Una joven madre ucraniana se recuperaba después de dar a luz a gemelos en una de las principales maternidades de Kiev, cuando la metralla de un proyectil hizo pedazos los vidrios de su habitación.
Al día siguiente, después de una noche en un búnker, esta mujer fue evacuada, al igual que otras madres y bebés, y la clínica se transformó en un espacio dedicado a primeros auxilios para atender a soldados y civiles heridos.
El jueves, con el mundo conmocionado por el ataque ruso más devastador en otra unidad de maternidad en la ciudad de Mariúpol, el director del hospital tenía un mensaje para los líderes occidentales.
Valeriy Zukin era un experto renombrado mundial en salud infantil y director ejecutivo de una clínica privada en los suburbios boscosos del norte de Kiev. Ahora está a cargo de los cuidados de urgencia para los heridos de la guerra.
No quiere ayuda humanitaria de Occidente, sino que Ucrania tenga apoyo político y militar, que le permita acabar con la invasión rusa sin rendirse.
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“Tengo muchas preguntas desde el extranjero: ‘¿Qué tipo de terapia humanitaria necesita?’ Prefiero comprar las pastillas, no recibirlas por caridad”, contó
“Es como preguntarle a un hombre con una soga alrededor del cuello si necesita agua. Primero quítenos la soga del cuello”, prosigue.
Con daños
La clínica Leleka (que quiere decir “cigüeña”) no ha sufrido la destrucción masiva del hospital de maternidad de Mariúpol que fue alcanzado el miércoles por los ataques aéreos rusos, lo que provocó una ola de indignación mundial.
Pero, el cristal de la puerta principal del hospital se rompió por la metralla y hay dos agujeros en la fachada, uno de ellos en la sala de recuperación posnatal, donde se recuperan las madres convalecientes.
Ahora las mamás y los bebés se han ido, han sido enviados a sus casas o trasladados a hospitales más alejados de los enfrentamientos, en el centro de Kiev.
Pero Leleka permanece abierto, al mismo tiempo que una ambulancia militar verde oliva, agujereada por impactos de metralla, se encuentra estacionada detrás de la estatua de una cigüeña con un niño.
Casas desiertas
En los bosques cercanos resuenan los ecos de la artillería y los morteros. Las fuerzas rusas están ahora a solo unos kilómetros de distancia.
Vasyl Oksak, de 43 años, es el comandante local de protección civil. Es el encargado de trasladar a los heridos a la clínica.
“Hubo intensos combates a seis kilómetros de aquí”, aseguró.
“Nuestros soldados están allí, rechazando al enemigo. Actualmente se está llevando a cabo la evacuación de civiles de algunas partes del pueblo donde no hay combates”, afirma.
Varias viviendas en esta zona, que comprende sobre todo casas individuales con jardines, fueron alcanzadas por misiles Grad, disparados desde muchos lanzacohetes.
Una de ellas ardió, mientras que el invernadero de plástico contiguo también fue destruido.
Muchas casas están desiertas. Los perros y gatos callejeros, que deambulan sobre los cristales rotos se acercan a quienes andan por la calle en busca de comida. Y los pollos corretean los jardines cubiertos de escombros.
El cuarto de un niño
“El obús golpeó esta pared donde había una tubería de gas”, explica Vasyl Oksak, mientras inspecciona las ruinas.
“Aquí hay una silla para niños y zapatos”, agrega. “¿Ves?, era la habitación de un niño, ellos vivían aquí”, remarca.
Una pensionada local, Nataliya Mykolaivna, de 64 años, muestra un minibús blanco que, según ella, pertenecía a los voluntarios que llevaban suministros a los soldados que luchaban y a quienes aún estaban habitando ese lugar.
“Vinieron aquí y detuvieron su minibús. Tenían cajas de dulces”, relata Mykolaivna.
“Nos acercamos, cinco o seis personas. Iban a entregarnos las cajas. Y de repente fueron atacados. Fue un golpe directo”, dice con tristeza.