De niña, Enma Pescador se sentaba con su abuela a contemplar los colibríes que chupaban flores en el patio de su casa en la zona rural de Venezuela. Ahora recibe a cientos en su jardín en Caracas, considerada un “edén” para estas aves.
Ella ha visto al menos 26 de las 35 especies identificadas en Caracas y alrededores desde que comenzó a poner bebederos hace unos 10 años, inspirada en aquellas tardes con su abuela.
La escena es así: bandadas de colibríes, que se desplazan a entre 50 y 120 km/h, se apoderan del espacio. Son tantos que el zumbido que emiten al batir las alas se escucha con total claridad.
Los bebederos se llenan de veloces aleteos azulados, violeta, verde, naranja, fucsia, rojizos... Sus tonalidades varían según la luz que reciben.
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Suelen darse feroces peleas entre estos pequeñines territoriales cuyos desafiantes movimientos los hacen parecer diminutos aviones caza.
Conforme se acerca la noche se concentran más en alimentarse.
Unas 100 especies han sido documentadas en Venezuela, según el naturalista Alberto Blanco Dávila, de los jardines ecológicos Topotepuy, donde estudian su comportamiento y los reciben en bebederos.
Enma Pescador, que se inició en la fotografía con una cámara de su hijo, ha captado momentos tan íntimos como una madre alimentando a su cría, que comparte en su cuenta en Instagram con más de 12.000 seguidores.
En promedio, destina unos tres kilos de azúcar por día que mezcla con agua y deposita en múltiples bebederos. De un kilo obtiene cinco litros de néctar y en los meses de migraciones, que van de mayo a julio, duplica la cantidad.
Los mantiene limpios para evitar la proliferación de hongos dañinos y es cuidadosa en la preparación del néctar, del que necesitan tomar tanto como puedan sobre todo en la tarde.
Con un metabolismo 77 veces superior al de un humano promedio, los colibríes gastan tanta energía durante el día, que por la noche entran en un estado de “sueño profundo” o “entorpecimiento”, semejante a una hibernación de “muy corta duración”.
Pescador, un ama de casa que se dedicó al jardín cuando sus hijos emigraron, ha rechazado su oferta de llevarla fuera de Venezuela. “Esto no lo tendré en ningún otro lugar”, dice sonriente.
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Muchos cada día
Es ensordecedor el bullicio de la ciudad que irrumpe en el apartamento de Tomás Fernández, pero no impide que los colibríes lleguen a los bebederos que puso en el balcón y las ventanas de la cocina y su habitación.
Fernández, un chef de 55 años que recibe unos 20 ejemplares por día de cuatro especies, describe Caracas como un “la ciudad de los colibríes”.
Blanco Dávila explica que Caracas es “una de las ciudades más biodiversas del mundo”, pese al caos y el ruido.
De hecho, en Topotepuy, un jardín privado de 554 hectáreas, que conserva la última “isla” de bosque nublado al sureste de Caracas, han sido documentadas 22 especies.
“Tienes demasiados ecosistemas”, remarca Fernández, que con los años se ha vuelto un conocedor de estas aves.
Todo alrededor de Fernández, amigo de Pescador y también dedicado a la fotografía de naturaleza, refleja su conexión con los colibríes: fotos y esculturas de madera de bambú hechas por él están regadas por su apartamento.
Lugar especial
Su relación con los “tucusitos”, como también se conocen en Venezuela, comenzó de manera accidental en 2009 luego de renunciar a su trabajo como chef principal en un lujoso hotel. Empezó en el jardín de su mamá, adonde llegaban por centenares, y ahora recreó en su apartamento un pequeño hábitat con ramas secas, claves para que puedan pararse.
La colocación de bebederos divide opiniones, pues algunos expertos en aves advierten que puede modificar los hábitos de los colibríes y afectar su rol polinizador.
“Un colibrí puede visitar en el bosque normal entre 1.000 a 2.000 flores diarias para alimentarse”, apunta Blanco Dávila, que considera que los bebederos representan “solo un complemento más” a una dieta que incluye ciertos insectos.
“No se está perturbando o no se está cortando su función de polinizadores, ellos siguen polinizando”.