Si existe una profesión que exige ser consecuentes entre lo que se predica y lo que se hace, esa es el periodismo.
Por supuesto que somos seres humanos y cometemos errores como cualquier persona, pero así como nuestra tarea nos obliga a exigir transparencia, rendición de cuentas a los funcionarios públicos; los comunicadores, querámoslo o no, también estamos en el escrutinio público y estamos llamados a dar cuentas como todos. Esto se hace más sensible cuando cruzamos esa sutil línea entre lo público y lo privado.
Con demasiada frecuencia, y por diversas razones, hay periodistas que terminan convertidos en figuras públicas e incluso otros quedan completamente afincados en el área de los faranduleros. René Barboza, en Tu cara me suena, es un claro ejemplo, pero como él hay muchísmos periodistas-faranduleros que vemos todos los días en noticieros, revistas matutinas y programas vespertinos en televisión o en redes sociales.
Es por eso que debemos ser sumamente cuidadosos de nuestras acciones, en cualquier ámbito, porque el público siempre nos estará midiendo.
Por lo anterior, considero que el caso del perrito Frijolito ha sido muy mal manejado por la conocida periodista de noticias positivas, Lizette Castro.
Le guste o no que se lo digan, incumplió con el acuerdo de estar dando reportes a Annette Soto, de la fundación Adopciones Zagua-Tex, sobre la adaptación del perrito a su nueva vida; Castro también anduvo esquiva para dar declaraciones sobre la situación (supongo que como buena periodista siempre criticó cuando algún funcionario público no le daba la cara). Y para ponerle la cereza al amargo pastel, aceptó muy tarde que el perrito se le había perdido.