Lunes 3 de enero del 2005, playa Pájaros, Paquera. A las 5:41 de la mañana varios agentes del OIJ de Cóbano, Puntarenas, bajan de un árbol de tamarindo el cuerpo de Douglas Araya, de 32 años.
Lo hallan amarrado al tronco, con una cuerda en el cuello, un disparo en la cabeza y empuñando un fusil AK-47. Saben ya que mató a cuatro personas y una más está grave en el hospital Monseñor Sanabria.
En el comienzo del tercer día del año nuevo, Río Grande de Paquera trata de asimilar el dolor que deja atrás Araya --taxista informal, sembrador de guayaba china e informante de la policía-- en la jornada más triste y sangrienta que ha vivido el poblado porteño.
Los asesinatos empiezan a la medianoche del domingo 2 de enero, cuando aún están frescos los ecos de las fiestas para despedir al 2004. Luego se sabrá que los planes empezaron antes porque el viernes 31 de diciembre, Araya pasa encerrado en su casa. Escribe mucho en unas libretas.
Recorrido de muerte
Domingo 2 de enero. La noche está tranquila y lleno el bar Los Almendros. Los vecinos les sacan el jugo a las últimas horas del fin de semana antes de empezar el trajín que traen los lunes.
Douglas Araya entra a las 10 p.m. y se topa con su amigo Alejandro Rojas, a quien le pregunta si está todo bien y este responde que sí.
Se sabe que Araya no toma, que le molesta el humo del cigarro si alguien fuma cerca. Por eso llama la atención de algunos que bebe dos cervezas. Conversa con algunas amistades y luego se va. A la medianoche comienza un recorrido que causará muchísimo dolor.
Va primero a la casa de Daris Jiménez, de 23 años, su compañera sentimental, y la saca. Se la lleva hasta un terreno sembrado de guayabas y la asesina con un revólver calibre 38.
No muy lejos de allí, el comunicador Franklin Castro oye en la frecuencia de AM una emisora colombiana cuando un ruido llama su atención. Piensa primero que es un triquitraque, pero no se convence. Queda inquieto y apaga el radio.
Algo le dice que el sonido no proviene de fuegos artificiales y cree que podría ser un balazo.
Castro no recuerda hoy la hora exacta, pero es muy probable que oyera los disparos que le quitan la vida a Daris.
Con el asesinato de la mamá de su hija Hillary, de apenas 2 años, el taxista empieza una serie de ataques que llenan de luto el tranquilo poblado de Puntarenas.
Pasa una hora desde que la muerte de Daris y Araya llega a la casa de Geovanni Oporto, con quien tiempo atrás concilió luego de una demanda por amenazas y es ahora compañero de Patricia Ruiz, expareja del propio Douglas y con quien tiene una hija.
Araya llama a Oporto, le grita que salga. El hombre se niega. Furioso, el taxista patea la puerta y trata de meterse.
Desde adentro, Oporto hace cuanto puede para impedírselo. Araya dispara y lo hiere de muerte. Aun así, Oporto se levanta y lucha, pero en vano. El atacante consigue entrar y dispara también contra Patricia. Los dos fallecen.
Franklin Castro sale a la calle después de los primeros ruidos que le parecen disparos y los policías de una patrulla que pasa le dicen que mejor entre a la casa.
Agonía de un día
Mientras lo buscan, Douglas Araya va hacia la vivienda de Socorro Céspedes y Blanca Madrigal.
A Céspedes, vecino con quien tuvo un problema tiempo atrás, también le grita que salga, pero no espera la respuesta, se va por la parte trasera de la casa y entra por la cocina. Ve a Socorro y le dispara y hace lo mismo con su esposa Blanca cuando esta se interpone. Ella fallece allí mismo, su esposo Socorro sobrevive.
Empieza una carrera contra la muerte. Trasladan a Céspedes en lancha hasta Puntarenas. Va muy grave. Tiene un balazo en el hombro derecho, otro en el tórax y en la espalda una herida de arma blanca.
Lo internan en el hospital Monseñor Sanabria, donde queda en manos de tres médicos. La cirugía dura cerca de seis horas y la supera. Más tarde se agrava y muere a las 7:05 de la noche.
Lunes 3 de enero, 1:30 a.m. El bar Los Almendros sigue abierto. Araya entra de nuevo, pero muy cambiado en comparación con la primera vez.
Luce ansioso, parece que busca a alguien. Va sin camisa, con un pañuelo en la frente y dos fajas de tiros en el pecho. Pide una cuarta de guaro, se la sirven y nada más bebe un trago. Le oyen decir que mató a Patricia Ruiz y varios clientes gritan que alguien llame a la policía.
Douglas está frente a Rodrigo Chaves, dueño del bar, y le dice: “si la llama, lo mato, ya maté a cinco”, dispara hacia el suelo con la AK-47 y el tiro da en el pie derecho de Alejandro Rojas, su amigo.
Wadín Carrillo, hermano de Alejandro, era también amigo de Douglas, No se encuentra en el bar cuando ocurre el accidente, pero luego le cuentan qué pasa. “A mi hermano fue y lo alzó, no le preocupó el resto de la gente, lo alzó y le suplicó que lo perdonara. Le decía que lo perdonara y que lo perdonara, casi llorando”.
Luego Araya deja el bar y retoma su recorrido por Río Grande. Hay quienes recuerdan haberlo oído decir antes “me voy a jalar una torta, pero a la cárcel no voy”.
Llega hasta la casa de Wadín Carrillo para matarle a un yerno, a quien llama desde afuera. Parece que desea cobrarle que sea el único que le ha ganado en una pelea.
Desde adentro le contesta Wadín, no “Coco”, que es a quien busca, y entonces desiste. Da la vuelta y se va. Carrillo interpreta aquella acción como de respeto hacia él, que lo conocía y le tenía cariño. “Sabía que si mataba a mi yerno, tenía que matarme a mí”, dice.
Sigue entonces hacia la vivienda de Róger Segura, dispara, reclama por un supuesto robo en el que lo habían relacionado. Nadie sale herido. Avanza entonces hacia la casa de Francisco Jiménez, el papá de Daris, y dispara también, pero no hay nadie. Sigue hacia la de Minor Mora (con quien tuvo problemas tiempo atrás) y de nuevo acciona la AK-47. Nadie sale.
“He pedido a Dios por ese carajo”
Don Francisco Jiménez, quien es marimbero, recordó este miércoles 22 de setiembre que aquella madrugada, mientras Douglas fue a buscarlo, él tocaba en Río Frío de Cóbano. La música le salvó la vida, pero la fatalidad le quitó una hija.
“Sufrí mucho porque la muerte de un hijo nunca se repone. Dios me ha ayudado a entender que lo que pasó… yo lo perdoné (a Douglas), por ese carajo he pedido a Dios que lo haya perdonado”, dice.
La casa de la familia de Daris está muy cambiada, es más amplia, en el corredor hay una bella marimba de teclas relucientes en la cual se lee “Flor de dalia”.
La esposa de don Francisco es doña Isaura Valverde. Nos atiende en el corredor y nos dice que los dieciséis años transcurridos desde el 2005 no han sido fáciles.
Mira fijamente y habla con orgullo de su nieta Hillary, quien tenía apenas 2 años cuando murió su mamá y es ya bachiller de colegio.
“Ella ha sido la presencia de su madre en mi vida y eso me dio fuerza para ayudarla y enseñarle muchas cosas que por error no le enseñé a la mamá. Me siento feliz de ver que he triunfado en esas cosas, en su crianza, en su educación. Me siento satisfecha de que hice lo que le prometí a ella (Daris) en su lecho de muerte”.
Lunes 3 de enero 2005, 2 a.m. Un grupo de cincuenta oficiales de la Fuerza Pública participa en un operativo para detener a Douglas Araya.
Mientras la policía va tras él, el taxista busca a un amigo, le pide un vaso de agua, le explica cómo desea que se distribuyan sus bienes y le dice que él termina todo lo que empieza.
“¿Te vas a matar?”, le dice el amigo. Araya, sin dejar en ningún momento la AK-47, se va hacia playa Pájaros.
Más tarde se encuentran las dos libretas en las que tanto escribió el 31 de diciembre y en las cuales hay una lista de las 13 personas a las que pensaba matar.
En los escritos también se dirige a su mamá y a los oficiales del OIJ; a estos últimos les da detalles de un robo ocurrido el 16 de diciembre en playa Pájaros y con el cual lo relaciona la policía.
Aquel 16 de diciembre, cinco personas le roban ¢5 millones a un hombre de apellido Thomas, a quien le disparan dos veces en una pierna.
El nombre de Douglas Araya aparece luego en la investigación y el 29 de diciembre lo llaman para entrevistarlo. Le preguntan qué sabe del asalto, del arma utilizada, le dicen que varias llamadas telefónicas lo comprometen y que puede ir a la cárcel.
El taxista se planta, lo niega todo. Asegura que él todo lo que hizo fue llevar hasta playa Pájaros a varios extranjeros que iban a comprar una lancha. Nada más.
Sábado 1 de enero del 2005. En la madrugada, Araya llama por teléfono a su mamá, Lydia Araya. Le dice que tiene problemas con Daris y que le dan ganas de “hacerle algo” y hacerse algo él. La madre le responde que no diga cosas como esas, que le pida ayuda a Dios, que no guarde rencor.
A los minutos, Araya llama al celular de un agente del OIJ y dice tener información de un arma enterrada (la del asalto del día 16), que si la encuentra, la entrega.
En la conversación repite algo que ya ha dicho a otros, está harto. “Todo lo (malo) que pasa en Río Grande, soy yo”. Confiesa que desea acabar con su vida y corta la llamada.
Vuelve a llamar a su madre: “Acuéstese tranquila mamá, ya estoy bien”.
En menos de veinticuatro horas Río Grande de Paquera empezará a vivir las horas duras de la tragedia. Cinco familias llorarán a sus muertos, trece hijos habrán perdido a sus papás.
¿Por qué lo hizo?
Cuatro de las personas asesinadas por Douglas Araya habían tenido algún problema con él en el pasado. Lo habían denunciado, habían desconfiado de su honradez o habían comentado que les debía plata. Daris Jiménez, con quien convivía desde hacía cinco años, lo denunció en abril del 2003 por violencia contra ella, pero luego retiró los cargos (se dijo que por miedo). En el caso de Blanca Madrigal, según Araya dejó escrito en las libretas que recogió el OIJ, la mató porque se interpuso cuando él atacaba a su esposo, Socorro Céspedes.
“Si vos les hacías algo tal vez no se te la cobraba ahorita, pero mañana te hallaba por algún lado y de una vez te la cobraba”, dice su amigo Wadín Carrillo.
Colaboró: Christian Campos.