Al empresario de cine Henry Loría Leitón, se le ocurrió en 1988 la gran idea de hacer el primer programa de humor en televisión en Costa Rica.
Él es creador de “La dulce vida” y en setiembre del año pasado, cuando se celebraron los 70 años de la televisión nacional, se le volvió a meter en la cabeza que sería bonito revivir su programa para que surjan nuevos talentos del humor.
Como ahora está dedicado de lleno en su nuevo proyecto AutoMcCine, que es un complejo donde se podrán ver películas en la comodidad de un carro, pensó que lo mejor era hacerle la propuesta al gran ganador de aquel entonces, el humorista Norval Calvo, pues sabía que nadie mejor que él para darle vida de nuevo a su chineado.
Don Henry contó que cuando habló con el imitador, este quedó encantado con su propuesta e inmediatamente se la planteó a los personeros de Repretel para ver si era posible. Justamente esta semana se confirmó que la nueva versión de “La dulce vida” saldrá al aire en marzo por canal 6 y bajo la conducción de Norval Calvo.
Conversamos un poco con este empresario, vecino de Alajuela, de cómo fue aquella época cuando se producía el programa desde el antiguo cine Reina en Guadalupe, del cual era dueño, y que duró un año al aire en Univisión canal 2.
– ¿Cómo fue que se le ocurrió hacer este exitoso programa del que la gente aún se acuerda?
Yo soy muy creativo, a mí me gusta andar inventando. Por ejemplo, yo traje el primer club de Nintendo a Costa Rica, viajaba a Estados Unidos a traer lo último en videojuegos y ponía los televisores para que la gente llegara a jugar.
Yo tenía la distribuidora de películas Film Magaly S.A., le daba películas a todos los cines del país, entonces por eso se me facilitaba mucho hablar con los dueños de otros cines para alquilárselos cuando hacíamos La dulce vida en las otras provincias.
Recuerdo que nosotros le alquilábamos el cine Reina a canal 4 para que hiciera el programa “Sábados gigantes”, de Luis Fernando Crespi y Silvia Blanco, y como yo tenía contacto con ellos les conté de mi idea de hacer un programa de humor donde la gente llegara a contar los chistes que se sabían, pero nunca me contestaron.
En eso Ramón Coll y José Humberto Brenes alquilaron canal 2, entonces llamé a Ramón y le dije: ‘tengo esta idea’ y le conté todo. En eso me dijo: ‘Perfecto. ¿Cuándo empezamos?'. Me comentó que él no tenía productores en el canal, pero que él me conocía y sabía que yo podía hacerlo.
Yo no sabía nada de televisión, no conocía a nadie, solo llegaba a las televisoras a dejar los spots de las películas para que las promocionaran. Es más, los dos primeros meses de La dulce vida no teníamos anuncios, entonces yo anunciaba las películas que distribuía.
Empecé a armar la escenografía, puse un anuncio en el periódico para que la gente llegara a las audiciones al cine, todo lo del programa yo lo hacía. Yo conseguía los premios de todas las semanas, el carro y la moto que se ganaron los finalistas, el canal solo llegaba a filmar. Hasta los sillones blancos que salían eran los de mi oficina.
– Además de los chistes, ¿qué más destacaba en el programa?
– Yo editaba el programa, entonces vieras cuando empezó lo que fue escuchar el primer putazo, por eso inventamos el pitillo. Como yo lo editaba, apenas escuchaba alguna palabrilla pasada le ponía el “piiii”, a eso le pusimos el “censurín”.
Después, cuando ya se le iba el tiempo a cada participante sonaba como una alarma que le pusimos “el risometro”, para que ellos se dieran cuenta que ya tenían que terminar.
Hacíamos diferentes concursos, como el de “La risa contagiosa”. Una vez llegó un señor de San Ramón y solo hizo una mueca y como le faltaba un diente todo el mundo soltó la risa y ese fue el que ganó.
Después hice otro concurso, el del “Chiste escrito”, me llegaron cualquier cantidad de chistes por correo. Tenía además un conjunto que llegaba a tocar para alegrar todavía más, teníamos un gran jurado. Lucho Ramírez (quien era el presentador junto a Nel López y Ana Socatelli) también contaba sus anécdotas y chistes. El jurado se cambiaba todos los meses.
Una vez hice uno con solo participantes mujeres, vieras, fueron las más rajadas para contar chiles.
La dulce vida fue muy bonito para mí, cuando yo llegaba a los cines y veía que se agotaban las entradas era algo increíble. Hasta mi esposa y mi suegra tenían que ayudarme en la entrada. Recorrimos todo el país para que la gente de las provincias más lejanas pudieran participar.
– ¿Cómo era el formato en aquel entonces para definir al ganador?
– Se presentaban cuatro humoristas y salía un ganador por semana. Después salía el ganador mensual, de todos ellos se elegía uno trimestral y luego a la gran final, que fue en el cine Rex (San José centro) porque era el que tenía más de mil butacas para el público, llegaron los ganadores de los cuatro trimestres.
Los finalistas eran Norval Calvo con su amigo Carlos Blanco, que fueron los ganadores por sus imitaciones; el colombiano Miguel Torres, que era buenísimo también; Carlos Ramos “el Porciozón” y un muchacho que creo que se llama Rónald Agüero.
El primer lugar se ganaba un carro pick up Toyota mil, nuevo de paquete, el segundo lugar una moto Yamaha lindísima, el tercer lugar una lancha de pesca y el cuarto un televisor.
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– ¿Recuerda cómo fue la audición de Norval Calvo?
– Fue en el cine Reina, donde hicimos las primeras audiciones. Recuerdo que yo apuntaba el nombre de los que llegaban y les decía que se contaran uno o dos chistes para verlos y ahí sacaba los cuatro participantes del programa. Luego los llamaba a la casa y les decía que día tenían que presentarse. Después, cuando el programa fue agarrando mucho auge, llegaba el montón y el dilema era recordar quién era quién y en un viaje a Miami me compré una cámara de video, entonces empecé a grabarlos para acordarme, todo eso lo fui aprendiendo.
Cuando Norval, los recuerdo como un par de muchachitos simpáticos, con muy buenas imitaciones. Vale que yo había puesto en el anuncio que eran chistes e imitaciones porque después todo el mundo alegó cuando ganaron.
– ¿Por qué cree que llegó a tener tanto pegue el programa?
– Cuando se hacen las cosas con mucho amor, se hacen lo mejor posible y lo más profesional, el público lo agradece.