Una familia costarricense fue aniquilada por siete falsos oficiales de la Guardia Civil para robarse una plata que era para la construcción de una iglesia.
El lamentable hecho ocurrió hace 73 años en Tabarcia de Mora, en San José.
Las víctimas mortales de este lamentable hecho fueron don Juan Vargas, de 64 años; su esposa Elena Bermúdez, de 65 años y el hijo de ambos, César Vargas Bustamante, de 21 años.
Don Juan era considerado una persona muy honesta, se ganaba la vida atendiendo varios negocios en el pueblo, entre ellos una pulpería.
Era el único que tenía una caja fuerte en esa época, era negra y de hierro, de las más seguras, mucho más que un banco. En aquel entonces, la gente prefería guardar lo mucho o poco que tenía en su casa.
Mario Mora, vecino de Tabarcia, nos contó un poco sobre don Juan pues su abuelito lo conoció.
“Mi abuelo contaba que don Juan, al tener una caja que era grande, le hacía el favor a varias familias de la comunidad de guardar dinero y joyas, cosas valiosas, en el caso de mi familia, no tenían dinero, pero sí tenían algunas joyas familiares, anillos de mis bisabuelos y un collar que le habían regalado a mi abuela, traído de España”, relató Mora.
Uno de los tesoros más grandes que tenía don Juan en esa caja fuerte y que lo tenían muy ilusionado, era el dinero para construir la iglesia de Corrolar de Tabarcia de Mora, que era un sueño para la comunidad.
Pero él, ni su familia, pudieron ver cumplir ese sueño por culpa de la tragedia, que ocurrió el 18 de abril de 1950.
Ese día, don Juan se levantó a las 4 a. m. para trabajar en la pulpería que tenían a la par de la mansión y su hijo lo acompañó para atender el negocio entre los dos.
Doña Elena estaba acostada, pendiente de que se terminaran de alistar para levantarse y en una carrerita prender el fogón para chorrearles el cafecito.
En ese momento, varios golpes azotaron la puerta principal de la casa. Quien tocaba la puerta lo hacía con gran desesperación, cada vez más rápido y sin detenerse.
Don Juan, asombrado, preocupado y apresurado, corrió a la puerta, pero antes de abrir escuchó que alguien gritaba: “Paso a la autoridad, abran pronto, en nombre de la ley, abran”.
Al abrir la puerta, vio a siete hombres vestidos de guardias civiles, con sus uniformes impecables, cargaban rifles y también ametralladoras.
Los supuestos oficiales aseguraron ser del Resguardo Fiscal y que fueron enviados a la mansión porque tenían noticias de que en esa vivienda guardaban contrabando en una caja fuerte.
Indignado, don Juan llamó a su hijo César y le dijo que abriera la caja fuerte de inmediato para que los oficiales pudieran ver que no había nada ilegal.
Los uniformados encontraron medio millón de colones, un saco con oro y saquitos de joyas.
“Ese dinero que ellos tenían, ahora son como 400 millones, pero mucha de esa plata era porque en el pueblo se había recogido para construir la iglesita y se decidió que estuviera resguardado en esa caja fuerte, era la iglesia de Corralar la que se iba a levantar, era una fortuna lo que tenían en esa casa, pero como era un señor tan honesto, nadie dudaba en ponerle lo poquito que tenían en sus manos”, relató Mario.
César se acercó a su papá y hablando bajito le dijo que dos de los guardas habían estado hospedados en su casa durante la Guerra del 48 cuando pasaban por Tabarcia para ir a la finca de La Lucha, así lo recordó don Arnoldo Mata Bustamante, quien es vecino de Mora.
Los supuestos oficiales, al sentirse amenazados por el susurro entre padre e hijo, les dijeron que ya se iban, pero que se llevaban con ellos todo lo que había en la caja fuerte en unos sacos de gangoche.
César empezó a luchar contra ellos, los hombres lo empezaron a golpear entre todos, lo tiraron al suelo y le dispararon varias veces.
Doña Elena, que estaba a tan solo unos pasos, se tiró en contra de los asesinos para defender a su amado hijo, pero los hombres también le dispararon a ella.
Algunas de aquellas balas alcanzaron las piernas de don Juan, quien solo acató a hacerse el muerto.
Aparte de la familia, en la casa estaba una empleada que, cuando escuchó los balazos, se tiró por una ventana y logró esconderse.
Mientras que uno de los peones logró pegarle un machetazo a uno de los sospechosos en una pierna y huyó antes de que lo hirieran a balazos.
Los sospechosos agarraron todo el botín y lo subieron a un Jeep y se dieron a la fuga.
Pasaron pocos minutos para que los vecinos se enteraran de aquella tragedia, pues la empleada, mientras rezaba para que nada le ocurriera, logró pedir ayuda.
Cuando las autoridades --de verdad-- llegaron a la casa, encontraron a doña Elena y a César fallecidos.
Don Juan fue trasladado con vida al Hospital San Juan de Dios por los dos balazos que recibió. Esas lesiones no le quitaron la vida, pero sí lo hizo la fuerte depresión que sufrió. Él falleció 18 días después en ese centro médico.
“Mi abuelo, que también se llamaba Mario, murió a los 92 años, él era amigo de don Juan, los dos fueron comerciantes, mi abuelo vendía verduras y frutas, era un hombre bastante firme, pero me contaba a mí siendo muy niño que él sentía una gran tristeza por la muerte de don Juan, porque el señor, después de perder a su esposa y a su hijo, no encontró ninguna razón para vivir y entonces decidió dejar de comer, se deprimió y su cuerpo empezó a pasarle la factura hasta que murió. No quiso escuchar ningún consuelo”, comentó Mario.
Antecedentes
Los guardias civiles que atacaron a la familia eran impostores y eran sospechosos de otros asaltos a familias en Poás de Alajuela.
El presidente Otilio Ulate dio la orden de capturar a los sospechosos lo antes posible para ponerlos tras las rejas.
“Aquí mucha gente conoce la historia, pero de los que la vivieron, ya casi no quedan, dicen que ellos les hicieron una gran despedida por el gran cariño que les tenían, don Juan era un líder para los vecinos, dador de buenos consejos”, contó Mario.
El llamado del presidente Ulate fue acatado y el 25 de abril de ese mismo año, la Guardia Civil detuvo a cuatro sospechoso de participar en el asesinato y el robo, los otros tres se lograron escapar al pasar la frontera con Nicaragua.
A los sospechosos les decomisaron el Jeep en el que huyeron la madrugada del crimen.
Los detenidos fueron encerrados en la penitenciaria. Pero los días fueron pasando y según data en el periódico La Nación de 1950, no los podían enjuiciar, porque las pruebas eran escasas.
Don Arnoldo dice que a él uno de los sospechosos del crimen lo llevó un día al centro de Tabarcia.
“Él andaba en una pandillera y me preguntó para dónde iba, le dije que al centro y me ofreció ride, yo como no vi nada raro me subí, luego supe que era uno de los hombres sospechosos”, relato.
Las únicas huellas de sangre con las que contaban las autoridades como prueba fueron lavadas.
Lo único que los mantenía presos era que las víctimas de otros asaltos los identificaron, sin embargo, no se pudo condenar a los hombres por el crimen de Tabarcia, considerado el homicidio más doloroso en esa tranquila comunidad.
“Nosotros éramos una familia pulseadora, nosotros íbamos a la casa de ellos y todos los días doña Elena le daba a mi mamá una botella de leche. Ellos siempre le regalaban a las personas alimentos, frijoles, arroz, queso. Eran personas muy generosas”, recuerda Arnoldo.
Sueño
El vecino contó que, pese a que la familia no pudo ver el sueño hecho realidad, el pueblo al final sí logró construir la iglesita.
“Don Juan era un hombre de muchísima fe, su familia también. En el lote donde murió se construyó la iglesia, era de él, en vida lo había donado y con el robo se perdió todo el dinero. La comunidad quería que fuera una belleza”.
El caso de la familia Vargas es recordado a la fecha como el más terrible crimen ocurrido en Tabarcia.
“Ya con 89 años le puedo decir que en este pueblo nunca en un entierro ha venido tanta gente como para despedirlos a ellos, eso fue algo impresionante, hasta hoy ese crimen marcó a la comunidad”, dijo don Arnoldo.
La ermita con la que tanto soñó don Juan fue construida 1950 por un padre de apellido Hernández, quien fue ayudado por toda la comunidad a volar pala.
La iglesia en la actualidad es considerada una joya, el 25 de octubre del 2022, esa construcción de madera fue declarada Patrimonio Cultural, luego de una investigación del Centro de Investigación del Patrimonio Cultural.
Fue diseñada por Amancio Vargas, que le puso elementos de arquitectura victoriana y fue un esfuerzo comunal.
*Colaboró Noticias Puriscal MG.