En el frío y húmedo sótano de un hospital de niños de Chernígov, en Ucrania, unas pinturas en las paredes dibujan un enorme arcoíris y una bandera ucraniana. Aquí se refugiaron los niños enfermos cuando las bombas rusas empezaron a llover sobre la ciudad el 24 de febrero.
Para matar el tiempo durante las horas y los días de encierro en este lugar sofocante, los niños dibujaron en las paredes. Algunos escribieron su nombre en un montón de globos: Myroslava, Vasylyna, Glasha, Ulya...
“No los conté pero había realmente muchos”, dice Natalia, de 30 años, miembro de las Fuerzas de Defensa Territorial ucranianas y antigua arquitecta.
El hueco de la escalera está hundido, las tuberías partidas y todo el lugar huele a humedad.
“Afortunadamente, los niños fueron retirados de aquí antes de que no hubiera ni electricidad, ni agua, ni calefacción”, explica Natalia. “Tuvieron una oportunidad de sobrevivir”.
Cicatrices de guerra
A solo 50 km de la frontera con Bielorrusia, Chernígov se vio rodeada desde el comienzo de la invasión, en medio del camino del ejército ruso hacia Kiev, la capital.
Las tropas de Moscú nunca tomaron Chernígov. Pero la bombardearon sin descanso durante más de un mes, antes de retirarse hace apenas unos días cuando Rusia decidió concentrar su ofensiva en el este de Ucrania.
Las secuelas de los ataques se ven por todos lados.
Muchas construcciones están agujereadas por las explosiones. Las últimas plantas de un hotel han desaparecido, dejando una extraña marca circular, como si alguien lo hubiera mordido desde el cielo. El zacate de la cancha de fútbol está destruido por las bombas.
El hospital de niños no se salvó del fuego ruso. Los vidrios están llenos de huecos. Una de las plantas superiores fue atravesada por un obús y ahora solo sirve para almacenar comida.
En el exterior, hay un saco lleno de piezas de Lego junto a otro con todos los restos de municiones recogidos.
Los niños, algunos en tratamientos contra el cáncer, fueron trasladados más al sur.
“Las bombas de racimo caían, tenemos restos de esas bombas”, explica Olena Makoviy, de 51 años. “Los heridos, tanto adultos como niños, fueron llevados al hospital pediátrico”.
“Desde los primeros días de la guerra, era aterrador”, continúa. “Llevaban chicos aquí, chicos lindos, jóvenes, pero que ya habían perdido la vida”.
Hay que seguir viviendo
Las autoridades locales estiman que alrededor de 350 civiles murieron en Chernígov.
El secretario del consejo municipal, Oleksandr Lomako, asegura que la ciudad fue escenario de “crímenes de guerra” cometidos con ayuda “de artillería, de armas pesadas y de bombas”.
Asegura que hubo civiles asesinados mientras hacían fila para conseguir pan o agua y que, a principios de marzo, un ataque aéreo contra un edificio de doce plantas causó entre 45 y 50 muertos.
Sus cuerpos fueron sepultados por sus vecinos en una fosa común en el bosque. En el claro donde se localiza, Galyna Troyanovska, de 66 años, busca el lugar exacto donde fue enterrado el hijo de uno de sus amigos.
Como los niños del hospital, ha vivido el ataque ruso escondida bajo tierra. “No hemos salido del sótano”, explica. “No había agua, ni electricidad, ni gas, las paredes temblaban”.
“Intentamos no llorar. Hemos llorado ya tanto antes”, continúa diciendo. “Nos aguantamos las lágrimas porque tenemos que continuar viviendo”.