Elsa, una perra socorrista, descrita por su adiestrador como “la mejor”, trabaja junto a militares y rescatistas en la desesperada búsqueda de sobrevivientes tras el devastador terremoto que azotó el centro de Japón.
Atravesando ágilmente tejas sueltas y vigas de madera, Elsa olfatea entre los escombros de una casa en ruinas en Wajima, una de las ciudades más afectadas por el sismo de magnitud 7,5 del día de Año Nuevo.
Junto con los equipos de rescate y militares, la perra negra y con orejas puntiagudas busca a una anciana que se teme que esté atrapada bajo los escombros de su casa.
“Por favor Elsa, por favor, encuéntrala”, le ruega una persona, entre una multitud de vecinos y rescatistas que observan sus esfuerzos.
El animal fue traído a esta ciudad costera por Yasuhiro Morita desde su centro de adiestramiento de perros socorristas, situado a unos 500 kilómetros, en la región occidental de Tottori.
“Está entrenada para ladrar cuando encuentra un cadáver”, explica Morita.
“Pero hoy solo merodeó entre la multitud, lo que probablemente signifique que no había ningún cadáver allí”, añadió.
Morita describió a Elsa como “la mejor en el oeste de Japón”. Pero este no es el único can desplegado en las tareas de rescate. El ministro de Defensa anunció que otra perra socorrista, Jennifer, encontró con vida a una anciana atrapada bajo escombros.
Los daños son enormes en Wajima y otras partes de la prefectura de Ishikawa, ubicada en la costa del mar de Japón.
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Fuertes réplicas han sacudido la región desde el asolador terremoto del lunes, que provocó corrimientos de tierra, un importante incendio y un tsunami con olas de más de un metro de altura.
Según las cifras más recientes del viernes, hay 94 muertos confirmados y 222 desaparecidos.
Además, el agua y la comida escasean. “Apenas han llegado suministros, pero supongo que ya están en camino”, confía Hiroyuki Hamatani, un habitante de Wajima de 53 años.
“¡Respondan, por favor!”
Los túneles de las afueras de Wajima, una ciudad de unos 23.000 habitantes, están parcialmente bloqueados por rocas.
A los que llegan a la ciudad les esperan imágenes muy impactantes.
Un imponente edificio de siete plantas yace de lado, mientras que postes de electricidad caídos impiden el paso por una calle.
“¿Hay alguien ahí? ¡Respondan, por favor!”, grita un militar mientras su equipo busca entre las ruinas de una casa a otro habitante desaparecido.
El sismo provocó también un enorme incendio que arrasó con una zona donde había un mercado y donde en total unas 200 estructuras se quemaron.
Shinichi Hirano, de 47 años, contempla las ruinas.
“Aquí es donde estaba la casa de mi abuela, pero se quemó”, dijo.
“Ella falleció hace tiempo, así que su casa estaba vacía, pero aún así esta zona estaba llena de buenos recuerdos”, añade, mostrando el lugar donde estaba una pastelería que solía frecuentar de niño.
“Pero todo se esfumó. Ahora solo veo ruinas”, dice con una sonrisa triste. “No tengo palabras”, añade.
Un hombre de 80 años, que no quiso dar su nombre, contemplaba con tristeza la desolación.
“Vine a ver cómo están mis parientes, pero aún no he podido verlos”, dice el anciano.
“Esto es terrible, terrible”, suspira. “Es como si hubiera habido una guerra”.