Adiel, un teólogo de 32 años, tuvo que romper con su iglesia bautista y transformarse en un férreo activista defensor de los derechos LGBT para poder casarse con su novio Lázaro. Ambos protagonizan uno de los primeros matrimonios igualitarios de Cuba.
Las parejas del mismo sexo han empezado a casarse en diferentes provincias de la isla desde el 25 de setiembre, cuando Cuba ratificó, en un referendo el Código de Familias, una novedosa legislación que incluye el matrimonio igualitario, la adopción por parejas del mismo sexo y la gestación asistida, entre otros.
“Para nosotros que nos involucramos tan directamente (para que se aceptara el matrimonio gay en Cuba) que lo hicimos parte de nuestra cotidianeidad, que fue nuestro pan diario durante siete años consecutivos, lograr casarnos fue el cierre, la culminación”, dice Adiel González, al lado de Lázaro González, un artista independiente de 52 años, en su casa del pueblo de Bolondrón, en la central provincia de Matanzas, luego de contraer nupcias.
“Siempre estuvimos esperando este momento porque ha sido un sueño”, dice preparando un café, antes de cambiarse para asistir a la ceremonia.
La pareja se casó en la sala del único registro civil del pueblo de unos 7.000 habitantes. Rodeados de voluminosos libros color sepia, ambos firmaron el acta de matrimonio haciéndose bromas. “Estás embarcado”, dijo Lázaro apenas firmó su pareja.
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No cayó del cielo
En América Latina el matrimonio igualitario es legal en Argentina, Uruguay, Brasil, Colombia, Ecuador, Costa Rica, Chile y en varios estados mexicanos.
En Cuba ha sido un tema sensible. El país aún está marcado por el machismo exacerbado en las décadas de 1960 y 1970, cuando el gobierno condenó al destierro político a muchos homosexuales o los envió a campos militarizados de trabajo agrícola.
Adiel piensa que desde entonces “Cuba ha cambiado de la noche a la mañana”.
Tener un presidente que públicamente dice “que está a favor del matrimonio igualitario, eso no cayó del cielo”, sino que es resultado del arduo trabajo de activistas y académicos que lograron incidir en las decisiones políticas, agrega.
Este activista dice que tuvo que enfrentar además la carga de haber nacido en una familia cristiana “muy conservadora y fundamentalista”.
“Se me enseñó a rechazar cualquier manifestación homosexual. Cualquier amaneramiento, incluso, era considerado un pecado”, narra al recordar que desde los 11 años trató de cambiar entregándose a la oración.
“Pero no sucedió porque la orientación sexual no se elige, no se cambia y estoy convencido de que a Dios no le importa la orientación sexual”, añade ahora con una cruz colgada en el cuello.
En el 2014 Adiel terminó por separarse de su iglesia para fundar un proyecto teológico de activismo cristiano LGBT, que después llevó a una organización independiente de mayor alcance, en Matanzas, la capital provincial.