Después de acabar con la vida de la maestra Cristina Rivera Valverde, de 26 años, con la que se había obsesionado, Mario Badilla Rodríguez se “entregó” al OIJ aunque esa nunca fue su intención, se dio por una casualidad.
El 10 de enero del 2011, Badilla se presentó al OIJ de Guápiles para tratar de obtener información del caso de Rivera, que en ese momento se manejaba aún como una desaparición. La maestra había sido vista por última vez el 3 de enero de aquel mismo año.
Lo que Mario nunca imaginó fue que la suerte le iba a dar la espalda en el preciso momento en que era atendido por un investigador. Mientras hablaban, el agente recibió una llamada telefónica clave para que Badilla fuera detenido en ese preciso instante.
Así lo recordó el ahora exagente del OIJ que respondió aquella llamada, quien por razones de seguridad nos pidió mantener en secreto su identidad.
Explica, como dijimos, que Badilla no fue a la sede del OIJ a declarar...
“Más bien llegó a ver qué información sacaba de lo que sabíamos nosotros, para ver si era que ya lo teníamos como el principal sospechoso”.
El homicidio de la maestra ocurrió en enero del 2011 en Guápiles y causó consternación en los habitantes de la zona, especialmente en los vecinos del barrio Los Pinares, donde vivía la educadora.
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No paraba de recibir amenazas
El exagente que habló con La Teja nos dijo el caso se inició cuando la maestra, quien trabajaba en el centro educativo San Antonio, en La Roxana de Pococí, se presentó en la oficina del OIJ a poner una denuncia por una serie de amenazas de muerte que había estado recibiendo. Fue este agente quien la atendió en aquel momento.
“La muchacha denunció que estaba siendo amenazada, que en el parqueo de la universidad le dejaban papeles con amenazas en el carro y que también le llegaban cientos de mensajes de ese tipo al celular”, dijo.
Lo que más sorprendió al hoy exagente fue la cantidad de mensajes de texto con amenazas que había recibido Rivera. Ella informó que en pocos días le habían llegado 975 y en muchos la amenazaban de muerte.
“Empezamos a investigar el entorno de ella para averiguar si tenía enemigos en el barrio o algo así, para dar con la persona que le estaba enviando esas amenazas.
“Sin embargo, no había nada que nos hiciera pensar que tuviera enemigos, nos pareció muy extraño porque ella era una educadora muy respetada y apreciada”, detalló.
Las amenazas no tenían sentido en aquel momento. Ya luego se vería la verdad.
Por medio de la investigación, los agentes descubrieron que los mensajes con amenazas no fueron enviados desde otro celular. La persona responsable los mandaba desde un sitio web, utilizando una computadora.
“Se solicitaron las direcciones IP (informan dónde está instalada la compu) y para obtener eso pasaba un buen tiempo, por lo que continuamos con otras diligencias”, añadió.
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Desaparecida
El caso dio un giro inesperado.
Mientras los agentes seguían investigando las amenazas, la familia de Cristina se presentó al OIJ el 4 de enero del 2011 para denunciar su desaparición.
El exagente dijo no recordar cuántos días transcurrieron desde que la maestra puso la denuncia por las amenazas hasta su desaparición, pero señala que fue menos de una semana.
Por boca de la familia de la joven fue que el exinvestigador oyó por primera vez el nombre de Mario Badilla Rodríguez, un amigo de Cristina que trabajaba en la parte administrativa del Ministerio de Educación Pública (MEP) en Guápiles.
Al parecer, se conocieron por medio de la mamá de Rivera.
Según allegados a la educadora, ella fue vista por última vez la tarde del 3 de enero del 2011, cuando salió de su casa para ir a matricular a una universidad privada en el centro de Pococí. La joven llamó a Badilla para que la llevara hasta ese lugar.
Cuando no supieron nada del paradero de la maestra, los familiares le preguntaron a Mario si él sabía qué había pasado con ella y respondió que no, que solo la dejó en Pococí pues ella había quedado en verse con una amiga.
“Durante esos días salieron a la luz declaraciones de las amigas de ella que decían que Mario era una persona muy allegada (a la maestra) y además nos contaron que esa amistad era muy extraña, que él estaba como obsesionado con ella”, recordó el exagente.
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Un buen día, sin noticias aún del paradero de la educadora, el investigador finalmente recibió el informe del rastreo hecho a la dirección IP de la computadora de la cual salieron los mensajes amenazantes contra Cristina: el aparato estaba de la Dirección Regional del MEP y era, específicamente, el que Badilla usaba para su trabajo diario.
“A todas luces las amenazas que él hizo desde su computadoras tenían como fin asustarla, como para sostenerla (cerca), para que ella le pidiera ayuda, porque él se sentía bien dándole ‘protección’”, dijo.
Seguimiento
Aunque todo empezaba a apuntar a Badilla como el responsable de la desaparición de la maestra, el OIJ aún no contaba con una evidencia de peso como para detenerlo, pero era cuestión de tiempo.
“Antes de ir a por Mario decidimos montarle una vigilancia. Recuerdo que él tenía un carrito, creo que era un Nissan Sentra B12 o B13, y empezamos a seguirlo y a seguirlo mañana, tarde y noche para ver adonde nos llevaba el hombre”.
Y un día pasó lo inesperado.
“En una de esas oportunidades cruzó la ruta 32, avanzó por los Tribunales de Guápiles y siguió como dos o tres kilómetros hasta donde terminaba la calle, ya luego lo que seguía era la Cordillera Volcánica Central, curiosamente dio vuelta y regresó”, explica el exinvestigador.
En bandeja de plata
Además del seguimiento que el OIJ le hacía a Badilla, en Guápiles se rumoreaba que él era el responsable de la desaparición de Cristina, lo que empezó a causarle mucha presión.
“Creo que Mario en ese momento sintió pasos de animal grande y por eso decidió acercarse al OIJ con un amigo íntimo que lo llevó, pero a este nunca le contó nada, solo le dijo que él sentía que lo estaban investigando y que quería averiguar qué era lo que sabíamos nosotros”.
El hoy exagente y un compañero suyo atieron a Badilla en aquella oportunidad, pero ni siquiera pudieron hablar con él porque entró la llamada que le dio claridad al caso.
“Entró una llamada telefónica de un señor, justamente del sector por los tribunales al que habíamos seguido a Badilla, (quien llamaba) dijo que andaba con un su perro y encontró un cuerpo”, contó.
Los investigadores que fueron hasta el sitio donde estaba el cadáver confirmaron que se trataba de la maestra. Estaba semienterrado y había sido quemado parcialmente, además le habían cortado las manos, al parecer, para que no pudieran identificarla.
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“Ahí mismo (en la oficina) lo detuvimos (a Badilla) y yo le decomisé el carro, en el que encontramos rastros de sangre en el asiento del acompañante y en la cajuela, pese a que lo había llevado a lavacar, donde se lo dejaron limpiecitico.
“Lo que él no sabía era que hay ciertas sustancias de la sangre dejan un rastro aunque se limpien y que pueden ser vistas con una luz ultravioleta, eso fue lo que hicimos”, detalló.
Cuando tuvieron mucha más información entendieron, los agentes del OIJ entendieron que el día en el que Badilla manejó hasta más allá de los tribunales fue para ver si todo seguía como él lo había dejado.
La investigación dejó ver que la educadora murió debido a una lesión muy fuerte en la cabeza que habría sido causada con un objeto pesado.
Parecía un pan de Dios
Cuando se dio a conocer la noticia del hallazgo del cuerpo de la maestra y de la captura de Badilla como sospechoso de haberla matado, nadie podía creerlo y menos sus allegados, que lo consideraban un hombre inofensivo.
“Usted lo veía y juraba que era un pan de Dios, por eso no se atrevía a amenazarla en persona, tenía miedo de que ella se alejara de él, más que él estaba como loco por ella. De él puedo decir que era un chavalo con problemas psicológicos y baja autoestima, incluso sacaba plata de donde no tenía para darle regalos (a la educadora) y tratar de ganarse su cariño”, recordó.
Condenado
El martes 12 de junio del 2012, el Tribunal Penal de Pococí condenó a Mario Badilla Ramírez a 16 de años de prisión luego de ser hallado culpable de un delito de homicidio simple en perjuicio de la educadora Cristina Rivera.
La condena fue dictada por el juez Enelson Garita, quien aceptó la solicitud de pena presentada por el Ministerio Público.
Según la Fiscalía Adjunta de Pococí la condena se dio en gran parte gracias a los análisis químicos y a las pruebas de luminol hechas en la cajuela del carro de Badilla que detectaron rastros de sangre.
El exagente dijo recordar que durante el debate Badilla intentó quitarse la responsabilidad del homicidio, diciendo que la muerte de Cristina se dio de forma accidental.
“Me parece recordar que él declaró que ambos iban en el carro, que se dio una discusión y un forcejeo y eso causó que ella se cayera del carro y muriera, pero esa versión no coincidía con la lesión que tenía en la cabeza, que parecía hecha como con una especie de herramienta”.
La defensa de Badilla sostuvo que las muestras de sangre en el carro se debían a una uña que se le había quebrado a la maestra dentro del vehículo, pero los jueces jamás creyeron eso.
En el 2013, la defensa de Badilla presentó un recurso de casación para tratar de traerse abajo la condena, pero este fue rechazado por la Sala Tercera.