El Novelón

Contador mató a su familia porque no se ganó la lotería

Hombre escribió en el diario lo que pensaba hacer con su esposa y tres hijas, y sus temores.

EscucharEscuchar
En este barrio josefino ocurrió la tragedia familiar. Foto: Silvia Coto (Silvia Coto)

No ganarse la lotería, con lo que pensaba hacerle frente a sus deudas, provocó que un hombre asesinara a su esposa y sus tres hijas.

El crimen ocurrió el 31 se octubre de 1955 y el sujeto, después de asesinar a su familia, se suicidó.

“En ningún momento deben mi esposa e hijas tener la más pequeña sospecha de la tragedia de su padre, por eso me las llevo conmigo porque no podríamos vivir un momento separados”, escribió Mario Aguilar Marín la noche antes del la tragedia.

Aquel crimen ocurrió a las 6 a.m, en una humilde vivienda en el barrio Güell, cerca de la ferretería El Pipiolo, en plaza González Víquez, San José.

Doña María Isabel Aguilar, de 80 años, fue vecina de la familia y, aunque han pasado tantos años, ella no olvida la tragedia.

“Aquí las casas estaban lejos entre sí, mucho, la calle era de tierra y se puede decir que olía a campo, ahora esto es otra cosa, irreconocible. Yo tenía 12 años cuando eso ocurrió, sentí mucho miedo”, dijo doña Chavelita.

Aguilar era contador y trabajaba para el Instituto Nacional de Seguros.

La tragedia sacudió aquella época. (Silvia Coto)

Su esposa era ama de casa, se llamaba Isabel Segura, de 30 años, las hijas de ambos eran Leda María, de 7 años; Nora María, de 5, y María del Pilar de 4.

La tragedia conmovió muchos corazones porque para las personas cercanas nunca pensaron que algo así ocurriera, porque la familia siempre se veía feliz y muy alegre.

Lo que nadie imaginaba era que Mario tenía una depresión nerviosa.

Además, Isabel estaba enferma de los nervios, llevaba un año que no podía dormir y por eso su esposo faltaba constantemente del trabajo.

Lo poco que ella podía dormir se convertía en una pesadilla porque sufría alucinaciones y escuchaba ruidos. Pero en aquel entonces los médicos no lograron dar con un diagnóstico, si la medicaban le daban fuertes dolores de estómago e hígado.

El dinero que llegaba a la casa se iba en las medicinas y las deudas iban subiendo. Mario se convirtió poco a poco en un hombre que se enojaba con facilidad.

Ante la desesperación por de salir de tantas deudas y no darle preocupaciones a su familia, sobre todo a su esposa, empezó a jugar lotería con mucha fe, al parecer, confiaba en que iba a tener ese golpe de suerte que tanto necesitaba.

Aguilar tenía un diario en que escribía todo, la última noche de la familia fueron a pasear por San José los cinco.

Llegaron a la casa antes de las 5 de la tarde porque en la radio daban el sorteo de los chances. Mario se sentó a escuchar.

“Aquella leve lucecita de esperanza se esfumó, no pegué ni terminación”, escribió en el diario que quedó en manos de la Policía.

Varios días antes el hombre compró un arma para concretar sus planes, ya había decidido acabar con todos. El hombre se había confesado con el padre Salas Valenciano, pero lo que le dijo, el sacerdote se lo llevó a la tumba, aquella visita fue para tratar de encontrar paz.

Cartas de despedida

La noche noche de ese 31, Mario fue a casa de su madre para despedirse, también lo hizo de sus hermanas, las abrazo y río con ellas.

También pasó por su trabajo en el INS para dejar algunas cosas en orden y conversó con los guardas, sin levantar ninguna sospecha de lo que estaba por suceder.

Además, escribió tres cartas, una para su madre, una para su suegra y otra para el gerente del INS, Enrique Lara

Además sacó tiempo para añadir cosas en su diario. Los medios de comunicación tuvieron acceso a algunas páginas de ese libro.

“Dios sabrá comprenderme”, puso.

En la mañana del lunes el hombre sacó el arma de una cajita de madera y le colocó cinco balas, una para cada uno.

A las 6 de la mañana, agarró el teléfono y llamó a Lara para contarle que estaba loco, que su situación era deplorable y se sentía desesperado.

Las niñas murieron en el Hospital San Juan de Dios. (Cortesía Centro de Patrimonio Cultural)

Él, temiendo un tragedia, dio aviso a Carlos Alberto Coronado, que era el jefe inmediato de Mario en el INS. La angustia le ganó a los dos hombres, quienes decidieron llamar al Cuerpo de Bomberos para que les ayudaran y se presentaran en la casa para detener al hombre.

Doña Zelmira Beita era la empleada doméstica de la familia y ese día llegó muy temprano, cuando la vio, le pidió que fuera a la casa de la madre de él y le dijera que algo extraño estaba pasando en la casa de Mario y su familia.

La mujer salió como alma que lleva al diablo, pero no sospechó que algo tan trágico fuera a pasar, pues tan siquiera pidió explicaciones, solo cumplió.

Los bomberos llegaron primero y sin pensarlo entraron en aquella vivienda, pero ya era muy tarde, el plan había sido consumado.

Isabel estaba acostada en pijamas, ya fallecida.

Vivas pero graves

El papá también hirió a sus tres hijas y, creyéndolas muertas, se sentó en el sillón de la sala y jaló el gatillo del arma para apagar con su vida, lo que tampoco logró de inmediato.

“Mi mamá estaba levantada, prendiendo el fogón y le dijo a mi papá: ‘Oiga, se escucharon balazos, vaya a ver qué pasó', y papá le dijo: ‘No, eso son unos vagabundos disparando’, ya al rato fue que vimos a las autoridades que se llevaron a las chiquitas heridas y al señor, y decían que la señora estaba muerta. Todo el mundo rumoreaba las razones y nadie sabía bien qué pasó”, recordó.

Los bomberos encontraron con signos vitales al papá y a las hijas y los trasladaron al Hospital San Juan de Dios. Mario murió en el camino.

La muerte de las chiquitas que estuvieron por varias horas en las salas de cirugía devastaron a los médicos. Leda fue la primera en fallecer, después Pilar y la esperanza era que Nora se salvara, la habían vestido con el hábito de la Virgen del Carmen, con mucha devoción, y aunque luchó, a las 7:20 de la noche de ese día murió.

Sobre el cuerpo de Isabel, el juez Francisco Sáenz Meza encontró las tres cartas que el hombre escribió y las entregó a sus destinatarios. Además decomisó el arma.

Ganarse la lotería era una esperanza para el hombre,. foto Alonso Tenorio (Alonso Tenorio)

El caso se declaró como cerrado porque no había nada que investigar.

Según el periódico La Nación de ese año, el juez Sáenz aseguró que la tragedia se dio porque el hombre no pudo decirle a su familia que tenían problemas de dinero y no quería que ellas supieran que administró mal la plata.

“Mis papás nos pusieron unos vestidos blancos, a mí y mis hermanos, éramos cinco, pero ya solo quedó yo en esta tierra, y nosotros y las pocas familias que habían cerca pusieron lazos blancos en las casas y les rezaron a los cinco, fue una barbaridad, varios días y por varias horas. Pero la gente que lo vivió ya falleció, creo que hay como dos señoras igual que yo, adultas mayores que lo vivieron, pero eran más chiquillas que yo”, dijo doña Chavelita.

Ella recuerda que, al parecer, don Mario no quería que le hicieran misa, pero que aún así los patrones y los familiares les hicieron. En algunas casas colocaron banderas blancas hechas con palos de troncos.

“En aquellos tiempos pasaba algo así y la gente se asustaba mucho, es que no le puedo explicar, la gente de ahora ya se acostumbró a la violencia, a raíz de eso yo siempre le digo a los nietos mías, que son dos mujeres y cuatro hombres, que estudien para que ayuden en el hogar y no pidan y a los nietos que no tengan miedo de pedirles a las esposas una ayudita y les he contado la historia para que me entiendan.

“Ese señor, decían mis papás, estaba tan enredado con el dinero que eso de la lotería lo terminó de hundir, me parece que jugaba la edad de él, con frecuencia conversaba con mi papá ese señor, era amable y su esposa era una señora bien bonita, con los años uno olvida las caras, pero siempre todos decían: ‘tan bonita doña Isabel’”.

Últimas líneas del diario de Mario

Domingo 30 de octubre, 1955

Anoche me acosté a las 12, no puedo decir que dormí mal. A pesar del trance que estoy viviendo, no me dio pereza o repugnancia sacar el revólver de su cajita nueva para cargarlo.

Nos levantamos hoy un poco tarde, como todos los domingos, salimos todos a dar una vuelta por el parque Central, mis hijas brincaban de gozo viendo las muñecas tempraneras en las vitrinas.

Fuimos al aeropuerto, almorzamos con apetito. Isabel por su dolencia hepática se sentía mareada y por eso solo fuimos las chiquitas y yo a ver las tiras cómicas y fabulas al Palace (cine a la par del Mélico Salazar).

Regresamos y como Isabel ya se sentía bien volvimos a salir, paseamos largo rato a pie, tomamos otros refrescos y una cerveza probé entonces. Regresamos a la casa a las 5 y oí los chances, aquella leve lucecita de esperanza se esfumó, no pegué ni terminación.

A todo esto, durante el curso del día, aunque las garras del miedo se han hincado en mis entrañas, me las he compuesto para aparentar un semblante sereno.

Le dije a mi esposa que descansara ella, pues yo tenía que ir al Instituto a firmar unos cheques. Primero pase a casa de mi mamá y hermanas con intención de verlas por última vez. Soy un monstruo, si la gente endomingada se desgarra al pensar que debo dejar la vida, pasan pareja de enamorados con sus mejores ropas, al cine, a pasear tranquilos.

Llegué a casa temprano, besé acariciando a mis hijitas antes de que entren al sueño del que no despertarán jamás. ¡Oh nos dará Dios otro chance en otra vida, para que nos reunamos y seamos felices!

Dios mío dame valor pues estoy seguro de que lo que voy a hacer es mi única salvación. No podría confesar personalmente mi traición. No podría entregarme al juicio de mis compañeros y familiares, mi esposa se moriría de la vergüenza, cómo todos los comprenderían.

No, en ningún momento deben mi esposa e hijas tener la más pequeña sospecha de la tragedia de su padre, por eso me las llevo conmigo porque no podríamos vivir un momento separados, pasaré a las historia como un monstruo, pero Dios sabrá comprenderme.

Qué simbólico, sin duda la sirvienta quebró la pequeña bailarina que tengo en frente mío en esta mesa porque acaba de caer partida por la mitad como nuestra vida.

Lo he planeado todo fríamente. Pero el pánico me está invadiendo. ¿Tendré valor de apretar el gatillo cinco veces? Lo voy a hacer entre la 1 y 2 de la madrugada para que a los vecinos les cueste levantarse a infringir el lugar de los disparos.

¿Funcionará el revólver? Además es la primera vez en la vida que tomo un arma de fuego.

Carta publicada por la Nación 1955

Silvia Coto

Silvia Coto

Periodista de sucesos y judiciales. Bachiller en Ciencias de la Comunicación Colectiva con énfasis en Periodismo. Labora en Grupo Nación desde el 2010.

En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.