Tres notas de periódico de 1981 y un pedazo de cuchillo son un tesoro para la familia Esquivel Delgado.
La urna en la cual los guardan está en manos de doña Marielos Esquivel, de 73 años y quien tiene la fe de que estos recuerdos pasarán de una generación a otra y serán protegidos porque son la confirmación de que su papá, José Francisco Esquivel --conocido como “Chichi”-- salvó a la familia de unos asaltantes armados.
“En las notas se detalla la valentía de mi padre al enfrentarlos y cómo su acción fue importante para que el OIJ diera con los responsables del ataque”, dice doña Marielos.
“Mis padres ya murieron, he sido la que ha conservado este patrimonio, ya les he dicho a mis hijos que el día que yo falte ellos deben seguir cuidando el cajón porque era lo que mi papá anhelaba, que sus generaciones se dieran cuenta de que la familia se defiende siempre”, añade.
‘¡Que me maten, pero a mi familia no la tocan!
Los hechos de los que hablan las notas periodísticas ocurrieron en la madrugada del domingo 22 de febrero de 1981 en la lechería Piedra Blanca, en La Angostura de San Ramón, cerca de Esparza.
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En la propiedad de los Esquivel Delgado se encontraba la lechería y a escasos metros la casa familiar; el vecino más cercano vivía aproximadamente a un kilómetro. Allí nacieron los 11 hijos de “Chichi” y de su esposa Isolina Delgado; tres murieron cuando eran bebés, los otros crecieron entre el monte y el ganado.
“Chichi” tenía la costumbre de acostarse a dormir temprano y levantarse a trabajar en la madrugada. Para él no había diferencia entre días laborales, feriados o fines de semana; todos los días se trabajaba.
Aquel domingo 22 de febrero se levantó a las 3 de la mañana para ordeñar las vacas y cuando llegó al corral fue sorprendido por tres maleantes armados que lo amarraron de pies y manos y, como si fuera poco, lo sujetaron a un horcón de la lechería.
Allí mismo le quitaron un reloj de oro y una cadena gruesa.
Después los delincuentes subieron una pequeña y loma y se dirigieron hacia la casa de la familia, donde despertaron a Isolina, a dos hijos del matrimonio --Danilo y Wilbert-- y a la empleada. Los gritos de desesperación de ellos eran estremecedores, sin embargo el único que los escuchaba era “Chichi”, quien no podía hacer nada por ir a auxiliarlos.
La situación lo agobiaba. Desde donde estaba amarrado imaginaba que a sus seres queridos les podrían hacer daño. “Chichi” hacía cuanto podía para tratar de soltarse, sacó fuerzas de lo más profundo y logró aflojar las amarras...
En ese momento recordó que tenía un pedazo de cuchillo en la lechería y sin pensarlo mucho lo agarró, terminó de cortar los mecates y corrió hacia su casa. Tiene que haber sido una gran sorpresa para los maleantes verlo llegar.
Doña Marielos recuerda así lo que su papá les narraba: “Nos contó que él lo que dijo fue: ‘¡que me maten si lo tienen que hacer, pero a mi familia no la tocan!’”.
Los delincuentes le apuntaron con el arma de fuego, pero “Chichi” no echó para atrás y comenzó a mover el cuchillo a altura de su cara sin importar a qué le daba. Estaba decidido a defender a su familia.
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De golpe se oyeron dos balazos y un grito de dolor. Uno de los tiros alcanzó una rodilla de “Chichi” y el otro le dio en una pierna a Wilberth, el hijo menor de los Esquivel Delgado. Casi al mismo tiempo cayó al suelo el pedazo de un dedo índice y corrió sangre; aquello espantó a los delincuentes, que salieron corriendo al ver cómo el campesino había cortado a uno de ellos. Vieron que la defensa de la familia iba muy en serio y mejor huyeron.
En aquel tiempo Marielos ya no vivía en casa de sus papás, estaba casada y tenía dos hijos.
“Nos llamaron (para avisarles lo que había pasado) y yo deseaba que el carro volara, mi esposo apenas llegamos nos dijo que no tocáramos nada, solo que buscáramos el dedo; por otro lado, a mi papá y a mi hermano los llevaron al hospital, pero gracias a Dios estaban fuera de peligro”, detalla.
“Uno de mis hijos y mi esposo fueron los que hallaron el dedo y lo echamos en un envase con alcohol para dárselo al OIJ cuando llegara”, recordó Marielos.
Desde aquel incidente la familia perdió la paz aunque “Chichi” defendió a los suyos como un león.
“Después de ese asalto ya no estábamos tranquilos, a los meses papá vendió la finca a un precio muy barato, pero lo que nos importaba era la paz; ellos (su familia) se pasaron a vivir a un lugar más céntrico en San Ramón”, cuenta la hija.
Delincuente fingió ser asaltado hasta que vio su dedo
El único rastro que había de los delincuentes era el pedazo del dedo índice, pero los agentes del OIJ estaban decididos a que no se salieran con la suya y, como se dice, buscaron hasta debajo de las piedras en busca de evidencias.
Y el trabajo dio frutos porque los investigadores lograron dar con uno de los sospechosos, Jorge Jiménez, quien pertenecía a una banda de Alajuelita conocida como Los Gansos.
En aquel grupo de agentes del OIJ estaba Fernando Sánchez, quien recordó que el pedazo de dedo hallado en la casa de la familia Esquivel Delgado lo echaron en una frasquito de vidrio con formalina para que no se descompusiera y luego lo llevaron a la Sección de Fotografía, donde le sacaron fotos que dejaron ver claramente las huellas dactilares.
Las huellas fueron comparadas con las que había en el Archivo Criminal y coincidían con las de Oldemar Gómez Gómez, originario de de Ciudad Neily, pero que vivía con una tía en San Felipe de Alajuelita.
Agentes del OIJ fueron a buscarlo, pero no estaba; la tía les dijo a las autoridades que a su sobrino lo habían tratado de asaltar y que en el ataque le habían amputado un dedo. Eso era lo que el hombre había contado, pero el OIJ sabía la verdad.
La tía de Gómez agregó que este había agarrado el bus de Tracopa de las 4 p.m. para ir a visitar a la mamá en la zona sur. Los agentes judiciales no le dijeron nada más a la señora y, ahora con información fresca, sabían dónde encontrar a Gómez.
Investigadores se unieron
Los investigadores de San Ramón llamaron a los de Ciudad Neily y les informaron lo que sabían. Estos últimos fueron a esperar el bus en el que viajaba Gómez, que llegó a las 11 de la noche, y de una vez lo hicieron arrestado cuando se bajaba.
Cuando los agentes lo interrogaron, Oldemar repitió el cuento del supuesto asalto; pero como había pruebas suficientes en su contra lo mandaron a San José, donde los investigadores le mostraron el frasquito de vidrio con el pedazo de dedo que le faltaba; el hombre cambió de colores y aceptó haber participado en el asalto a la lechería.
El tercero en caer fue Ricardo Bustamante, un aficionado a las pistolas y vecino de Concepción Abajo de Alajuelita.
El caso fue llevado a juicio en el Tribunal Penal de Puntarenas.
Los tres sospechosos afirmaron ser inocentes e intentaron crear dudas acerca de su participación en el asalto a la lechería de “Chichi” Esquivel, pero de nada les valió; además del dedo de Gómez, las autoridades contaban con declaraciones que los vinculaba con el hecho.
El miércoles 16 de diciembre de 1981 les llegaron las condenas; a Jorge Jiménez le dictaron 8 años de cárcel, a Oldemar Gómez y a Ricardo Bustamante 7 años para cada uno. A Jiménez le dieron un año más por ser el cabecilla de la banda.
Oldemar cumplió su condena y siguió en el mal camino; en el año 1996 la Policía lo relacionó con el plan de asaltar a un empresario en el cual también participaron dos hombres identificados como Cristian Jiménez y Emmanuel Villalobos; este último era un prófugo de la justicia que había sido condenado a 40 años de prisión por asaltos violentos y robo de carros.
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A finales de julio de 1996, Gómez, Jiménez y Villalobos se enfrentaron a balazos con agentes del OIJ y la Unidad de Intervención Especial (UIE) en La Puebla de Heredia cuando se movilizaban en un auto marca Hyundai reportado como robado.
Oldemar y Jiménez sobrevivieron, pero quedaron graves; todos fueron llevados al hospital, donde Villalobos murió después debido a que un balazo le había dado en la cabeza.
De acuerdo con el Tribunal Supremo de Elecciones Oldemar Gómez murió el 11 de agosto del 2005 a los 44 años.
“Chichi” Esquivel falleció el 23 de diciembre de 1997 a los 85 años; en los últimos tiempos ya no recordaba cómo un domingo de 1981, con la bravura de un león, defendió a su familia de una gran amenaza.
Además de aquella hazaña como herencia, dejó la petición de que sus parientes recordaran siempre su valentía. Él mismo fue quien enmarcó el pedazo de cuchillo y los recortes de periódico que su hija Marielos cuida ahora con tanta dedicación.