Rafaela, que tiene a su hijo encarcelado, ve con pesadumbre el futuro de Nicaragua bajo otro gobierno de Daniel Ortega. Y Yolanda, sandinista hasta la médula, no tiene duda de que el domingo hay que votar por los logros del “Comandante”, aunque lo señalen de “dictador”.
En su humilde casa en Masaya, Rafaela Ortiz, de 66 años, habla del sufrimiento que vive desde que hace 23 meses se llevaron a Norlan, quien participó en las protestas de 2018 contra Ortega, intensas en esa ciudad sureña conocida como la más rebelde del país.
A 35 km de ahí, en Managua, vive Yolanda Núñez, de 74 años, la matrona de “una familia completamente sandinista”. Su padre, marido y hermanos estuvieron presos hace más de 40 años en la lucha que lideró el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN, izquierda) hasta derrocar a la dictadura somocista en 1979.
La Nicaragua dividida de Yolanda y Rafaela está además desgarrada, con más de 300 muertos en 2018 --la mayoría opositores--, unos 150 detenidos y miles de exiliados.
“Esto es horrible”
De sus gafas de montura negra traslucen las lágrimas. Para Rafaela, su hijo de 33 años no está preso sino “secuestrado”. Lo condenaron a 15 años de cárcel, acusado de delincuencia.
“Sufro mucho, todos sufrimos por él, porque mi hijo, ¡gracias a Dios!, no ha sido un hombre malo, es trabajador, no es vago, no es un delincuente, no es nada de lo que lo acusan”, dice afligida.
Metidas en las rendijas de un espejo están varias fotos dentro de bolsitas plásticas, a falta de vidrio para protegerlas: “Aquí está en el preescolar, aquí festejando sus seis años, aquí comulgando en la primera comunión”, “aquí su título”, muestra.
Con ella viven el hijo y la esposa de Norlan. “Es buen alumno”, dice Rafaela mirando a su nieto de nueve años enseñar un cuaderno de ciencias a su tía Ruth, en el patio donde descansa un perro flaco.
Una puerta maltrecha lleva a la habitación de Norlan. “De aquí fue de donde lo sacaron, un hombre lo aventó allá, cayó boca abajo. Lo golpearon en la cabeza con una culata”, dice Ruth, en el cuarto donde se apelotan una cama con mosquitero, ropa tendida y una repisa con un cepillo para limpiar zapatos, un cargador de celular y unas cuantas monedas.
Norlan está en una celda de 20 presos en La Modelo, la cárcel de máxima seguridad a 20 km de Managua. Tuvo sarna y covid-19. “Pensé que iba a morir”, dice su madre.
“Esto ha sido horrible. Es triste, es un golpe muy duro. Esperemos en Dios que un día me lo van a liberar, no solo a él sino a todos los presos políticos”, confió Rafaela.
Dice que, aunque “de política” no sabe mucho, quiere creer que valió la pena, que un día “no será así como está esto”: “No hay otros partidos, solamente ellos, para nosotros no hay... no tenemos por quién votar”.
“Que digan lo que quieran”
La casa de Yolanda parece un santuario. En la pared de la sala, una pintura blanquinegra de más de un metro reproduce el rostro de mirada profunda de Augusto Sandino, el héroe nacionalista asesinado por la dictadura de la familia Somoza (1936-1979).
Yolanda tiene seis hijos, once nietos y dos bisnietos. A su primogénito, relata, casi lo parió en la cárcel. Ella estuvo casi un año presa y fue torturada tras ser detenida en una casa de seguridad, donde apoyaban a los guerrilleros.
Desde el triunfo de la revolución y hasta 1990, cuando Ortega perdió el poder en las urnas frente a Violeta Barrios, Yolanda fue su asistente personal.
“Llevaba su correspondencia, atendía a las personas que lo visitaban”, contó. Orgullosa, muestra una foto en el celular de su hijo mayor de cuando Ortega visitó su casa en una Navidad.
Pequeña, delgada y de una energía envidiable, Yolanda dice no haber dejado que la pandemia truncara su “deber revolucionario”: “Yo dije: tengo que patear este covid, levantarme de esta cama.... Y aquí estoy, en pie para ir a votar”.
“Hay que hacerlo para mantener nuestras conquistas: las escuelas, la salud, las carreteras”, dice. “Que digan lo que quieran afuera”, agregó, retando a quienes acusan a Ortega de, tras 14 años en el poder, buscar la reelección, con sus rivales presos.
Durante las protestas de 2018 afirma que manifestantes la amenazaron y atacaron su casa. “No podemos dormirnos en los laureles, porque tenemos a los gringos siempre haciendo su trabajo en contra”, concluye la plática en la sala, donde cuelga otro cuadro con los rostros del Fidel Castro, el Che y Sandino. “Mis héroes”, sonrió.