Por unos segundos, Valery Díaz se cubrió los ojos y contuvo la respiración para aguantar el miedo. Cuando retiró las manos de su rostro, parte de la hermosa y larga cabellera, de color castaño oscuro y que la había acompañado desde la niñez, ya no estaba.
Ese fue el precio que debió pagar Díaz, una esbelta estudiante de educación media de 16 años, para conseguir 100 dólares (unos ¢60 mil) que usará para ayudar a su familia y comprarse un teléfono móvil.
La venta del cabello se ha convertido en una actividad cada vez más recurrente entre las mujeres de los sectores pobres en ese país, a quienes la crisis económica las ha forzado a dejar a un lado la belleza personal, algo que forma parte de la idiosincrasia de las venezolanas.
Hoy, en esta nación sudamericana reconocida mundialmente por acumular en casi 40 años más de dos decenas de coronas de los certámenes de belleza más importantes, algunas de sus mujeres ahora recurren hasta al jabón líquido de lavaplatos para asearse el cabello, en parte porque la hiperinflación les impide comprar un champú que se vende muy por encima del salario mínimo mensual equivalente a unos cuatro dólares.
Para este año se espera que las precarias condiciones de vida de los casi 30 millones de habitantes del país petrolero se profundicen con una hiperinflación de 10.000.000%, acumulando así seis años consecutivos de recesión, de acuerdo con proyecciones del Fondo Monetario Internacional.
En muchas partes del mundo la industria de la belleza es una actividad altamente rentable y puede mover solo en un año unos 460.000 millones de dólares en ventas, según un estudio del 2017 de la firma internacional Euromonitor Internacional. No en Venezuela, donde el panorama resulta totalmente diferente.
Cambios de hábitos
Como consecuencia del desenfrenado avance de los precios en el primer trimestre de este año, el consumo sufrió un brutal descenso y las ventas globales, incluyendo las de la industria de la belleza, cayeron por encima de 60%, afirmó el economista Luis Vicente León, presidente de la encuestadora local Datanálisis.
La crisis ha forzado a la población, mayoritariamente pobre, a cambiar sus hábitos de cuidado personal y ahora han tenido que reducir las actividades de aseo y embellecimiento para ahorrar los productos, dijo León.
De tener una melena de 60 centímetros de largo, algunas secciones al centro de la cabeza de Valery Díaz quedaron reducidas a menos de 2 centímetros tras el drástico corte. Ella observó silenciosamente en el espejo las partes de su cabellera que quedaron largas, mientras al fondo escuchaba a su madre intentar darle ánimos entre risas nerviosas: “No se nota”, le dijo.
Luego de superar la primera impresión, la joven afirmó sonriente que se sentía “liviana”, y poco después recordó las dificultades que vive a diario para mantener su cabellera.
“Hay veces que uno puede durar dos o tres semanas sin lavarse el cabello”, relató Díaz, sentada en una pequeña silla negra de una peluquería en el este de Caracas.
Dijo que debido a la falta de agua y lo costoso del champú y el acondicionador, debió cambiar sus hábitos semanales de aseo y comenzar a fabricar pulseras para ahorrar algo de dinero y poder adquirir los artículos de lavado o maquillaje.
Díaz fue secundada por su madre, Yeny Gómez, una educadora de 43 años, quien admitió que desde hace más de un año no sabe que es comprarse un labial u otro cosmético, porque ahora su prioridad es tratar de ahorrar algo de dinero con los empleos que tiene como docente para conseguir los alimentos para ella y sus dos hijas adolescentes.
"Para la mayoría de los venezolanos eso (de la belleza) pasó a un segundo plano”, agregó.
Esa realidad la conoce bien Carmen Merchani, una peluquera de 49 años, quien dijo que luego de casi cuatro décadas en esa actividad, su negocio ha mermado como consecuencia de la crisis y ha tenido que reinventarse para poder sobrevivir.
Sentada en uno de los pequeños sillones de su modesta peluquería, ubicada en una de las empinadas colinas de la barriada popular de Catia, al oeste de la capital, Merchani relató que desde hace un año comenzó a hacer “cambalaches” con algunas de sus clientas y a intercambiar alimentos por servicios de corte y secado del cabello o manicura y pedicura.
“A veces tengo que hacerlo porque no tengo el dinero para comprarme un kilo de arroz”, acotó.
El proceso de reinvención también ha alcanzado a las empresas locales. De las vidrieras de los comercios dedicados a la venta de productos de belleza desaparecieron reconocidas marcas internacionales de cosméticos y productos de aseo personal, que fueron reemplazadas por otras nunca vistas, algunas de factura china, además de los llamados "champús integrales” a base de coco, romero, miel, entre otros, que se producen localmente, según contó Julia Ramírez, la encargada de un local comercial del centro de la capital.
De vuelta al espejo que no deja de mostrarle su cabello corto, Valery Díaz no ha perdido la esperanza de que las cosas cambien.
De hecho, la joven confesó sonriente que sueña, al igual que muchas de sus compatriotas, en llegar al certamen Miss Venezuela. Claro, dijo, cuando “me crezca de nuevo el cabello”.