Marañas de metal retorcido y pedazos de hormigón. Es todo lo que queda de la planta siderúrgica (metales) Azovstal en Mariúpol, tomada a mediados de mayo por el ejército ruso tras haberse convertido en el símbolo de la resistencia ucraniana en esta ciudad portuaria devastada.
Soldados rusos y separatistas patrullan en lo que queda de Azovstal. La antigua planta siderúrgica, que era el orgullo de Mariúpol y daba empleo a más de 12.000 personas antes de la guerra, no es más que un campo de ruinas, que aún no ha sido completamente desminado.
A intervalos regulares se escuchan explosiones controladas de municiones. Un olor acre, posiblemente de cuerpos en descomposición, flota en el aire.
La AFP pudo visitar la acería con un grupo de periodistas en un viaje de prensa organizado por el ministerio de Defensa ruso.
El “momento álgido” de la visita es el recorrido del laberinto de pasajes subterráneos de la planta. Construidos en varios niveles y a lo largo de varios kilómetros en la época soviética, estos pasajes permitieron a los defensores ucranianos de Azovstal resistir durante varias semanas al cerco ruso.
En el grupo de resistentes había miembros del regimiento nacionalista Azov, pero también soldados de la infantería de marina.
Rusia acusa al batallón Azov, fundado por nacionalistas ucranianos, de ser “neonazis”. El regimiento ocupa un puesto primordial en la narrativa rusa sobre su operación militar en Ucrania.
En las paredes se pueden ver algunos gratifis, incluyendo un dibujo que recuerda al “Sol Negro”, un símbolo místico nazi. También quedan algunos pósteres en honor a los “héroes” del regimiento Azov, probablemente caídos en combate.
En el suelo hay aún casquillos de bala. Y en una enfermería improvisada se pueden ver almacenados medicamentos y tiras de gasa.
Aviación tuvo un papel importante
La planta Azovstal, en la que se atrincheraron los últimos defensores ucranianos de Mariúpol, resistió durante un mes, hasta medidos de mayo, los ataques del ejército ruso. El resto de la ciudad, prácticamente devastada, ya había caído antes. Más de 2.000 combatientes ucranianos fueron hechos prisioneros, según Moscú.
“La aviación tuvo un papel importante. Creo que es por eso que se rindieron”, afirma Ruslan, un combatiente de 34 años.
Oriundo de Transnistria, una región separatista prorrusa de Moldavia, “Lobo” (su nombre de guerra) tomó las armas en 2014 y participó en la conquista de Mariúpol.
Estaban “entrenados y se sentían bien aquí. Fue difícil para nosotros porque era un terreno desconocido, y ellos tenían todo a su alcance. En cada pieza había escondites de armas, municiones”, dice.
Andrei, 43 años, oriundo de la región de Donetsk, en el este de Ucrania, admite que “70% de la gente de Azov eran de Mariúpol, locales”, lo que contradice el discurso oficial ruso de que la mayoría de combatientes “nacionalistas” habían venido de otras regiones.
Además de la planta, toda la ciudad de Mariúpol está en ruinas. Muchas calles están desiertas, aunque en algunos lugares se ven grupos de personas, sobre todo en puntos de aprovisionamiento.
Según algunos de los pocos habitantes con los que los periodistas de la AFP pudieron hablar siguen faltando la electricidad y el suministro regular de agua.