Managua, Nicaragua
AP
Un domingo reciente el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, habló a los asistentes a la misa que oficiaba sobre el amor y sus múltiples formas.
Pronto quedó claro que el sermón de Báez no era solo para las 300 personas sentadas en sillas de plástico en medio de un calor sofocante, sino también para el presidente de Nicaragua, Daniel Ortega.
Docenas de jóvenes manifestantes habían sido asesinados en varios días de enfrentamientos con la policía en medio de llamados para que Ortega dejase el poder tras una década en el cargo.
“Denunciar y manifestarnos públicamente en contra de acciones, procesos históricos, decisiones políticas que van en contra de la gran mayoría es también amar” , dijo Báez añadiendo que si la presencia de una persona causa inestabilidad “ceder o retirarse puede ser un acto de amor” .
Así comenzaba el último giro en un baile de 40 años entre la religión predominante en Nicaragua, la católica, y Ortega, un exguerrillero marxista que llegó a enfurecer al Vaticano pero que gradualmente forjó una alianza con la Iglesia.
Las protestas, que han continuado aunque a menor escala, han arrinconado al mandatario, quien pidió a la Iglesia que medie en la situación.
Las conversaciones comenzaron este miércoles tras el visto bueno de Ortega a cumplir las condiciones de la Iglesia, una de las cuales es “revisar el sistema político de Nicaragua desde su raíz, para lograr una auténtica democracia” .
Ortega controla todo. La policía nacional y el ejército y la Corte Suprema y el Congreso tienden a estar a su favor. Sus rivales lo acusan de inclinar el terreno electoral de su lado. Pero las protestas lideradas por estudiantes y respaldadas por la comunidad empresarial y la Iglesia católica, suponen la mayor amenaza a su gobierno desde el triunfo en las elecciones de 2006 que lo devolvió a la presidencia 16 años después.
Por primera vez en 11 años en el poder, el presidente nicaragüense Daniel Ortega concurrió al inicio de un diálogo nacional con diversos sectores para buscar una solución a la crisis política y que ha provocado la muerte de más de 60 personas en la represión de protestas sociales.
Acompañado de su esposa, la vicepresidenta y vocera del gobierno Rosario Murillo, quien tiene gran poder, el gobernante llegó a las instalaciones del Seminario Interdiocesano Nuestra Señora de Fátima, rodeado de un impresionante dispositivo de seguridad de más de 500 antimotines.
“¡Asesinos, asesinos, asesinos!” , les gritaron a coro decenas de activistas y manifestantes apostados en la entrada del sitio mientras la caravana de seguridad rodeaba los vehículos en los que se trasladaba la pareja presidencial.
“Han matado a nuestros jóvenes, a nicaragüenses que solo reclamaban por un país mejor. Queremos justicia y que se vayan” , dijo en medios de lágrimas Juanita Jiménez, activista del Movimiento Autónomo de Mujeres.
Los líderes religiosos ya han presentado sus demandas.
“Esperamos que haya serias reformas electorales, cambios estructurales en el poder electoral, elecciones libres, justas y transparentes, observación internacional sin condicionamiento ninguno”, apuntó Rolando Álvarez, obispo de Matagalpa y miembro de la Conferencia Episcopal de Nicaragua. “Efectivamente la democratización del país”.
Un sacerdote de la diócesis de Álvarez sufrió una herida de metralla en el brazo el martes mientras trataba de separar a manifestantes y la policía en Matagalpa, pero su vida no corre peligro, dijo un comunicado.