El solo hecho de tener una cámara fotográfica al frente puede poner nervioso a más de uno, especialmente a los sospechosos de cometer un crimen, quienes hacen todo lo posible por huir de la mirada de ese lente.
Sin embargo, no en todos los casos ocurre lo mismo, pues hay hechos muy particulares en que los criminales más bien se sienten cómodos y hasta atraídos por los cámaras.
Egon Arroyo, un exagente que trabajó como fotógrafo en el Organismo de Investigación Judicial (OIJ), vivió de primera mano uno de esos casos tan particulares, pues fue testigo de cómo a un asesino se le soltó la lengua al ver que estaba siendo grabado.
“La cámara fue la que lo hizo hablar”, aseguró el exinvestigador.
“Se puede decir que de los casos más grandes en ese tiempo, me tocó a mí tomar las fotografías de varios”.
— Egón Arroyo, exagente del OIJ.
Arroyo le contó a La Teja que ese es uno de los casos que más recuerda tras haber trabajado por más de 18 años en la Policía Judicial, pues aún le parece asombroso que aquel hombre se sintió como un actor de cine al confesar, ante su cámara, el homicidio de un compañero de trabajo.
Por su labor como uno de los primeros fotógrafos del OIJ, Arroyo tuvo que presenciar y fotografiar terribles escenas de los casos más sonados en la historia del país, como los ataques cometidos por el llamado “Psicópata” y el misterioso homicidio de Viviana Gallardo, por mencionar algunos.
“La fotografía es algo importantísimo para descubrir lo demás de un caso, porque uno ve una cosa y al contárselo a alguien más se puede distorsionar esa imagen, mientras que la fotografía es algo tangible, que está ahí y es probatorio”, dijo Egon.
Homicidio en aserradero
Arroyo inició su carrera en el OIJ el 1º de mayo de 1981, cuando se unió a la Sección de Inspecciones Oculares y Recolección de Indicios, cuyos agentes son los primeros en atender la escena de un homicidio o accidente.
“A cada uno le correspondía un trabajo, por lo general había uno que se encargaba de las huellas, otro de levantar evidencias y otro de tomar fotografías, y a mí lo que más me gustaba era tomar fotos.
“Como estaba muy metido en eso, me ofrecieron que hiciera un curso de fotografía y video criminalístico, entonces me mandaron con un compañero de la sección de fotografía a una productora de televisión, que era donde le hacían los videos a Los Hicsos, Jaque Mate y a todos los conjuntos de los años ochenta”, recordó.
“En ese tiempo yo llevaba la cámara y el muchacho que había matado al otro hombre me terminó contando cómo fue que cometió el homicidio”.
— Egón Arroyo, exagente del OIJ.
Aunque no precisa la fecha exacta, Arroyo dijo que pocos años después de esa capacitación fue que ocurrió el peculiar caso del asesino al que se le soltó la lengua y confesó su crimen.
Ese caso inició luego de que el OIJ fuera alertado sobre un homicidio ocurrido en un aserradero, ubicado en Calle Blancos de Goicoechea, no muy lejos del antiguo salón de baile El Tobogán, en el cual un hombre fue apuñalado en múltiples ocasiones.
El exagente recordó que cuando él y sus compañeros llegaron a la escena, descubrieron que la Fuerza Pública ya había detenido a un sospechosos.
Cámara lo puso a hablar
Motivado por su faceta de investigador, Arroyo no se limitó a tomar fotos de la escena sino que también se acercó al detenido para ver si le podía sacar algo de información. Al final se terminó llevando una sorpresa, pues recibió más de lo que esperaba.
“Él vio la cámara y todo eso, entonces se sintió como interesado, fue tan normal como si fuera a hacer un video de un musical, él mismo se puso a explicarme todo y yo lo iba grabando.
“Yo fui como realizando escenas, me quedó como una película, ese fue el único caso que pude hacer así, porque no era común que alguien dijera: ‘Sí, fui yo quien lo mató, y lo hice de esta manera’”, recordó el exagente.
Arroyo dijo que no recuerda con exactitud cómo terminó ese caso, pues el desarrollo de la investigación le correspondía a otros compañeros; sin embargo, aseguró que jamás olvidará la forma tan particular en la que se dieron las cosas.
“El muchacho estaba tan ofrecido, fue como si se sintiera un actor de cine, y es que en esos tiempos grabar en video y todo eso no era cualquiera, entonces él se dignó a hacerlo, sin presión ni nada, nos explicó absolutamente todo, hasta de cómo llegó a matar al compañero”, añadió.
Según el exagente, si no recuerda mal, ese homicidio, al parecer, estaba relacionado con un tema pasional y de celos.
La Cruz de Alajuelita
Otro de los casos en los que Arroyo hizo fotografías y videos fue el conocido crimen de La Cruz de Alajuelita, ocurrido el 6 de abril de 1986. Ese hecho lo marcó, pues por cosas del destino él conocía a las víctimas de ese atroz hecho.
Ese trágico día perdieron la vida Marta Eugenia Zamora Martínez, de 41 años, además de sus hijas María Gabriela, de 16 años; María Auxiliadora, de 11, y Carla Virginia de 9; también sus sobrinas Alejandra, de 13 años; Carla María, de 11, y María Eugenia, de 4 años. Ese crimen se le atribuye al llamado “Psicópata”.
“En ese tiempo mi mamá vendía helados en Hatillo 2 y esas chiquitas siempre llegaban a comprar helados, cuando llegué a la escena y descubrí que se trataba de ellas fue algo que me conmovió mucho.
“Fue impactante porque también conocía a la mamá y eran chiquitas a las que uno siempre veía, entonces llegar a esa escena y verlas ahí le causa a uno una tristeza muy grande”, recordó Arroyo.
“Me tocó tomar las fotos, así como cargas los cuerpos”.
— Egón Arroyo, exagente del OIJ.
Egon también tomó las fotografías y videos de otra escena de homicidio que se le atribuyó al Psicópata, se trató del caso por la muerte de Lilliana Mayela Guerrero Bonilla, de 18 años, cuyo cuerpo apareció en el cauce de una quebrada en San Antonio de Escazú. Ese crimen ocurrió el 13 de mayo de 1985.
Al igual que otros funcionarios del OIJ que estuvieron tras la pista del Psicópata, Arroyo quedó con el mal sabor de que nunca se pudo comprobar la identidad de este para llevarlo ante la justicia.
“A mi pensar, eran dos escenarios: a veces actuaba solo y en otras ocasiones actuaba con alguien más, pienso que era como un guarda o algo así, que estaba cerca de las construcciones, porque por lo general los homicidios fueron cerca de construcciones y de ríos, donde el lavaba y escondía el uniforme camuflado que tenía, porque dicen que se hacia pasar por policía”.
Además de ese lamentable caso, Arroyo también recordó su participación en el homicidio de Viviana Gallardo, ocurrido el 1º de julio de 1981 en una celda de la Dirección General de la Guardia Civil. Gallardo es recordada por formar parte del grupo radical conocido como La Familia.
“Ese día yo estaba recibiendo denuncias en la oficina y cuando salió eso inmediatamente me mandaron para allá a tomar las fotos”, añadió.
De fotógrafo a negociador
Además, Arroyo recordó que durante su paso en el OIJ no solo se encargó de tomar fotos y levantar evidencias, en una ocasión incluso le tocó servir de “negociador”.
“Recuerdo un caso de un hombre que amenazó a la familia en Tibás, tenía a la hija y a la esposa en un cuarto en la parte de arriba de la casa y eso era un mar de policías, en cada metro había un policía y todos armados.
“Yo llegué y empecé a hablar con el hombre, hasta el punto de que me dejó entrar hasta donde estaban, yo solo pensaba que si él quería me disparaba y me mataba, pero hablando logré convencerlo de que me diera el arma y al final decidió entregarse y gracias a Dios no pasó a más”, detalló.
Según Egon, en esa ocasión decidió asumir ese rol pues sentía gran preocupación de que algo saliera mal y se terminara dando una balacera, en la que algún inocente podría perder la vida.
Enorme responsabilidad
Arroyo dijo que aún hay muchas personas que piensan que tomar fotografías de una escena del crimen es algo muy sencillo, pero realmente se trata de una labor de mucho cuidado y de gran responsabilidad.
“La fotografía tiene que hablar, tiene mostrar dónde fue ubicado un objeto, no es solo una foto. Las fotografías y los videos le dan al investigador un punto desde donde arrancar, porque van a explicar muchas cosas, como si faltaba algún artículo de la escena o una prenda de la persona a la que mataron”.