Nikolai Mavsissan toma el volante del carro con nerviosismo. Este chofer, voluntario, tiene menos de una hora a bordo de su minibús blindado para entrar y salir de Lyman, ciudad casi rodeada en el este de Ucrania, para llevar pan a los civiles y volver con los que quieren irse.
“Voy a conducir muy, muy rápido. Tengo miedo. Bombardean tanto, contra nosotros incluso, desde todas partes” advierte el joven antes de tomar la carretera que se adentra en un bosque, acompañado por policías.
La operación, que consiste en depositar 150 kilos de pan para ayudar a los últimos civiles a aguantar el asedio de las tropas rusas, y luego regresar con quienes aceptan irse, no está coordinada con las tropas enemigas.
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En la ciudad fantasmal, el minibús, único vehículo visible a la redonda, circula en medio de silbidos que anuncian las explosiones, varias veces por minuto.
“¡Bajen la cabeza!”, grita un policía a los pasajeros. Un obús, caído en la carretera, envía esquirlas contra el vehículo, dejando un pequeño hueco en una de las ventanas supuestamente blindadas.
“Llegamos en dos minutos”, anuncia a una familia, Igor Ugnevenko, jefe de la policía local que participa cada vez con menos entusiasmo en estos recorridos humanitarios, pues considera que “los que se quedan están simplemente locos”.
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El domingo, cuatro civiles resultaron heridos y siete muertos en plena calle, debido a los numerosos bombardeos, según el alcalde.
El drama acabó por convencer a algunos que no pensaban irse. “La mitad de la ciudad está destruida”, dice uno de sus habitantes, mientras carga su Lada rojo. “Ya no tengo casa”, explica.
El minibús de Nikolaï se va esta vez con 12 civiles: dos mujeres jóvenes, una familia, y personas mayores.
Capturados
En Lyman, 22 de las 40 aldeas cercanas han sido “capturadas” en una semana por las tropas rusas, según el alcalde Oleksandre Juravlev.
La localidad, que contaba con 20.000 habitantes antes de la guerra, es la última ciudad a tomar por el ejército ruso antes de llegar a Sloviansk, una de las principales poblaciones de la región, considerada como crucial en el plan de invasión de Moscú.
Desde Lyman, les queda a los tanques rusos 20 km para llegar a Sloviansk, y deben atravesar un río.
El puente ferroviario que pasa por el río Donets ya fue destruido el viernes, en circunstancias aun no esclarecidas, pero habría sido alcanzado por un “cohete ruso” según los militares ucranianos.
La estructura metálica está cortada en dos, y dos vagones de mercancías que se hallaban en el puente cayeron y se hundieron en las aguas del Donets.
A 200 metros en paralelo, un puente vial sigue en pie, pero está ya lleno de cargas explosivas. Una unidad espera, cerca, en los bosques, hasta recibir la orden de activar la carga explosiva.
Los rusos “pueden llegar en una hora, o mañana, haremos pasar a nuestros soldados y luego habrá que hacer estallar” el puente, dice uno de los militares ucranianos, que responde al nombre de “Ingeniero”
“Es siempre difícil destruir una de nuestras infraestructuras, pero entre salvar un puente y proteger una ciudad, no podemos dudar” agrega el militar.
Al cortar esta vía, las tropas ucranianas esperan ganar “dos semanas” antes de que los rusos tomen Sloviansk, obligándolos además a hacer un gran desvío.