En su larguísimo camino a pie hacia el “sueño americano”, el venezolano Gilberto Rodríguez pasó por Costa Rica después de atravesar la peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá.
No lo hizo solo, lo acompañaba su perro “Negro”, al que llevó también por Nicaragua, Honduras y Guatemala hasta alcanzar México.
Hace casi dos meses que Gilberto dejó a su mujer y a sus dos hijos pequeños en Caracas en busca de un futuro mejor. Ha dormido en la calle, se ha salvado de delincuentes y ha tenido que pagar sobornos a policías guatemaltecos corruptos, pero nada le ha robado la esperanza de llegar a Estados Unidos.
Antes de llegar al río Bravo, si consigue alcanzar la última frontera sin que la policía mexicana lo detenga y lo deporte, debe atravesar otro río en la frontera entre Guatemala y México, el Suchiate.
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Con su perro, paga poco más de un dólar para subirse a una balsa hecha de neumáticos inflados y tablas. En 10 minutos, ya está en México.
“Tenemos una situación muy crítica con la economía allá (en Venezuela) y nos toca salir corriendo. No alcanza para nada el sueldo, todo tú lo compras en dólares y lo que te pagan en bolívares no te rinde nada”, explica este joven delgado de 27 años en Ciudad Tecún Umán, en el suroeste de Guatemala, antes de cruzar el río.
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Un juez federal estadounidense decidió mantener el Título 42, un decreto aprobado por el gobierno del presidente Donald Trump en 2020 que permite la expulsión inmediata de los migrantes que ingresan por la frontera sur, y que el gobierno Biden tiene previsto eliminar.
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Pero al igual que Gilberto, la gran mayoría de quienes cruzan el río Suchiate no saben qué es el Título 42.
Contrariamente a meses anteriores, cuando se agolpaban multitudes de migrantes en esta frontera, ahora la cantidad es pequeño. En las carreteras la policía guatemalteca sube constantemente a los buses para verificar la identidad de los viajeros.
El flujo migratorio por Guatemala llega en “grupos pequeños” que no tardan en pasar a México, comenta Alejandra Godínez, de la Oficina de Atención al Migrante en Ciudad Tecún Umán.
“Se disipan en varios grupos y luego ya se agrupan del lado mexicano”, agrega Godínez.
“Lo están haciendo en plan hormiga”, explica Rubén Méndez, alcalde de Ayutla, municipio donde se encuentra Tecún Umán. Asegura que los operativos son una forma de decirles a los migrantes que no intenten formar nuevas caravanas como las que solían salir de Honduras, principalmente desde 2018.
Entre enero y mayo, Guatemala ha expulsado a unas 303 personas de Honduras, El Salvador y Nicaragua que no cumplieron los requisitos migratorios y sanitarios requeridos por la pandemia.
También ha expulsado a 69 venezolanos y a 165 cubanos, además de a otros 86 ciudadanos de diferentes nacionalidades.
La última caravana de unos 500 migrantes fue disuelta en enero, apenas entró en suelo guatemalteco. Un año antes, unas 7.000 personas fue contenidas a bastonazos y gases lacrimógenos.
Gilberto, con un salveque a al hombro, cuenta que en algunos tramos de Guatemala los uniformados le exigieron dinero para permitirle continuar.
“La vaina está con los policías que nos quitan la plata”, dice.
Con su pequeño perro de dos años y pelaje oscuro, Gilberto ha logrado superar varios peligros.
“En la selva del Darién veníamos con unas mujeres y las violaron, a nosotros nos robaron los teléfonos”, cuenta sobre este tramo del camino donde abundan las bandas criminales.
En el camino, mascota y amo han sobrevivido de la caridad y compartido el mismo plato. También han dormido en la calle, pues algunos refugios no permiten animales.
Un día antes de embarcarse en el río, Gilberto, “Negro” y otros nueve caminantes hacen escala en la Casa del Migrante, una organización humanitaria que tiene un local en esta frontera. Allí se alimentan.
“Hemos venido entre montañas, ríos, quebradas, (y) la policía robándonos”, relata Moisés Ayerdi, un nicaragüense de 25 años que dice huir de la pobreza y de la represión en su país, donde dejó a su esposa y a una hija de tres años.
Todos quieren conseguir trabajo en Estados Unidos para mandar plata a sus familias, y luego financiarles el viaje para reunirse.
La rústica embarcación sobre el río Suchiate es empujada por un hombre con una vara larga. En cuanto tocan tierra del lado mexicano, “Negro” salta de los brazos de su amo y se adelanta en el sendero.
Ya no solo es un perro, también “es un migrante”, dice Gilberto mientras sonríe.