En la obra “San Lucas, una historia sin fin”, Domingo Abarca Vásquez describe una escena que nos cuesta asociar con Costa Rica.
“Santana Porras, soldado de las milicias costarricenses, vivía en concubinato con María Josefa (Picado) siendo (ella) casada con Manuel Alpízar (y) decidieron quitarse aquel estorbo y le pagaron al destazador de cerdos Ventura Marín para que lo aniquilara. Una vez descuartizado arrojaron el cuerpo al río Torres.
“Luego de las investigaciones, y al comprobarse los hechos, los tres fueron pasados por las armas en la sabana de la Mata Redonda, llevando los presos vestidos (hechos) con un saco que ostentaba las pinturas de un gallo, un mono, una culebra y un perro...”.
Eso ocurrió en 1836, cuando el país tenía apenas quince años de vida independiente y la ejecución se llevó a cabo donde está hoy el parque La Sabana. Aunque ya era una nación libre, Costa Rica había heredado de España la aplicación de la pena de muerte.
La sentencia se les imponía a quienes cometían delitos muy específicos, como conspiración contra el Estado; intentar un ataque armado contra las autoridades supremas, a costarricenses que se pasaran a las fuerzas armadas de otro país, a quien conspirara contra la religión católica, a quienes cometían homicidios premeditados y a los piratas, es decir, quienes robaban mercadería para venderla.
El historiador Vladimir de la Cruz cuenta que quienes recibían el castigo de la pena de muerte la pasaban verdaderamente mal e incluso eran exhibidos para que su caso sirviera de escarmiento.
“A los reos de muerte se les sacaba de la cárcel y se les llevaba al lugar donde los iban a matar con una túnica blanca, un gorro negro, las manos amarradas, con una soga al cuello, que era como el símbolo de la muerte, ese mecate lo mojaban antes de ponérselo a las personas y hasta les provocaba ortiga. A los traidores y parricidas (persona que mata a su mamá, papá o hijos), se les llevaba con la cabeza descubierta, rapados, con una cadena amarrada al cuello que era jalada por el verdugo o ejecutor de la justicia”, detalló.
Era común que a los condenados a muerte los acompañara un sacerdote, un escribano (como un secretario, alguien que daba fe de que todo se hacía de cierta manera, las autoridades, que iban vestidas de negro, y a veces también iba en el grupo un escolta.
“Cuando el reo iba por la calle no se permitían actos populares ruidosos, tenía que hacerse todo en silencio, solo se permitían las oraciones del condenado y los sacerdotes”, agrega don Vladimir.
Había varias formas de llevar a cabo la ejecución: por medio de la horca o por fusilamiento. Una vez cumplida la sentencia, las autoridades dejaban el cuerpo expuesto al público hasta las 6 de la tarde, después se les entregaba a los parientes o amigos, si lo pedían, si no no lo sepultaban las autoridades.
El enterramiento no se hacía, eso sí, en los cementerios.
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Duras lecciones
El historiador tiene registro de las personas que murieron en Costa Rica por la pena capital y hay casos espeluznantes.
El 5 de marzo de 1863 fueron ejecutados en Cartago, en presencia de unas 500 personas, Antonio Valverde y su amante, Simona León. Los condenaron por matar con un disparo de escopeta al esposo de la mujer.
El crimen había ocurrido en 1861, pero la sentencia tuvo que suspenderse durante dos años porque Simona estaba embarazada y la ley no permitía ejecutar a mujer que estuviera esperando un hijo. Había que esperarse al menos cuarenta días después del parto.
El 5 de noviembre de 1863 fue ejecutado Gregorio Vargas por matar a Luis Obando. Al asesino lo llevaron en procesión desde la cárcel --con la cabeza rapada, los pies descalzos, los brazos atados atrás con una cuerda y una cadena de hierro amarrada al cuello-- en compañía de un escolta.
Los registros cuentan que Vargas se portó muy valiente y fue caminando solo hasta el lugar donde se le aplicaría la pena de muerte.
Esas dos ejecuciones ocurrieron ya en un país independiente, pero antes la realidad era la misma.
En 1802, por ejemplo, la pena capital se le aplicó a José Trinidad Acuña porque él y su esposa, Catalina Castillo, asesinaron a Esteban López.
“En ese caso, las autoridades de Cartago consultaron a Guatemala qué hacer porque aún era la época colonial y (en la Capitanía General) se dispuso: ’que José Trinidad Acuña sea sacado de la prisión, arrastrado por una bestia (caballo) con una soga al cuello y con una voz de pregonero que iría indicando el delito’; así fue conducido a la horca y murió colgado con la misma soga”, contó el historiador.
Después, para que el público escarmentara, mandaron que el cadáver de Acuña fuera metido en un saco donde fuera una víbora, un mono, un perro y un gallo y de esa forma se llevó el cuerpo y se lanzó a una laguna cerca de donde hoy está el hospital San Juan de Dios.
A Catalina Castillo, la esposa de Araya, la dejaron en libertad.
Lo de meter el cuerpo en un saco con animales proviene de la rey romana. Se llamaba (en latín) poena cullei (pena del saco) y era únicamente para quienes habían cometido parricidio.
Al condenado se le cosía en una bolsa de cuero, a veces con una variedad de animales vivos, y luego lo tiraban al agua. En el siglo II d.C. se documentó que en la bolsa, con el condenado, echaban un mono, un gallo, un perro y una serpiente.
Aquel mismo año fue castigado con la pena capital Antonio Trinidad Chavarría, quien en 1799 mató al patrón y quemó la casa de la víctima para no dejar rastros. Luego el propio Chavarría confesó el crimen.
“Luego de hacer la consulta a Guatemala ordenaron que después de muerto le fueran cortadas la cabeza y la mano derecha, poniéndose la cabeza y la mano en un asta o un palo en el lugar del incendio, a la salida de la ciudad de Cartago, las dos partes debieron ser dejadas ahí hasta que las aves se las comieran”, detalló.
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Nunca más
Fue el general Tomás Guardia quien eliminó la pena de muerte en Costa Rica, que dejó de aplicarse de hecho en 1871, pero seguía presente en la Constitución como forma de castigo.
Luego, con un decreto de 1882 que modificaba la Constitución de 1871, queda formalmente abolida. El texto “la vida humana es inviolable en Costa Rica” sustituyó al artículo 45, que la permitía.
Don Vladimir de la Cruz dice que quizá uno de los motivos que llevó a Guardia a quitar la pena de muerte fue el ver morir fusilado al general José María Cañas, ya que lucharon juntos en la Campaña de 1856 y le tenía un gran aprecio y admiración.
“Me horroriza el pensar en la ejecución de una pena que priva a la sociedad de un miembro susceptible de corrección y arroja una familia en la orfandad, en la desesperación y en la miseria y que en caso de error jamás pueda repararse”, dijo en una ocasión don Tomás Guardia.
El historiador asegura que una vez que en un país se elimina la pena de muerte, nunca más puede ser reinstaurada, así consta en tratados internacionales.
Entre 1802 y 1878 murieron por la pena de muerte: José Trinidad Acuña; Antonio Trinidad Chavarría, José Zamora, Francisco Roldán, José de Jesús Banegas, Joaquín Jiménez, Pilar Arias (hombre), Juana Porras, Manuela carrillo, Santana Porras, Juan Ventura Marín, María Josefa Picado, José María Carranza, Manuel Dengo, Feliciano Acosta, Miguel Moya, José Antonio Brenes, María Brenes, Miguel Ángel Molina, José María Guerrero, Teodoro Picado, Francisco Morazán, Vicente Villaseñor, Timoteo Salas, Francisco Arias, Julián Jiménez, 23 filibusteros que participaron en la batalla de Santa Rosa, María Madrigal Obando, Juan Rafael Mora, Ignacio Arancibia, José María Cañas, Juan Galves, Manuel Angulo, Antonio Valverde Rojas, Simona León, Gregorio Vargas, Miguel Barrientos, José Chaves, Tomás Castellerón y Antronio Arias.