Agotada tras el velorio en la madrugada, Mariela López encabeza el cortejo fúnebre detrás de un elegante carruaje negro tirado por caballos rumbo al cementerio de Granada, ciudad colonial de Nicaragua, donde ricos y pobres comparten esta tradición que data del siglo XIX.
En el féretro va su madre. “Le estamos cumpliendo. Ella me pidió que, en dado caso que ella llegara a faltar, a fallecer, que la lleváramos en lo tradicional, en coche”, cuenta con tristeza López, de 42 años.
A lo largo del recorrido de 7 kilómetros entre su modesta casa y el cementerio, cuatro músicos, con guitarras y trompetas, tocan melodías que su madre también había pedido para su funeral.
Asentada a orillas del lago Cocibolca, Granada, 46 kilómetros al sur de Managua, conserva la antigua costumbre de los funerales con carruajes negros, de madera tallada, adornados con flores, cortinas blancas en las ventanas de vidrio y tirados por dos caballos cubiertos con una malla blanca u oscura.
Enfundado en un traje azul con rayas grises y camisa blanca que engalana con una boina y una corbata negras, Raúl Corea, de 41 años, lleva con solemnidad las riendas del coche.
Atrás va una treintena de dolientes cuyo paso ralentiza el tráfico, pero ningún conductor se queja. Los granadinos también usan coches o berlinas como transporte público, y para los turistas es un paseo de rigor.
“Este tipo de transporte es lo típico en Granada, aquí lo usa desde el más pobre hasta hasta el más rico”, afirma Corea.
Trabaja como cochero de carruajes de este tipo desde hace 13 años para varias funerarias en Granada.
“Uno se conmueve al ver a la gente llorar, pero al final uno se acostumbra a eso, ya es una rutina para mí”, añade Corea, un hombre delgado y de baja estatura.
Sin embargo, asegura que le gustaría que su hijo Ariel, de 15 años y a quien le enseñó el oficio, hiciera otra cosa en la vida. El adolescente ya tuvo su primer cortejo, llamado de emergencia por una funeraria.
“Muy pocas personas lo quieren hacer, porque hay que tener paciencia”, comenta Corea.
“No hay categoría”
Miguel Mayorga, de 72 años, dueño de la funeraria María Auxiliadora, cuenta que hace 35 años elaboraba muebles de madera, pero empezó a fabricar ataúdes para sortear una crisis económica.
Adquirió un carruaje abandonado en otra funeraria, lo restauró y ofrece el servicio completo con féretro, flores y traslado al cementerio.
“El coche lo lleva el más rico, el medio rico y el que no tiene casi nada, no hay distinción. En los coches no hay categoría como sí hay en las cajas (ataúdes)”, que su precio depende del estilo y de la calidad de la madera, afirma.
Igual que en el caso de la madre de López, el cuerpo del empresario Alfredo Pellas Chamorro, patriarca del Grupo Pellas (uno de los más poderosos de Centroamérica), fue llevado al cementerio en un carruaje tirado por caballos. Murió a los 97 años, en 2015.
LEA MÁS: En medio de clamores de liberación, Nicaragua dice que cumple con protocolos médicos de obispo preso
El traslado en el carruaje fúnebre cuesta el equivalente a unos 40 dólares (unos 20 mil colones), pero dependiendo del ataúd y la ornamentación, el funeral puede llegar a costar entre unos 200 y más de 800 dólares (entre 106 y 423 mil colones).
Aunque las funerarias disponen de modernos carros fúnebres, los granadinos quieren mantener la tradición, asegura Carlos Chavarría frente a una iglesia de Granada, tras el sepelio de su anciano padre.
“A mi mamá, ahorita mi papá y a un hermano mío los hemos llevado en estos coches”, dice Chavarría, de 55 años.
El coche fúnebre de su padre lo condujo Ariel, el hijo de Corea. Cuando muera, dice Chavarría, será en carruaje con caballos que recorrerá también, por última vez, las calles adoquinadas de Granada.