Daniel Ortega, aquel guerrillero de gruesos anteojos que combatió a la dictadura de Anastasio Somoza, está, décadas después, atrincherado en el poder en Nicaragua, aunque ello le cueste ser comparado con el personaje que él mismo ayudó a derrocar.
En el poder desde 2007, a sus casi 76 años competirá para un cuarto mandato consecutivo el domingo, y parece tener la vía despejada para ello: sus principales rivales están detenidos bajo cargos de “menoscabar la soberanía del país”, creados por su propio gobierno.
Aunque sus mandatos han estado marcados por una estabilidad macroeconómica y modernización de la red vial, volvió a ser elegido en 2011 y 2016 en medio de interpretaciones que eliminaron el impedimento de reelección inmediata, encarcelando opositores y reprimiendo toda protesta y crítica.
Ello le ha valido sanciones de Washington y la comunidad internacional, mientras que sus críticos consideran que el gobierno de Ortega está tomado por su familia, empezando por su esposa y compañera de fórmula, Rosario Murillo.
Ellos “se están jugando la vida, porque sin poder político no pueden sobrevivir”, reveló desde el exilio la hija adoptiva de Ortega, Zoilamérica, quien en 1998 lo denunció por abuso sexual, lo que le valió la ruptura con su madre.
De guerrillero al poder
Nacido el 11 de noviembre de 1945 en el pueblo minero de La Libertad (centro) en el seno de una familia humilde y católica, de sus tres hermanos sobrevive Humberto, exjefe del ejército y quien, distanciado de él, vive en Costa Rica.
Monaguillo y con vocación sacerdotal, abandonó la facultad de Derecho para enrolarse en la guerrilla Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), hoy partido de gobierno.
Entonces flaco y con bigotes que conserva, fue uno de los verdugos de su propio torturador durante la dictadura somocista (1937-1979) y purgó siete años de cárcel por robar un banco para financiar a la guerrilla, según el periodista Fabián Medina, autor de El Preso 198, un perfil de Ortega.
Intercambiado luego por rehenes somocistas, Ortega se entrenó en Cuba y volvió a Nicaragua, con exilios intermitentes hasta el derrocamiento de Anastasio Somoza.
El comandante Ortega integró una junta de gobierno y luego fue elegido presidente, por primera vez, en 1984.
Para Medina, el poder llegó a Ortega por tres razones: desde los 15 años era un joven animado a cambiar la sociedad “por medio de la violencia”; “sobrevivió en ese intento” a diferencia de la mayoría de sus compañeros de armas; y “su personalidad calma y de pocas luces fue clave cuando se debió elegir a un jefe de Estado en medio de una lucha de egos de guerrilleros”.
En 1990, Ortega pierde la elección contra Violeta Barrios de Chamorro. Y no descansó hasta regresar al poder.
Rosario, la voz cantante
Desde 2017 lo acompaña en la vicepresidencia Rosario Murillo, de 70 años, vocera exclusiva y diaria del gobierno.
Su romance inició durante el exilio en Caracas. Antes, Ortega leía los poemas de Rosario en prisión, en los periódicos que entraban clandestinamente. Concibieron juntos siete hijos, a los que se sumaron otros tres de compromisos anteriores.
La pareja dirige con mano firme el FSLN y mantiene el control de todas las instituciones del Estado. Murillo enarbola, además, un discurso matizado con la religión.
“Ortega encontró en Murillo lo que a él le faltaba. Y Murillo encontró en Ortega el vehículo que necesitaba”, dice Medina en su libro.
Convertido en lo que combatió
El liderazgo de Ortega es exaltado por sus seguidores, sobre todo por los programas de combate a la pobreza que emprendió durante sus primeros años con ayuda de Venezuela.
“No ha existido en la historia del pueblo nicaragüense mejor gobierno que el del comandante Daniel”, según el presidente del Congreso, el sandinista Gustavo Porras.
En 2018 la administración de Ortega enfrentó protestas que fueron reprimidas duramente, con saldo de más de 300 muertos, más de un centenar de detenidos y miles de exiliados, según organismos de derechos humanos.
Ortega atribuyó la revuelta a un fallido golpe de Estado apoyado por Washington y que, según él, trató de ser replicado este año por unos 40 opositores a los que también detuvo, lo que le valió más sanciones internacionales.
“Piensan que con sanciones van a doblegar... Nicaragua ha pasado momentos más difíciles”, aseguró Ortega, aludiendo a los “Contras” financiados por Estados Unidos para derrocarlo en los 1980.
Para Moisés Hassan, excamarada de Ortega, al presidente “no le quedan aliados”, pues incluso líderes como el uruguayo José Mujica o gobiernos progresistas como los de Argentina o México han criticado la detención de opositores.
Para el escritor Medina, “Ortega terminó convertido en un personaje igual o peor que el que ayudó a derrotar, Anastasio Somoza”.