El Novelón

Finquero bondadoso ayudó a cuatro extranjeros y estos lo llevaron a la muerte

A la esposa del fallecido la salvó un vecino que la llegó a buscar y esto asustó a los delincuentes

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Roberto Araya Leitón era un finquero caritativo y con mucha frecuencia apoyaba incluso a desconocidos.

Lamentablemente el buen corazón no impidió que muriera trágicamente apenas cinco días después de dar una de sus últimas ayudas.

La maldad maquillada llegó a la vida de Roberto por medio de cuatro muchachos supuestamente desamparados y con ganas de trabajar que llegaron hasta su propiedad en San Rafael de Florencia, San Carlos.

Se trataba de tres nicaragüenses y un hondureño que tenían entre 13 años y 20 años. Dijeron andar en busca de empleo para darles un mejor futuro a sus seres queridos, pero en realidad iban con la idea era conseguir plata fácil a costa de lo que fuera.

El finquero, de 71 años, les tendió la mano y les facilitó una casa vieja que estaba a 100 metros de la suya para que al menos tuvieran un techo; a don Roberto le preocupaba que fueran víctimas de alguna maldad.

La esposa del finquero, doña Miriam Alfaro, se opuso a la decisión de su marido porque sintió temor desde el principio. Pensaba que aquellos hombres podrían causar problemas, pero jamás imaginó el daño tan gran de ocasionarían.

Las autoridades hicieron retratos de los asesinos de Roberto Araya Leitón pero nunca hubo detención. Foto: Archivo GN

De los extranjeros se sabía muy poco, básicamente que salieron de Nicaragua el sábado 13 de abril del 2002, que estuvieron trabajando en la corta de caña de azúcar algunos días y que el jueves 25 de abril de aquel mismo año comenzaron a vivir en el ranchito que el finquero les facilitó.

Ni siquiera les conocían los nombres, solo los apodos de tres de ellos: “La quinceañera”, “Hondureño” y “Chapita”, del cuarto ni siquiera eso se conocía.

Doña Miriam llegó a pensar en un momento que los extranjeros se habían ido, pero supo que no cuando vio salir humo del ranchito y fue cuando su esposo le dijo que no tenía corazón para no haberlos ayudado sabiendo que tenían dónde vivir y que incluso les había ofrecido trabajo buscando boñiga para hacer abono.

Don Roberto los veía tan inofensivos que los llevó a pasear a Aguas Zarcas y a La Tigra, en San Carlos.

El miércoles 1 de mayo del 2002 don Roberto salió temprano hacia la Cámara Ganadera para chepear y los cuatro hombres a los cuales les había dado posada creyeron que andaba con plata. En un momento, como lo más normal, le pidieron a doña Miriam un mecate porque, supuestamente, necesitaban tender ropa.

Don Roberto regresó a su casa alrededor de las 4:30 p.m. y se dispuso a almorzar. Uno de los extranjeros lo interrumpió y lo llamó para que fuera a ver el trabajo que estaban haciendo; el señor no quería ir, deseaba seguir comiendo, pero fue tanta la insistencia que se levantó y fue hasta el rancho.

Cuando ya lo vieron en el sitio, los extranjeros lo atacaron, lo amarraron con el mecate que habían pedido y con un cuchillo para chapear lo degollaron.

Roberto Araya Leitón era un finquero que siempre se destacó por ser bondadoso. Foto: Archivo GN

Doña Miriam estaba leyendo en el jardín de la casa cuando uno de los extranjeros llegó a buscarla.

“Señora, dice don Roberto que le alcance una llave y un tubo”, dijo uno de los sujetos. Ella creyó lo que el extranjero le decía y al poco tiempo se inició para ella una experiencia terrorífica.

Mentiras y ataque

Hoy, a los 83 años, doña Miriam recuerda que caminó hacia la parte trasera de su casa y le llamó la atención que el teléfono inalámbrico no estaba en su lugar.

Luego notó que otro de los hombres estaba dentro de la vivienda, sin botas, como para no hacer ruido.

“Yo dije ‘¿qué está haciendo ese muchacho dentro de la casa?’; el que venía detrás mío dijo: ‘ahora va a ver’”.

De inmediato le taparon la boca con la mano y la empujaron hacia adentro, donde la amarraron con fuerza.

“Pasó algo muy extraño porque le dije a uno de ellos: ‘muchacho, suélteme, ya no aguanto las manos’ y me volvió a ver y me dijo ‘quédese tranquila, no le vamos a hacer nada, también tengo una mamá’. Luego me soltó un poco las amarras y me dijo ‘sí, es que se las dejaron muy socadas’”, cuenta.

La paz en la casa de la familia se perdió para siempre nunca más volvieron a vivir en San Rafael de Platanar, San Carlos. Foto: Archivo GN

Los sujetos pedían que les dieran la plata y doña Miriam les entregó tenían, ¢108 mil.

Pero los delincuenres no se conformaron con el dinero y comenzaron a echar cuanto podían en el carro Hi-Lux gris del finquero. Echaron utensilios de cocina, un televisor, una videograbadora, pulseras y una esmeriladora.

Además, con todo el descaro del mundo, abrieron la refrigeradora y comieron yogur mientras veían a doña Miriam... Pero de repente ocurrió algo que no estaba en los planes de los extranjeros.

Un vecino conocido como Robertillo entró a la propiedad junto a su esposa embarazada y comenzó a llamar a don Roberto.

“Robertillo fue mi ángel, él llamó varias veces pero nunca entró a la casa, en ese momento me apretaban más duro la boca”, recordó doña Miriam.

Al ver que nadie salía a atenderlo, el vecino y su esposa se fueron, caminaron unos 400 metros hasta la casa más cercana y allí contaron que algo raro sucedía en la propiedad de don Roberto.

Lorena Araya, hija del finquero y de doña Miriam, cuenta que luego Robertillo les dijo que le pareció muy raro ver el carro lleno de cosas y todo en silencio. Eso lo puso a sospechar.

“Nos dijo que cuando le faltaba poco para llegar a la casa más cercana, el carro (Hi Lux) pasó a alta velocidad y por poco los atropella; nos dijo que sabía que don Roberto no era de manejar a alta velocidad”, recordó.

Triste final

A bordo del carro de don Roberto los delincuentes huyeron por un camino que comunica con Muelle, Sarapiquí, Guatuso y Pital.

Ya sin los extranjeros en la casa, doña Miriam logró arrastrarse hasta un cuarto y a como pudo cortó las amarras con una tijeras y se liberó.

“Si no hubiese sido por ese muchacho (Robertillo) a mi seguro también me matan”, dice la señora.

Cuando llegaron los oficiales de Policía doña Miriam les contó que su esposo había ido hacia el rancho cercano a la vivienda de la familia, donde lo hallaron sin vida.

La casa que les prestó el finquero a los extranjeros quedaba a 100 metros y allí lo mataron. Foto: Archivo GN

Por las pisadas que vieron en la entrada de la casa y por cómo estaban los zapatos y el sombrero de don Roberto, la Policía dedujo que había luchado por su vida.

“No es porque haya sido mi esposo, pero él fue un hombre muy bueno, siempre pensaba en los demás”, recuerda doña Miriam.

Lorena cuenta que la propiedad donde su papá perdió la vida era como un paraíso, había muchos árboles frutales y flores; sin embargo, la muerte de don Roberto hizo que ya vieran todo aquello igual y decidieron dejar el lugar.

La víctima fue amarrado y atacado. Foto: Archivo GN

Don Roberto fue sepultado el viernes 3 de mayo en San Francisco de La Palmera.

“Fue tan buena persona que muchos lo vinieron a despedir”, expresó.

Sin justicia terrenal

Al parecer, los delincuentes que mataro a don Roberto eran vecinos de un barrio nicaragüense llamado Sandino, en Ocotal (departamento de Nueva Segovia, en la frontera con Honduras). Supuestamente pertenecían a una pandilla juvenil llamada “Los muchachos” y nunca fueron detenidos aunque autoridades vigilaron los caminos que llevaban a Nicaragua. Únicamente encontraron abandonado el carro de don Roberto.

“Nos da rabia porque ellos podían haberse robado lo que querían, pero no matar a nuestro papá, ni a ninguna persona. Mi mamá era feliz viviendo en aquella propiedad, teníamos árboles de mango, marañones, guanábanas y muchas frutas más, pero quedamos con ese trauma”, dice Lorena.

“Mi papá era muy confiado, creía que las personas eran buenas, como él”, añade y dice que saben que no hubo justicia terrenal para su padre, tienen claro que de la justicia divina no escaparán.

“Nos quedan los recuerdos de verlo siempre ayudar a las personas, si él iba en el carro y veía a una persona caminando paraba para hacerles ‘ride’; también acostumbraba llevar frutas y verduras a un hogar de ancianos de la zona, además de otros momentos que nos dejó”, sostuvo.

Los delincuentes arrasaron con todo y el OIJ encontró evidencias pero no dieron con ellos. Foto: Archivo GN

La hija nunca llegó a ver a los asesinos de su papá porque cuando llegaron a la propiedad dizque en busca de trabajo ella vivía y trabajaba en Santa Ana, San José.

Supo lo que había pasado de una manera muy dura, le entraban mensajes por “beeper” (los radiolocalizadores de antes) en los cuales le decían que llamara a la casa.

Pensaba que al papá le había pasado algo porque padecía del corazón, pero cuando pudo telefonear la dieron la triste noticia.

Al recordar la tragedia ocurrida aquel 1 de mayo del 2002, la familia del finquero revive un episodio que aún hoy intriga: cuatro días antes de ser atacado, don Roberto tuvo un sueño que parecía presagiar algo terrible.

“Mami nos contó que él tuvo una pesadilla en la que peleó con cuatro hombres, se despertó sudando, ese sueño fue como una señal pero uno no pensaba que eso iba a pasar”, señala Lorena.

Alejandra Morales

Alejandra Morales

Bachillerato en Periodismo en la Universidad Internacional de las Américas y licenciada en Comunicación de Mercadeo en la UAM. Con experiencia en temas de sucesos y judiciales.

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