Con el cuerpo medio desnudo y lleno de barro que huele muy mal, Shafiq Masih sale como puede de la alcantarilla que acaba de limpiar a mano en un barrio acomodado de Lahore, en Pakistán.
Luego pedirá agua a los vecinos para poder lavarse en la calle. Una casa le dice que no, otra acepta de mala gana.
Shafiq es cristiano, como la gran mayoría de basureros y limpiadores de alcantarillas en Pakistán, donde estas profesiones están muy mal vistas, ya que están consideradas impuras por los musulmanes. Es una de las cruces que deben cargar para sobrevivir.
Con 44 años, cada día Shafiq pone en peligro su vida, en medio de gases tóxicos de los excrementos, substancias contaminantes y otros residuos. Limpia manualmente las canalizaciones obstruidas de Lahore, la segunda ciudad del país con 11 millones de habitantes.
“Es un trabajo difícil”, dice. “Cuando alguien baja (a la alcantarilla), tiene primero que sacrificar todo el respeto hacia sí mismo.
“Cuando estaba dentro, me cayó encima agua mezclada con detergente, porque la gente en el interior (de la casa) lavaba su ropa. (A veces), la gente va al baño, tiran de la cadena y toda la suciedad nos cae a nosotros”, explica.
En 2017, la muerte de un cristiano que había inhalado gas limpiando un cloaca en Umerkot (sureste del país) causó indignación en el país. Médicos musulmanes se negaron a curarlo, por no querer tocar un cuerpo sucio durante la festividad religiosa del Ramadán.
En Pakistán, muchos cristianos son descendentes de hindúes de castas inferiores, que se convirtieron durante la colonización británica para escapar de la discriminación contra su casta.
Los cristianos, que sólo representan 1,6% de la población paquistaní, ocupan más del 80% de los trabajos de basureros y limpiadores de alcantarillas, y el resto son principalmente hindúes, según grupos de defensa de las minorías religiosas.
Discriminación
Según estas organizaciones, aunque el sistema de castas no existe oficialmente en Pakistán, se mantiene en estas profesiones. El término “Chuhra”, que califica tradicionalmente la casta de los basureros, es considerado muy ofensivo y actualmente es sinónimo de cristiano.
Los pocos musulmanes que se ven obligados a aceptar estos empleos rechazan hacer las tareas más degradantes y suelen ocupar puestos de supervisores.
“Cuando necesitan trabajo, dicen que lo harán y bajarán a las cloacas. Pero una vez que lo han obtenido, no trabajan, porque dicen que tienen que rezar y su ropa puede volverse impura”, admite Shafiq.
En algunos casos, anuncios de trabajo de los organismos públicos especifican que los empleos de basureros, barrenderos o poceros están reservados a los “no musulmanes”.
La asociación de defensar de las minorías religiosas Center for Law and Justice (CLJ) contabilizó 290 anuncios de esto tipo en la última década.
Riesgos para la salud
Como en todo el país, las canalizaciones de Lahore son destaqueadas con un largo palo de bambú. Si esta técnica no funciona, se tiene que entrar en ellas y limpiar a mano.
Para este trabajo, con 22 años de experiencia, Shafiq gana 44.000 rupias (158.000 colones) al mes. Es el doble, no obstante, de lo que cobran los basureros.
Pero los riesgos que corre son inmensos: infecciones diversas (tuberculosis, asma, hepatitis, etc), enfermedades de la piel y los ojos...
Los accidentes de trabajo también ocurren. Al menos una decena de personas han fallecido desde 2019 en las alcantarillas de Pakistán, según un recuento del CLJ basado en informaciones de la prensa pero que se considera muy incompleto.
“Cuando salimos a trabajar, nunca estamos seguros de si volveremos”, asegura Shahbaz Masih, de 32 años, quien una vez se desmayó por los gases y tuvo que ser reanimado en un hospital.
Mary James Gill, una abogada y política paquistaní que dirige el CLJ afirma que “el Estado es directamente responsable de esta explotación”. En 2021 Mary James Gill recibió un premio de derechos humanos en Francia por su campaña “Sweepers are Superheroes” (Los barrenderos son superhéroes).
“Desde su contratación a su muerte, tenemos pruebas claras e innegables que son discriminados por la sociedad y el Estado”, insiste.
Pese a su experiencia, Shafiq sabe que no tendrá ningún ascenso en el trabajo ni dejará las cloacas. Pero cada día, le da “gracias a Dios por haber tenido un día más de vida”.