En su hogar de ancianos del sur de Francia, la hermana André deja siempre su puerta abierta por si alguien quiere pasar a saludar. A sus 118 años, la que quizá sea la mujer más anciana del mundo, no aborrece las visitas.
Lucile Randon, más conocida como la hermana André, ya era la persona más vieja entre franceses. Este lunes, tras el anuncio de la muerte de la mujer más anciana del mundo, la japonesa Kane Takana, 13 meses mayor que ella, la religiosa francesa superó una nueva etapa.
“Una etapa”, comentó sonriendo su secretario de prensa, David Tavella. “Su objetivo final es batir a Jeanne Calment”, otra francesa, fallecida a los 122 años en Arles (sur de Francia) en 1997.
“Ella está feliz, le gusta que le prestemos atención e inmediatamente pensó en todo el personal” del establecimiento para personas mayores dependientes en el que vive, añadió Tavella.
La hermana André, de rostro delicado y gran memoria, se presenta siempre vestida de monja, con un velo azul.
Cuando un equipo de la agencia de noticias AFP se reunió con ella en la localidad francesa de Toulon, a orillas del Mediterráneo, la mujer parecía limitarse a esperar la mayor parte del tiempo, sentada en su silla de ruedas, con la cabeza baja
Con sus ojos, que ya dejaron de ver, cerrados, quizás piensa, reza, dormita.
En su habitación hay una cama individual, una virgen y una radio apagada desde hace meses... La marcha del mundo le preocupa demasiado. En aquel entonces, confió que deseaba “morir rápidamente”.
Su jornada empieza pronto. “A las siete de la mañana me levantan y me sientan a la mesa”. A continuación, la trasladan a la capilla, donde Lucile Randon, que tomó el hábito con más de 40 años, escucha el oficio religioso cada mañana.
“Es terrible no poder hacer nada sola”, se queja esta mujer que trabajó hasta finales de los años 70 y que cuando tenía 100 años se ocupaba aún de residentes más jóvenes que ella.
Feliz en compañía
Pero conserva lo más bonito, a su juicio, el contacto con los demás. “Me alegra cuando vienen a hacerme compañía, como David. David es un encanto, ¿lo conoce?”, dice con su mano enlazada a la de su confidente.
David Tavella, animador en esta residencia de ancianos, gestiona las solicitudes de periodistas de todo el mundo. Y los regalos y cartas.
El presidente francés Emmanuel Macron, el 18º jefe de Estado que llega al poder con la monja viva, envió por escrito a la anciana sus mejores deseos para 2022.
Hasta los 122
Ahora, ¿es Lucile Randon, nacida el 11 de febrero de 1904 en Alès (sur), la persona más vieja del planeta?
Quizá lo sea, hasta que se demuestre lo contrario. Pues, en el pasado, ya ocurrió que personas aún mayores terminaron sacudiendo los datos de la base científica IDL (International Database on Longevity), tras darse a conocer por el libro Guinness de los Récords.
Cuando se trata de la esperanza de vida, se cita a menudo Japón o las “zonas azules”, regiones de Cerdeña (Italia), Grecia o Costa Rica que cuentan con un gran número de centenarios. Francia, menos.
En Costa Rica es muy conocido el caso de José Uriel Delgado, más conocido como Chepito y quien falleció el jueves 27 de mayo del 2021 a los 121 años de edad.
Era, sin duda, el costarricense más viejo del país, pero los Récord Guinness nunca lo incluyeron en su lista de las personas más ancianas del planeta.
En octubre del 2018, con nada menos que 118 años, lo operaron para quitarle una hernia que le daba problemas al comer. El 19 de enero del 2021 recibió su primera dosis contra el covid-19.
El caso de Jeanne Calment sí pudo ser verificado. Es quien ha vivido más tiempo en la historia de la humanidad. Murió en Arles (Francia) a los 122 años.
André Boite también vive en el sur de Francia. A sus 111 años, es uno de los pocos hombres del mundo “supercentenarios” (más de 110 años), sigue residiendo en su casa en Niza y le gusta vestir traje con chaleco.
Según la oficina de estadísticas Insee, unos 30.000 centenarios viven en Francia y 40 superan los 110 años. En el mundo había medio millón de centenarios en 2015, según la ONU, que proyecta 25 millones para 2100.
Pero, ¿cómo viven su longevidad?
Bien de salud
Cuando se le recuerda a Hermine Saubion, que tiene 110 años, responde: “Aguanto”.
La supercentenaria acaba de despertarse de una siesta en su silla de ruedas a la entrada del restaurante de su residencia de ancianos en Banon (sureste de Francia).
Su bello rostro cobra vida, aparece una gran sonrisa, una mirada intensa. La mujer no tiene problemas de salud, sino incapacidades físicas y una sordera severa que la aísla.
“Si se queda demasiado tiempo sola en un lugar, no duda en manifestar su disconformidad”, confirma Julien Fregni, un trabajador social.
Esta marsellesa, que conoció un gran amor antes de cuidar a su madre viuda, nunca buscó vivir tantos años, sólo llegó. Al igual que su hermana Emilienne, de 102 años, otra centenaria de la residencia.
La hermana André tampoco tiene problemas de salud, más allá de la rigidez muscular y articular ligada a su inmovilidad y toma muy pocos medicamentos al día, sin duda “uno de sus secretos de longevidad”, según su médica Geneviève Haggai-Driguez.
Sobrevivió sin problemas al covid-19, que le provocó un poco de cansancio. “Cuando hablamos con ella, asegura: ‘De todas formas, tuve la gripe española’”, explica la doctora. Hablamos de 1918.
Los especialistas constataron de hecho que los ancianos nacidos antes de la epidemia de gripe española resistieron mejor al covid-19 que los nacidos después.
No muy lejos, en Valréas, vive Aline Blaïn, una exmaestra de 110 años. Autoritaria y dulce a la vez, a esta “estrella” de su residencia le gusta hojear la revista Paris Match.
“Lo más importante para mí es la visita de mi hija, de las pequeñas”, asegura. A sus 76 años, su hija Monique cuida de ella casi diariamente.
Aunque se muestran resistentes, estas personas han visto desaparecer a muchos a su alrededor y ya no tienen a nadie con quien compartir su historia de vida.
A Aline Blaïn le gustaría que se olvidaran de su edad. “De todas formas, ya no tengo edad”, asegura.
Sobre la muerte, hablan sin problemas es su día a día. “Esperamos”, asegura Hermine. “Esperamos el final, la muerte, que un día llegará”.
La hermana André se siente preparada. “Pasar todo el día sola con tu dolor no es divertido”, pero “Dios no me escucha, debe estar sordo”.
Pasión y coquetería
La ciencia no ha logrado todavía desvelar el secreto de por qué algunas personas llegan a vivir tantos años. “No tenemos ninguna certeza, sino hipótesis”, asegura Jean-Marie Robine, demógrafo y gerontólogo.
El experto cita la riqueza económica, la democracia, la alimentación con “dos grandes regímenes alimentarios: el japonés (pescado, verduras) y el mediterráneo (pescado, huevos, carne fresca, cereales)”.
A todo esto se suman las características propias de la persona, los genes o la ausencia de genes vinculados a factores de riesgo.
Daniela S. Jopp, profesora de psicología del envejecimiento de la universidad suiza de Lausana, cita también el “optimismo”, que está vinculado a “mecanismos del sistema inmunitario”.
En sus estudios en centenarios de Alemania y Estados Unidos, la investigadora encontró rasgos comunes: son extrovertidos, tienen carisma, disfrutan las relaciones sociales, tienen pasiones, son capaces de dar sentido a la vida y saben adaptarse.
La coquetería podría ser otro para Hermine, que exige bonitos peinados como sus dos moñitos que llama cariñosamente “los cuernos del diablo”, y para Aline, que pide vestidos y chalecos que combinen.
Porque, como dice la hermana André, lo más importante en la vida es “compartir un gran amor y no ceder en cuanto a sus necesidades”.