Las fuerzas rusas están atacando Nueva York, una pequeña localidad del este de Ucrania.
Allí, un niño de cuatro años sabe reconocer el ruido de los misiles rusos antes de que su mamá lo note y le tome la mano.
“Viene uno”, dice el niño segundos antes de que la explosión sacuda el poblado, que nada tiene que ver con la enorme ciudad de Estados Unidos.
La madre del niño, Valeria Kolakevich, de 28 años, está tan agotada que ni se molesta en agacharse. Después de casi tres meses de guerra, ya sabe instintivamente cuando los tiros de artillería van a aterrizar cerca o lejos.
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La noche pasada los bombardeos llegaron hasta su barrio y golpearon a cuatro casas vecinas.
“Fue terrible”, dijo Kolakevich. “Y lo más terrible es que aquí no hay nada, sólo civiles”, afirma justo cuando otro tiro estalla cerca, en otro extremo de la calle. El segundo impacto hizo que su hija de once años gritara y se tapara los oídos.
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La mujer tomó de las manos a sus hijos y se alejó mientras seguían las explosiones desde los campos que hasta hace poco marcaban la frontera entre los territorios controlados por el gobierno ucraniano y las zonas que dominan los rebeldes que simpatizan con Rusia.
“Cada vez peor”
La invasión de Rusia el 24 de febrero revivió el conflicto que sostienen desde hace ocho años los que desean independizarse de Ucrania y que ha dejado más de 14.000 muertos.
Al inicio de la ofensiva, Rusia se enfocó en tomar Kiev, la capital, y la segunda mayor ciudad de Ucrania, Járkov, en el norte. Pero los fracasos en ambos planes obligaron a las fuerzas de Moscú a concentrarse en otras áreas y desde hace un mes el asedio se intensifica en Nueva York.
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Esta localidad de unos 10.000 habitantes, la mayoría de ellos de habla rusa, tiene una historia curiosa y nadie recuerda por qué fue bautizada como la urbe estadounidense por los alemanes que se instalaron allí en 1800.
Este nombre fue cambiado durante la Era Soviética y en 1951 la localidad pasó a llamarse Novgorodske, para finalmente volver a ser Nueva York el año pasado tras una campaña ciudadana.
“Está cada vez peor. Antes había disparos por aquí y por allá”, contó Valentina Kanebalotskaya, quien tuvo que huir con sus pertenencias a la casa de su hija que está en una parte un poco más segura del pueblo.
“Pero ahora nos disparen desde el oeste, el este y el sur”, dijo la mujer de 71 años.
Base militar abandonada
Con el ejército ucraniano concentrado en las localidades vecinas de Severodonetsk y Lysychansk, en Nueva York la presencia de soldados es mínima.
Delante de una base militar abandonada llena con sacos de arena, hay un maniquí sin cabeza que parece vigilar una de las principales calles de la ciudad.
Los pocos soldados que hay patrullan cerca de la plaza central, bombardeada ya varias veces.
“¿Ven este cráter? Lo dejó un caza ruso”, explicó un soldado que se identificó como Oleksandr. Detrás de él yacen las ruinas de una fábrica y de otros edificios alcanzados por las bombas.
La principal preocupación de Oleksandr es que los rusos puedan atacar de forma accidental una planta cercana de fenol, un material para fabricar pintura y plásticos.
“Eso es algo muy inquietante. Con un tiro eso se transformaría en un arma química”, afirmó el soldado de 36 años.
Ucranianos y rusos se han acusado de planear ataques químicos, lo que en parte sugiere una forma de responsabilizar a quien golpee de forma accidental una planta en la cual hay materiales peligrosos.
Pero los residentes parecen más preocupados por problemas como la falta de agua y de gas y algunos responsabilizan a los ucranianos de los ataques.
“Los ucranianos vienen aquí y disparan desde las colinas y luego se van. Después a nosotros nos cae el bombardeo”, dijo Yelena Valeryanov, una pensionada.
Al igual que muchos del área que hablan ruso, la mujer usa un apellido que proviene del nombre de su padre para ser identificada por miedo a represalias de las autoridades ucranianas.
Afirma que los simpatizantes de Rusia los tratan mejor que los ucranianos.