El crimen de dos mujeres en Desamparados marcó para siempre a los vecinos del centro de ese cantón. Lo que más les duele es que el asesino sigue libre.
Aunque el autor del crimen no era un experto, sí actuó como un criminal profesional cuando mató a doña Rosa María Barrientos Poveda, de 78 años, y a su hija Lilliam Guzmán Barrientos, de 44.
Sus vidas fueron apagadas el 2 de julio de 1998.
La muerte de la mujeres nunca se resolvió porque la única evidencia que había para incriminar al autor, se dañó, pero de eso hablaremos más adelante.
En los pasillos judiciales se especuló que el responsable de tal crimen era un empleado de confianza de las mujeres, pero eso nunca se pudo comprobar.
Rosa y Lilliam fueron atacadas en su propia casa frente a la Compañía Nacional de Fuerza y Luz, en Desamparados.
El día del crimen, en la mañana, una señora de apellido Gamboa, amiga de Rosa y de Lilliam, las visitó y les llevó una virgencita para que las protegiera, pues hacía unos meses les robaron un montón de ropa de la casa.
Después de eso nadie más vio a las mujeres durante el día. Horas más tarde, uno de los nietos de doña Rosa las llegó a buscar y como no salieron, otro nieto, llamado Luis Alonso Bonilla, quien actualmente es abogado y con quien conversamos, entró en aquel entonces por la puerta trasera y halló muertas a su abuelita y a su tía.
Eran las 7 p. m. cuando descubrió el doble asesinato. La casa estaba toda desordenada.
Las autoridades indicaron que las mujeres tenían balazos en la cabeza.
Cuando los investigadores hicieron el levantamiento de los cuerpos, encontraron unas estampitas religiosas, una cédula de una persona desaparecida y billetes de ₡5.
Todo eso estaba en el jardín, pero después se determinó que no tenía relación con el caso.
Todos se preguntaban las razones por las que las asesinaron. Doña Rosa era una mujer dedicada a su hogar y madre de seis hijos, viuda desde hacía muchos años, recordada como una mujer católica, educada y amable.
“Lo primero que pensamos fue que estábamos ante un caso de robo, aunque la familia aseguraba que en la casa no faltaba nada, también se descartó que se tratara de una venganza. La señora tenía a un nieto, que quería mucho, que era fiscal de psicotrópicos. En 1997 hubo 60 asesinatos sin resolver, pero ese caso era muy complejo, porque no había testigos ni huellas, ni ninguna evidencia clave”, dijo uno de los investigadores ligados al caso.
Los cuerpos de las mujeres quedaron cerca de la cama, solo Lilliana trató de defenderse, pues tenía dos dedos fracturados.
“Cuando las personas batallan por sus vidas, los forenses encuentran moretones, aruñazos o fracturas en los brazos”, dijo el agente.
Para los judiciales, el asesino entró por la parte trasera de la casa, pues las cerraduras de la puerta principal no estaban forzadas.
“Habíamos montado un perfil del asesino y estábamos seguros de que la persona que había entrado a aquella casa era conocida de las mujeres, así como estuvimos convencidos de que primero les habló y después las golpeó hasta quitarles la vida”, asegura.
Para la fecha de la tragedia, también se registraron otros cuatro crímenes en esos días, por lo que los vecinos de Desamparados no aguantaron más y el 9 de agosto de 1998 salieron a las calles del cantón, con ayuda de la Iglesia, para exigir que se hiciera justicia y que la violencia se detuviera.
Once días después del doble homicidio, la Policía se llevó un alegrón de burro al creer que tenían al asesino en sus manos.
El “piedrero”, de 40 años, un conocido en el barrio porque algunas personas lo mandaban a hacer mandados, confesó que mató a Rosa y a Lilliam, pero semanas después las autoridades determinaron que mintió a raíz de los problemas mentales que sufría y por los que estuvo en el psiquiátrico.
Los pelos
Dentro de las pocas evidencias que tenían para resolver este caso eran 12 pelos que hallaron en la escena del crimen y que guardaron en una sustancia, pero en el 2007 se dieron cuenta que se habían dañado.
“La prueba ni funcionó y eso hizo que el caso se cayera, porque aunque teníamos un jardinero sospechoso, no había ni una sola prueba para detenerlo”.
En el 2008 la causa fue archivada y el arma nunca apareció.
Para el agente, el asesino llegó a la casa, perdió el control, mató doña Rosa y a doña Lilliana y al verse perdido, escapó sin llevarse nada.
Dolor
Bonilla, el ahora abogado penalista que halló a las dos mujeres hace 24 años, dice que su familia tuvo que enfrentar el dolor y la frustración, porque la justicia nunca llegó.
“Fue algo muy doloroso para toda mi familia, en mi caso yo encontré los cuerpos, porque mi mamá y yo vivíamos a la par de mi abuela, mi tía estaba ese día muy preocupada y me avisó, yo decidí ir a ver si todo estaba bien y me encontré con aquella escena tan dura”, contó.
Bonilla asegura que durante muchos años hicieron todo lo posible para resolver el asunto, pero el tiempo pasó y no tuvieron éxito.
“Ayudábamos con buscar testigos, estábamos pendientes, hasta contratamos dos investigadores privados en algún momento, pero nunca se logró nada, tuvimos muchas sospechas y sospechosos, pero nunca nada certero”, explicó Bonilla.
Don Luis también nos contó la frustración que sintió cuando supo que la única prueba que tenían, se echó a perder.
“Fue muy duro, nosotros queríamos justicia para poder tener la tranquilidad de que ninguna otra familia iba a pasar por lo mismo que nosotros, no había tanta tecnología como ahora, que tal vez en estos tiempos hubiera sido distinta la situación”.
También nos contó que tiempo después de la muerte de doña Rosa y Lilliam, su familia decidió irse del lugar, por el dolor que los recuerdos les provocaban.
Para ellos cada vez que escuchan que alguna familia está pasando por un caso en que el crimen no se resolvió, vuelven a revivir todo con mucha tristeza.
“Uno queda viviendo con la incertidumbre de, ‘¿qué habría sido lo que pasó ese día?, ¿por qué de la casa no se robaron nada?’, hasta la caja fuerte, que no había dinero, estaba intacta”, se pregunta.
Especiales
Luis recordó que su abuela era una mujer de pocas palabras, pero muy cariñosa y buena.
“Mi tía también era especial, era la única que no se había casado de mis tías”, recordó.
Pese a los años, la familia paga, todos los 2 de julio, una misa para las víctimas.
En la casita donde ocurrió el crimen ahora hay varios locales comerciales. Son pocos los vecinos que todavía viven en esa zona, pero algunos, los más mayorcitos, sí recuerdan el doble homicidio, como por ejemplo doña Lidieth Solano.
“Ellas eran personas buenas, queridas por la comunidad, una familia bastante grande, la verdad esa noticia en aquel momento nos llenó a todos de consternación y profunda tristeza por sus familiares, que fue tan duro para ellos tener que vivir una situación tan inesperada y tan llena de maldad.
“Por muchísimo tiempo y todavía, le aseguro, que cuando uno tiene, como dicen, un flashazo mental y se acuerda de eso, se pregunta, ‘¿por qué? y ¿para qué?’. En este caso, de doña Rosita la justicia le quedó debiendo a todos”, respondió Solano.
Y añadió: “Fue muy triste eso y ahora hay tantos casos de homicidios que uno se sorprende, pero ahora los resuelven más pronto, qué pesar que su familia no pudo cerrar eso. Aquí entre los que aún estamos vivos dejaron un recuerdo de nobleza, yo no volví a ver a nadie de la familia, pero uno sí los piensa, más cuando en las noticias no dejan de decir que la violencia va para arriba”.