Parkland, Estados Unidos.
AFP
Nicole Suárez está bien. Físicamente. Pero no ha podido dormir y de ahora en adelante tendrá miedo de ir a la escuela. Hace unas horas, su padre le imploraba que escribiera “aunque sea una letra”.
Es una de las sobrevivientes del tiroteo que dejó 17 muertos en Florida el día de San Valentín.
Cuando Nikolas Cruz, de 19 años, abrió fuego contra la escuela Marjory Stoneman Douglas en Parkland, una ciudad unos 80 kilómetros al norte de Miami, Nicole se metió con su mejor amiga en un salón de clases. Cruz fue acusado de 17 cargos de asesinato premeditado e
ingresó la madrugada de este jueves a la cárcel aún vestido con la bata de hospital que recibió cuando se le había atendido por problemas respiratorios tras su captura.
Nicole amplía la triste narración: “nos empujaron contra la pared, éramos como 40 chicos allí y el profesor estaba subido al escritorio, todo el mundo estaba como loco, llamando a sus padres, llamando a la policía”, cuenta.
En la mañana del miércoles habían tenido un simulacro de incendio y, además, los cerca de 3.000 estudiantes fueron alertados a principios de año de que eventualmente se realizaría un simulacro de tiroteo, y que iba a ser muy realista y sin previo aviso.
Por eso, al principio, muchos pensaron que se trataba de una prueba.
Pero luego los disparos y los gritos de los estudiantes los fueron convenciendo de lo contrario.
“Cuando comencé a caminar por el pasillo, escucho ‘bap, bap, bap’. Entonces veo que los niños están corriendo hacia mí gritando ‘¡devuélvete, devuélvete!’ Y todo el mundo estaba tratando de entrar a las aulas”, cuenta Nicole.
“Y decíamos oh, Dios mío, porque podíamos escuchar al atacante fuera de nuestra puerta. Estaba disparando, literalmente. Un profesor que murió estaba en el salón de clases a dos puertas de la nuestra”.
Nicole también escribió a sus padres. Ahora, en la seguridad de su casa en Coral Springs, la joven muestra los mensajes de texto a periodistas de AFP.
“Llama a la policía, hay un tiroteo en la escuela”, le escribe la niña a su padre. “No me llames. Te amo”.
Luego se dan varios mensajes del padre, uno tras otro, que no reciben respuesta:
”¿Nicole estás bien?”
“Por favor contéstame”
”¿Nicole dónde estás?”
“Por favor sólo escríbeme algo para saber que estás bien”
“Aunque sea una letra”
De inmediato la madre de Nicole también intenta conectarse con ella, también sin éxito. Mavy Rubiano cuenta con lágrimas: “Yo trataba y trataba de comunicarme con ella y ella no respondía mis mensajes, fueron momentos muy angustiosos”.
“Tú mandas a tu hijo a la escuela seguro de que va a estar protegido”, dice Rubiano, una colombiana de 47 años.
Mientras la madre vivía esta angustia, Nicole tenía la circulación de las piernas cortada por pasar tanto tiempo acuclillada, escondida. Cuando un equipo SWAT encontró a su grupo, fue una de las primeras en salir.
El oficial le dijo: “No mires, sigue corriendo, no pares de correr sin importar lo que veas”, cuenta Nicole.
Pero ella desobedeció y miró. “Vi cuerpos que no sé si estaban vivos o muertos pero que me parecían muy tiesos”.
Finalmente se encontró con su padre en el hotel Marriott cercano a la escuela.
“No había llorado en todo ese tiempo, hasta que uno ve a sus padres y siente como... ah, es un alivio, pero es triste. Ni siquiera sabía si llorar o estar feliz porque había podido salir. Todo eran sentimientos encontrados”.
“Obviamente voy a tener miedo. íTengo sólo 15 años! Uno nunca se imagina esto. Salió completamente de la nada”, cuenta.