Al cruzar la noche del domingo (20 de enero) al lunes (21 de enero), la Luna se ocultó antes de reaparecer vestida de un suave brillo rojo, durante un eclipse total visible en América, Europa y África.
En México y Los Ángeles, de París a Uarzazat, las miradas se clavaron en el cielo para observar el fenómeno, alrededor de la medianoche para el continente americano, poco antes del amanecer para tierras europeas y africanas.
El eclipse duró unas tres horas: una primera hora en que la Luna llena fue suavemente tragada por la sombra de la Tierra, luego una hora de eclipse total y finalmente una hora en que la Luna progresivamente se asomó nuevamente plena y brillante.
La Luna era una "Súper Luna", el término usado cuando el satélite se encuentra a una distancia relativamente cerca de la Tierra, unos 358.000 kilómetros, por lo que se vio más grande de lo normal.
Además, en dirección este, Venus y Júpiter brillaron en el cielo nocturno.
Durante la fase total del eclipse, la Luna apareció pintada de tonos rojos o rosados. Los estadounidenses llaman a este efecto "Luna de sangre".
Ese teñido se debe a que durante un eclipse los rayos del Sol impactan directamente sobre la Luna porque la Tierra está en el medio. Estos rayos solares son filtrados por la atmósfera: los rayos rojos se desvían hacia el interior del cono de sombra y, por lo tanto, hacia la Luna, mientras que los azules se van hacia el exterior.
En Londres, los aficionados a la astronomía no tuvieron suerte: las nubes bloquearon la vista. Pero los habitantes de Villa Nueva, en Guatemala, de Montevideo, México, Miami y París tuvieron cielos abiertos al espectáculo. Igual que muchos ticos que aprovecharon las zonas altas del país para tirarse el fenómeno natural.
Los eclipses lunares totales o parciales ocurren al menos dos veces al año, dice Florent Deleflie, astrónomo del Observatorio París-PSL, aunque no son visibles en todas partes.
Es raro poder observar completamente eclipses totales. El del domingo fue el último hasta mayo de 2021.