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La CIA entrenó animales durante años para que fueran espías

Recurrió a cuervos, delfines, halcones, palomas y búhos

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Do Da era vivísimo, pero tuvo un mal final. Foto de referencia (AFP)

A comienzos de 1974, Do Da era el primero de su clase de espionaje y en camino a convertirse en agente de la CIA de alto vuelo: tenía un mejor desempeño cuando estaba bajo presión, podía cargar más peso que los demás y escapar de quienes lo atacaran.

Pero cuando fue sometido al examen más difícil de su entrenamiento desapareció tras ser vencido por dos ejemplares de su misma especie: cuervos.

El pájaro fue por mucho tiempo una figura central de un programa que la CIA utilizó durante la Guerra Fría en su lucha contra la Unión Soviética.

La agencia de inteligencia publicó la segunda semana de setiembre decenas de documentos sobre programas de entrenamiento de gatos, perros, delfines y pájaros a los que pretendió emplear como “espías”.

La CIA analizó la manera de utilizar gatos como escuchas itinerantes –“vehículos de vigilancia de audio”– y colocar implantes eléctricos en el cerebro de perros para ver si podían ser controlados a la distancia. Pero ninguno de esos programas llegó demasiado lejos.

Más fuerza tomaron los experimentos con delfines, que fueron entrenados para convertirlos en potenciales saboteadores y espiar a los submarinos nucleares soviéticos, acaso la mayor amenaza para el poderío estadounidense a mediados de los años 1960.

Los proyectos Oxygas y Chirilogy apuntaron a determinar si los delfines podían ser entrenados para remplazar a los buzos humanos y colocar explosivos en barcos amarrados o en movimiento o escabullirse en los puertos soviéticos con el fin de depositar balizas acústicas o instrumentos de detección de misiles.

También estos proyectos terminaron siendo abandonados.

Querían saber si los delfines podían colocar explosivos. AFP (HO/AFP)

Pájaros en la mira

Pero lo que acaparó la imaginación de los responsables de la inteligencia estadounidense durante la Guerra Fría fueron los pájaros: palomas, halcones, cuervos, búhos e incluso ciertas aves migratorias.

La CIA llegó a reclutar a expertos en aves para que determinaran cuáles pájaros migratorios pasaban una parte del año en una región situada al sureste de Moscú, en el entorno de la ciudad de Chikhany, en la que los soviéticos disponían de fábricas de armas químicas.

La agencia percibía a los pájaros como "sensores vivos" que, sobre la base de su alimentación, podían revelar en sus entrañas las sustancias que los soviéticos estaban experimentando.

A comienzos de los años 70, la CIA se inclinó por las aves rapaces y los cuervos, con la esperanza de que pudieran ser entrenados para participar en misiones como la colocación de micrograbadores en los vanos de ventanas.

En el marco de un proyecto bautizado como Axiolite, entrenadores basados en la isla San Clemente, en la costa sur de California, enseñaron a pájaros a volar kilómetros y kilómetros entre un barco y la costa.

Moscú era una ciudad de la cual la CIA quería saberlo todo. (MLADEN ANTONOV)

Si uno de los "candidatos" aprobaba el examen, se lo enviaba a territorio soviético con una cámara colgada a su cuerpo para tomar imágenes y regresar al punto de partida.

Las aves eran inteligentes pero "tal vez demasiado lentas para evitar los ataques" de otros pájaros, consignó un informe. Dos halcones murieron de enfermedades.

El pájaro más promisorio era el cuervo Do Da. Resistente, capaz de determinar altura y vientos favorables y suficientemente astuto como para burlar los ataques de sus semejantes: era “la estrella del proyecto”, según escribió un científico.

Pero la sesión de entrenamiento del 19 de junio resultó fatal. Otros cuervos lo atacaron y nunca más se lo vio.

Muchas de las palomas mensajeras huyeron y nunca más se les vio. (Alonso Tenorio)

Las palomas, utilizadas durante dos milenios como mensajeras y para tomar fotografías durante la Primera Guerra Mundial, fueron otra de las grandes esperanzas de los servicios de inteligencia norteamericanos.

La CIA disponía de centenas de palomas, a las que entrenaba en su territorio equipándolas con cámaras.

El objetivo era que espiaran los astilleros de Lenigrado (actual San Petersburgo), donde los soviéticos construían sus submarinos nucleares.

Pero la experiencia no resultó lo bastante buena: muchas de las aves huyeron con sus costosas cámaras a cuestas y nunca más se las volvió a encontrar.

Los documentos publicados no especifican si se llegó a realizar la operación de Leningrado, pero un informe de la CIA de 1978 señala claramente que existían demasiados interrogantes acerca de la fiabilidad de estas aves.

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