Ruda y sensible, oscura y cálida, guarra y majestuosa, el regreso de la Jefa de la música urbana a los escenarios de Buenos Aires fue tan intenso como deslumbrante, con un público juvenil que se retiró caminando en calma después de noventa minutos de marea colectiva en un Luna Park eufórico, al borde del desmayo.
“Yo sé que les cuesta comprar una entrada, que muchos de ustedes resignaron un día de trabajo. Por eso pido un aplauso para los que no pudieron venir, a ellos todo mi amor”. En el epílogo del show en el Luna Park, donde presentó su último disco Nena Trampa, Cazzu dejó la explosión con la que sacó chispas al escenario del Luna Park y se abrazó con gesto infantil y tierno a su público.
“Olé, olé, olé, olé, Cazzu, Cazzu”, corearon bajo las luces encendidas de sus celulares desde el campo y las plateas a sala llena en los cuatro costados. “A la gente que vino desde lejos, ustedes me hacen sentir especial, pero soy una más, pregúntenle a mi novio, si no, la cara que tengo cuando me despierto”, sonrió luego, con su atuendo blanco como reina pagana y sexy. Reina plebeya “que no olvida que tampoco pudo pagar una entrada para ver a mi banda favorita, Linkin Park, cuando vino una vez a Argentina”.
Si me pegan, pego/ no tengo miedo a las equivocaciones, cantó Cazzu en la primera parte del show, en un ritmo trepidante que no frenó un segundo durante media hora, incluyendo puesta frenética de luces, nubes de humo y efectos en una pantalla gigante. “¿Se van a portar bien?”, jugueteaba con el público, donde no disimulaba su megalomanía: “Ahora está hablando la Jefa, así que saben que se tienen que callar....”. Y luego, tensando el perreo: “¿Qué pasa si se rompe un poquito más?”. Entonces, los saltos del público que se transformaron en una especie de pogo en la estridente “Mucha data”: Quiero má, quiero má, quiero má/ Él me llama, dice Quiero má.
Fueron las chicas de veintipico -vestidas de negro y con glitter- las que mayormente coparon una noche que pasó rápidamente como las canciones de la Jefa del Trap: eléctricas, breves y bailables a punto del perreo hasta el piso.
Una hora y media de concierto que se convirtió en una pista de boliche al son del trap, reggaeton, cumbia y algo de rap -con dosis de drill, turreo y malianteo-, en una comunión a flor de piel entre la artista de 28 años y sus fans. Ningún espectador permaneció quieto y hasta hubo quienes cantaban y lloraban al mismo tiempo; otros gritaban con los ojos cerrados al borde de la afonía.
.