó a un punto en que no podía caminar y me tuvieron que internar por quince días, ahí me maltrataron mucho y no daban con nada, me decían que era sicológico”, dijo.
Tras insistir varias veces, le hicieron un ultrasonido vaginal y encontraron que tenía una masa extraña en su cuerpo, por lo que al día siguiente la operaron.
Al mes de esa cirugía nada cambió y seguía con mucho dolor, cuando iba al hospital los médicos le bajaban el tono a lo que sufría sin saber que venía algo más serio.
“Me decían que era normal porque mi cirugía no fue tan sencilla, yo les decía que me sentía peor que antes y pasaba sufriendo siempre, hasta que un día empecé a vomitar en mi casa y me fui para el hospital, me volvieron a internar porque encontraron algo que no estaba bien”, comentó.
“Los vi hablando y escuché que dijeron: ‘de cien, una y ella fue la afortunada’ y se fueron. Luego llegó la doctora Velázquez, que es la jefa de Oncología del Calderón y me dijo que teníamos que hablar. Yo pensé, ‘hasta aquí llegué’. Me habló que era cáncer y me explicó lo de la quimio y yo empecé a llorar y a pensar en mis tres hijos”.
La operaron para quitarle esa masa extraña que tenía. Ese día la doc estaba libre, pero aún así llegó a apoyarla. Un ejemplo para los demás.
“Me dijeron que todo salió bien, llegué al salón casi que celebrando, al rato entró el doctor y me dijo que me abrieron y que me cerraron, no me hicieron nada porque era escoger entre mi vida o sacar el tumor por lo avanzado que estaba, no se podía tocar porque estaba rozando las arterias principales y ahí me desahuciaron, me dieron dos meses de vida”.
Ese día la acompañada su hija de 20 años, quien escuchó cuando le decían a Treysi que estaba en sus últimos días. Algo, como es de esperar, durísimo para las dos.
“Yo decía que no me iba a morir, inicié quimio y a los seis meses me dieron otros seis más, el cáncer era invasor y estaba expandiéndose. En cada examen el tumor salía, pero yo iba mejorando, hasta podía caminar, parecía que estaba dormido y me decían que la quimio mía era paliativa, para que no muriera con tanto dolor”, explicó.
A Treysi, su mamá y la doctora le decían que cambiara de médico para ver si otro profesional veía más esperanzas, pero ella no quiso y decidió luchar con el mismo.
“Yo estaba enojada con él y yo quería demostrarle que no me iba a morir, sentía que era muy negativo, no me daba esperanzas a diferencia de la doctora Velázquez que me decía que iba a luchar conmigo, como ella era la jefe pasaba muy ocupada, pero conmigo siempre fue muy especial, es mi ángel”, dijo.
Esa lucha no fue nada sencilla, pues como es bien conocido, la quimioterapia golpea bastante duro.
“La primera vez que me desmoralicé fue cuando me tocaba la última quimio, sentía que ya no podía más, mi mamá y mis hermanos me decían que sí podía, que yo era muy fuerte y que lo iba a lograr.
“Me mandaron a radioterapia en el Hospital México y fue parecido, el director me dijo que yo me iba a morir, que tenía que aceptar mi enfermedad y que solo me quedaban seis meses. Él fue pésimo, yo, de hecho, hasta andaba anotado el nombre de él en un papel porque le decía que un día me iba a ver salir de esa enfermedad y por dicha lo pude hacer, con él y otra doctora que me trataron muy mal”.
Mucha fe
Ese día llamó totalmente devastada a la doctora Velázquez y a su mamá, para contarles lo que el médico le acababa de decir. En medio de todos esos difíciles sentimientos encontró paz en una devoción de la hija hacia la Virgen de Guadalupe y aunque Pomar no creía, le dio la tranquilidad que necesitaba.
“Un día llorando en el baño de mi casa le dije a la Virgen que si ella existía que me lo demostrara con vida, que me diera vida como madre que ella fue.
"A los días fui por unos resultados de un examen, llorando y pensando en irme a España para ver qué me podían hacer allá y el doctor me dio un documento para que lo leyera, yo no quería y me dijo ‘lea’, ahí decía que ya no había células cancerosas, tumores o muestras, ya no había nada, él me comentó que si yo creía en Dios tenía que seguir creyendo porque era un milagro”.
Como Treysi había encontrado una especie de motivación en la gente que no la quiso ayudar como ella quería, se fue directo al Hospital México a buscar a los doctores para mostrarles los papeles que daban fe de su milagro.
“Le dije a la doctora: ‘¿se acuerda cuando me dijo que me iba a morir? ¿ se acuerda cuando me decía que no había nada qué hacer? No era eso y yo se lo juré a usted’. Se me quedó viendo, me tiró el papel y se fue”.
Después de ese capítulo tuvo que volver, nuevamente con la frente en alto, porque el oncólogo la mandaba a sesiones de radioterapia y según cuenta, le decían que para qué si ya no tenía nada qué quemar.
“Les decía enojada, ‘cuando tenía el tumor no me querían atender porque no había nada qué hacer y ahora porque no tengo nada’. Me contestaron lo mismo, ‘si usted cree en Dios, siga creyendo porque ese es un caso muy raro, que una paciente venga desahuciada y ahora no tenga nada, o fue un milagro o la máquina no servía”, le explicaron.
Ella quiere pensar que fue la primera opción.
Con cuidado
A pesar de que ya lleva cerca de tres años de haber superado la enfermedad, Treysi sabe que, por lo complicado del cáncer, el padecimiento puede regresar.
Para evitarlo está en un constante tratamiento y revisión cada dos meses.
El par de ocasiones en que cancelaron la entrevista fue porque le salió un quiste, el cual por suerte no fue nada más. Lo cortaron y aunque sufrió bastante dolor, todo quedó en un susto.
Ella intenta no pensar mucho en lo que vivió ni atemorizarse por lo que venga. Tiene claro que la vida es hoy y quiere disfrutarla lo más que se pueda.
Cada vez que puede va al hospital Calderón Guardia a agradecerle y a cantarle a los enfermeros que la atendieron y a dar testimonio a las personas que pasan momentos como los que ella vivió.
“Para mí el cáncer fue bendición porque me enseñó a interactuar con la gente, algo que no hacía antes, no me gustaba ni que los vecinos supieran cómo me llamaba y trato de enseñarle eso a la gente, de que hay que vivir por uno porque en esos momentos mucha gente te deja solo y esa soledad es la que mata”.