La sensación era la de tener todo y, sin embargo, sentir que hay algo que no cierra, algo que genera una falla, algo que hace un ruido. En eso estaba Santiago Camejo, de 33 años, cuando pensó en que tenía que hacer algo para que eso dejara de pasar. Tenía un trabajo estable en una financiera, tenía buen sueldo, tenía a su familia, tenía a sus amigos y sin embargo, ahí estaba esa sensación, esa falta de algo, esa molestia.
No fue de un día para el otro. Santiago lo pensó durante cinco años, lo planeó, lo intentó. En 2018 se compró una camioneta y se fue de viaje a Minas y en unas pocas noches durmiendo en ella, amaneciendo y viendo cómo el sol cubría todas las cosas, terminó de entender que sí, que eso se acercaba más a la vida que él quería. En el viaje de vuelta a su casa de Montevideo, sin embargo, los planes cambiaron: la camioneta prendió fuego y se arruinó por completo.
Un año después hizo un viaje solo por la Patagonia y Chile. Y esos días le dieron impulso. Vio a personas que viajaban en sus camionetas sin fecha de regreso y él volvió a confirmar que quería hacer lo mismo. Al tiempo, un problema de salud en su familia hizo que todavía no fuese el momento ideal para partir. Sin embargo, la idea de conseguir una camioneta nueva y salir a viajar seguía ahí, a veces como faro, a veces como escape.
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Hoy Santiago está en Chile, dice que todo sucede por alguna razón. O que esa es su manera de pensar. “En realidad lo que pasó en mi familia me hizo darme cuenta de algunas cosas, y una de ellas es que tenía que hacer lo que quería ya, porque la vida es un ratito”, cuenta.
Él ya lo tenía decidido: iba a renunciar a un trabajo de 11 años para irse de viaje, iba a arreglarse como pudiese, iba a ingeniarse para trabajar de lo que fuera. Pero entonces vino la pandemia, en la financiera empezaron a teletrabajar y él pensó en cambiar la idea. En vez de renunciar completamente, iba a proponerles seguir trabajando con ellos al mismo tiempo que viajaba. Podían decirle que no. Era lo esperable. Pero también había una mínima posibilidad de que aceptaran y, eventualmente, no perdía nada con proponerlo.
Eso hizo y le dijeron que sí. Se compró una nueva camioneta y la transformó en una casa: le hizo una cama y un baño, y construyó estantes y una mesa para poder trabajar. El 19 de marzo de este año, agarró a Lolo, su perro, y se fue rumbo a Argentina. Si tiene que hablar de viaje, Santiago siempre habla en plural. Dice nos divertimos, llegamos, recorrimos, fuimos, conocimos. Se refiere a él y a Lolo, el perro que le habían regalado a su madre y que terminó por vivir con él.
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“Yo vivía en una casa con un terreno grande en Atlántida y a pesar de tener todo ese espacio Lolo se pasaba escapando. Y cada vez que lo hacía yo pensaba que él también quería irse, que era mi compañero de viaje ideal”.
De ruta
La primera semana la pasó en la casa de una amiga en Rosario, y en esos días puso en orden la camioneta. De ahí se fue a Córdoba.
“Al principio tenía mucha ansiedad, era como una sensación de que si no estaba conociendo todo, no era suficiente. Pero de Córdoba fui a Villa Carlos Paz y ahí bajé mil revoluciones, entendí que esta es mi vida, que no es un viaje de turismo, que no pasa si no llego a algún lugar, o si no conozco todo, no tengo fecha de regreso. Ahí en Carlos Paz empecé a disfrutar y fui aprendiendo de a poco: dónde parar, qué aplicación usar para saber dónde hay campings, dónde hay estaciones de servicio, baños, duchas, dónde soltar a Lolo y dónde no”.
No tiene una estructura, una ruta, recorrió Argentina, cruzó a Chile, y ahora planea volver a Argentina para cruzar a Bolivia. La idea es recorrer toda Sudamérica y, entre diciembre y marzo, regresar a Uruguay para empezar a pensar en otros viajes, en otros proyectos. Sin embargo, sabe que, como ya le pasó, todo puede cambiar, y eso también es parte del viaje.
“Cuando salí tenía en la cabeza bien claro que existía la posibilidad de que este tipo de vida no me gustara y estaba bien si volvía para atrás”, cuenta Santiago.
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“Pero hace siete meses que vivo arriba de una camioneta y es todo lo contrario. Yo no vivo en un espacio de dos por dos, vivo en todo el espacio que quiero, porque la verdad es que paso mucho tiempo afuera de la camioneta, cuando la diseñé, la pensé para eso, para estar todo el tiempo que pudiera afuera”. Tiene, sin embargo, una mesa en el asiento del acompañante para poder trabajar los días de lluvia que, hasta ahora, no han sido muchos.
No hay grandes estridencias ni grandes lujos en las publicaciones que hace en la página de Instagram (@soybloop) en la que comparte su viaje. Se los ve a él y a Lolo caminando por un sendero en las Cascadas del Agrio, en Neuquén, Argentina, corriendo hacia el Lago Gutiérrez en Bariloche, mirando Netflix adentro de la camioneta en una noche de frío en Puerto Montt, bailando entre la nieve en el Volcán Villarrica, de Chile, o haciendo un picnic en la playa.
“He aprendido a vivir simple, yo era una persona a la que le gustaba mucho estar en casa y yo salí a incomodarme, quería eso, buscaba eso. Te ponés muy en contacto con todos los sentimientos, hay cosas que ya no te molestan, disfruto mucho de ir en la ruta sin tener que llegar a ningún lado en ningún horario. Creo que disfrutás más lo verdadero de la vida. Capaz pasás un poco de frío, pero después valorás el calor; capaz está bueno ver cómo llueve, porque sale el sol y lo disfrutás de otra manera”.