Malcolm MacDonald, un inglés de 47 años, vivió una pesadilla al perder su pene por una extraña enfermedad.
MacDonald, que es mecánico de profesión y vive en Norfolk, Gran Bretaña, padeció una horrible infección que hacía que sus dedos de las manos, de los pies y el pene se volvieran negros y oscuros, según cuenta Clarín.
Sin embargo, una extraña técnica médica le salvó su miembro y hoy, este padre de familia se anima a contar su dolorosa experiencia: la de haber tenido su pene injertado en un brazo durante seis años.
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Fue en 2014, y debido a una fuerte infección en su sangre, que el pene de Malcom literalmente se le cayó.
“Luché durante años con una infección en el perineo, pero no tenía idea de lo que podría pasar. Cuando vi que mi pene se ponía negro, me asusté mucho. Fue como una película de terror. Estaba en pánico. Sabía que en el fondo lo había perdido”, relató entonces.
Su pene cayó al suelo, pero sus testículos permanecieron intactos.
“Fui al hospital y me dijeron que lo mejor que podían hacer era enrollar la parte restante y que quedara como un pequeño rollo de salchicha. Fue muy triste”, recordó.
Esta nueva situación lo llevó a una profunda depresión, por lo que comenzó a beber de forma desmesurada y se alejó de la familia y los amigos.
Todo iba mal hasta que un dato llegó a los oídos de Malcom. Era un nombre, el del profesor David Ralph, del Hospital Universitario de la Universidad de Londres, un médico conocido como el “Maestro del pene”.
En un principio el experto le dio una esperanza: le explicó que existía la posibilidad de hacer un injerto en el brazo -al que debería llevar durante al menos dos años-, y luego hacer un procedimiento que le devolvería el órgano a su lugar.
De esta manera, podría volver a mantener relaciones sexuales y orinar adecuadamente.
“No tener un pene me hizo sentir horrible. Es el peor miedo de la mayoría de los hombres. Pero no en cuestión de sexo, porque ya tenía dos hijos, sino porque se trataba de tener confianza en mí mismo y de cosas simples como usar el baño”, dijo.
En ese momento, los especialistas emplearon su brazo para extraer vasos sanguíneos y nervios. De este modo, crearon un pene, con uretra incluida.
Además, el miembro llevaba dos tubos que se podrían inflar con una bomba manual y generar una erección que alargaba el miembro alrededor de 5 centímetros.
Una vez que estuvo listo, se lo implantaron en su brazo para que se formara la piel y el tejido de forma natural antes de colocarlo en su ubicación definitiva.
“Cuando lo vi en mi brazo por primera vez estaba muy, muy orgulloso. Después de todo lo que había pasado, no me pareció extraño, pero era una parte de mí”, reconoció al hablar con The Sun.
Tras una cirugía de nueve horas, recuperó la normalidad y volvió a tener un pene de unos 15 centímetros en el lugar correspondiente.
“Lo primero que hice fue mirar hacia abajo y dije: ‘Oh, por Dios’. Lo consiguieron esta vez. Me siento como un hombre de verdad nuevamente”, detalló.