Vladimir Putin invitó en 2007 a Angela Merkel a su lujosa residencia presidencial de verano para negociar un acuerdo sobre comercio entre Rusia y Alemania.
Cuando fotógrafos y camarógrafos entraron al salón donde estaban, el presidente ruso --que sin duda conocía la fobia de la entonces canciller alemana por los perros-- hizo entrar a su labrador Koni, dejando que el animal se acercara a olfatear a Merkel, paralizada de miedo en su sillón.
Después de frecuentarlo durante diez años, Merkel había llegado a conocerlo bien.
“Siempre ha tenido una necesidad de demostrar quién es el más fuerte”, resumió la entonces canciller.
Quienes se han reunido con Putin con frecuencia coinciden en el placer que le causa amenazar a sus adversarios con los peores horrores.
¿Quién es Vladimir Vladimirovich Putin? ¿Qué hay detrás de esa cara sin expresión, esos ojos de un azul desteñido y mirada de acero, esos gestos a medio camino entre la arrogancia, la timidez, la brutalidad y una obligada cortesía?
Vale la pena reflexionar porque Putin estará con nosotros muchos años, después de haber logrado una reforma constitucional que le permite permanecer en el poder por lo menos hasta el 2036.
Putin ha conseguido rodear su vida privada de un secreto casi total. Cuando trabaja o cuando está de vacaciones se mueve rodeado por un grupo de periodistas, cámaras de televisión y fotógrafos acreditados por el régimen. Pero “de Putin solo se sabe lo que él quiere que se sepa”, afirma Fiona Hill, exconsejera de la Casa Blanca.
Psicólogos y servicios secretos occidentales tratan de descubrir las fallas en la compleja personalidad de ese hombre de 70 años, nacido en Leningrado en 1952, de 1,70 metros de estatura, que pesa unos 80 kilos y se entrena varias horas por día.
Y no solo cumple ese protocolo, sino que lo hace saber a través de sus servicios de prensa, mostrándose cada vez que puede con el torso desnudo y en situaciones extremas: montando un oso siberiano, con un fusil, conduciendo una imponente moto Harley-Davidson o en un avión bombardero nuclear Antonov.
Necesidad de convencer
En un país donde machismo y virilidad significan lo mismo, esas demostraciones de potencia física producen un efecto.
Algunos señalan la persistencia de esos comportamientos como un problema. Como si el hombre que dirige el destino de 146 millones de rusos y es capaz de mantener en vilo al resto del planeta necesitara convencerlos de algo que no es verdad.
El politólogo Stanislav Belkowski, fundador y director del Instituto Nacional de Estrategia, afirma en su libro “Putin” que la clave para comprender al presidente ruso es la ausencia de amor familiar durante su infancia.
Enviado por sus papás biológicos a una pareja de San Petersburgo, que se convirtieron en sus padres oficiales, Vladimir Putin habría pasado toda su vida buscando la familia que no tuvo.
Los traumas infantiles serían tan profundos que, con los años, se transformó en un solitario que fue prácticamente obligado a asumir la presidencia y que se siente cómodo solo en compañía de los animales.
“Los únicos amigos de Vladimir Putin son su labrador Koni y el ovejero búlgaro Buffy”, dice Belkowski.
Otro de los mitos que trata de desmontar Belkowski es la supuesta vida sexual del presidente ruso.
El publicitado romance con la exgimnasta rusa Alina Kabaeva, de 39 años, solo habría sido un invento de su equipo de comunicación.
La historia oficial afirma que Putin se habría separado de su esposa, Ludmila, en abril de 2014, para vivir con la atractiva campeona olímpica con quien ya tendría tres hijos.
La verdad es que “el sexo y la vida sexual le son totalmente ajenos”, afirma Erich Schmidt-Eenboom, autor de muchos trabajos sobre los servicios de inteligencia de Alemania Oriental.
Putin --agrega-- sometió a su exmujer a permanente violencia doméstica en los años ochenta mientras trabajaba en Dresde (Alemania) como espía del KGB (el servicio de inteligencia soviético).
En todo caso, Ludmila --una azafata que también trabajaba en el KGB-- desapareció de la vida pública desde el anunciado divorcio. El presidente ruso tampoco ve demasiado a las dos hijas del matrimonio, Mariya, de 37 años, y Ekaterina, de 36.
Violencia por todo lado
Putin parece haber trasladado la misma violencia a su visión estratégica.
Para muchos se trata de un fanático expansionista, empeñado en crear un espacio de dominación rusa. Para otros es alguien preocupado por proteger la identidad de su país.
En todo caso, los “putinólogos” están divididos. Los que simpatizan con éñ culpan a los occidentales. Putin, el agresivo, sería el producto de un país “humillado” por Estados Unidos y Europa después del fin de la guerra fría.
Para ellos, más que un realista, Putin es un gran sentimental: “El que no lamenta la desaparición de la URSS no tiene corazón. Aquel que desea su restauración no tiene cabeza”, suele decir.
Pero de ahí a despedazar un país (Ucrania) porque la mayoría de sus ciudadanos votaron tres veces seguidas en favor de una apertura hacia Europa, hay un gran paso que no se puede explicar mediante esa famosa “humillación”.
Los defensores del presidente ruso tienen razón cuando recuerdan la historia, la cultura, la religión, los matrimonios cruzados que crearon una relación única entre Ucrania y Rusia. Pero en nombre de la vieja idea de “soberanía limitada” aplicada a su “extranjero cercano”, Rusia viola las fronteras de sus vecinos mediante la fuerza.
Según Putin, Ucrania no tendría ni siquiera el derecho de hacer un pacto comercial con Europa y mucho menos unirse a la Organización para el Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en la cual se encuentra Estados Unidos.
Controlarlo todo
La política ucraniana del Kremlin confirma la idea de que Putin está obsesionado por la reconstitución de un espacio vigilado por Rusia. Como si el estatus de una gran potencia no se ganara solo en lo económica y social, sino mediante la dominación y las conquistas territoriales.
Rusia se ubicó en el 12° puesto entre las naciones más ricas del mundo, pero Putin sabe que su país tiene una gran debilidad: la dependencia de su economía, orientada principalmente a la exportación de materias primas —gas y petróleo, en particular— y su industria militar.
Esa realidad lo expone a padecer en forma brutal las duras sanciones económicas occidentales en marcha por la invasión a Ucrania, aunque los especialistas aseguren que el Kremlin ha constituido en los últimos años un “tesoro de guerra” para absorber las posibles consecuencias de su política expansionista.
Vladimir Putin no parece temerle tanto a los tanques de la OTAN como a los valores de la UE: el Estado de derecho, el desarrollo continuo de las libertades individuales, el consumo, la liberalización de las costumbres.
En el caso de Europa, su enemigo no es la UE como potencia militar, que no existe, sino un arma más poderosa: sus ideas, que podrían “contaminar” una clase media que se le opuso en las calltes entre 2011 y 2012.
Con la cabeza en el zar
Un imponente retrato ocupa una de las paredes del despacho presidencial de Putin.
Un hombre robusto y joven, con un formidable bigote y en uniforme militar, observa al visitante con la arrogancia de un emperador.
El zar Nicolás I, nacido en 1796 y fallecido en 1855, en plena debacle de la guerra de Crimea, está sin embargo, lejos de ser el preferido de los rusos.
Espíritu estrecho, caricatura de emperador sumergido en el militarismo, a simple vista es difícil entender la razón de la admiración del jefe del Kremlin por ese hombre del pasado imperial.
Pero, mirando con atención, es posible que la biografía del “más lógico de los autócratas”, según la expresión del historiador alemán Theodor Schiemann, ofrezca una clave inesperada sobre Putin.
Nicolas I encarna en forma químicamente pura la esencia del zarismo, cuyas ideas llenan profundamente el discurso actual del Kremlin.
“Por aplastante que haya sido la derrota de Crimea hace un siglo y medio, sigue siendo una fecha fundadora para los nacionalistas rusos, que admiran en aquel zar el símbolo de un ‘espíritu’ ruso que nadie puede apagar con el pretexto de ‘modernizar’ el país”, explica Bruno Maçaes, exministro portugués de Relaciones Exteriores y especialista de Rusia.
Riguroso control social impuesto por una policía política, rechazo del modelo occidental de liberación de las costumbres, defensa de las minorías rusas o cristianas “oprimidas”: las ideas actuales del Kremlin --con Putin a la cabeza-- no dicen otra cosa cuando denuncian la debilidad y la hipocresía de Europa, que legaliza el matrimonio homosexual y “abandona” a los cristianos de Oriente en Siria frente al peligro de grupos islamistas.
Putin busca resucitar una época, la del imperio ruso, y una posición, la de gran potencia.
La primera le sirve para tener una sólida popularidad en su país. La segunda fascina a todas las extremas derechas del planeta.