Un Datsun 1.000, de 1970, es uno de los tesoros más preciados que heredaron Fernando y Mauricio Hernández de su papá, don Daniel, quien falleció en noviembre del año pasado.
En el Día del Padre, Fernando recordó que gracias a ese chuzo aprendió a manejar, conoció parques y montañas de Tiquicia.
El Datsun, que forma parte de la familia desde 1980, está en tan buen estado que uno de los hijos de Fernando está aprendiendo a manejar con él.
“Anteriormente mi papá tuvo dos carritos y el anterior era un Chevrolet del 63, pero en esos años se desató la crisis del combustible y buscó un carro más económico y se encontró este.
“Al inicio a la familia no le hizo gracia la idea del cambio de carro, de hecho a mi abuela no le gustaba, porque creíamos que era un carro muy pequeño, pero con él viajamos montones de veces sin ningún problema, la pasamos bien, es un carro muy confiable”, manifestó Fernando.
Para bretear
Fernando comentó que con este chuzo fue a su primer trabajo.
“Cuando tenía 14 o 15 años aprendí a manejar metiéndolo en la cochera y cuando comencé a trabajar, mi papá me lo prestaba para ir a Barreal de Heredia. Viajaba por la pista sin problema, en ese tiempo no había tanta presa y también mi hermano aprendió a manejar con él”, agregó.
El carrito mantiene el color original, que es un azul perlado. La tapicería se cambió porque la original no aguantó el paso de los años y su motor es de 1.200 centímetros cúbicos.
La dirección es sencilla, su marcha es de cuatro velocidades y no posee el radio original, pues cuando se adquirió, ya no le funcionaba.
“El carro está al cien por ciento, con el paso del tiempo en la familia nos hemos preocupado por mantenerlo, no dejarlo que se eche a perder y por eso lo usamos poco. Hasta hace unos meses lo llevábamos a exhibiciones, pero ahora hacemos algunos mandados”, agregó.
Aunque tiene un carro más nuevo, nos explicó porqué sus hijos prefirieron el Datsun para aprender.
“Es el compañero ideal para aprender a manejar, tengo dos hijos y ambos ya gastaron minutos. José Pablo ya aprendió a manejar y la semana anterior comencé a enseñarle a Juan Diego, el menor.
“Nosotros tenemos un carro más moderno para el día a día, sin embargo, Juan Diego me dijo que no quería aprender a manejar en él, que quería probar el que era el del abuelo para tener otra experiencia y le gustó, porque manejar estos carros producen sensaciones diferentes”, relató.
Gratos recuerdos
Tras el fallecimiento de don Daniel, en la familia Hernández no piensan vender el sedán.
“Mauricio y yo decidimos no venderlo, lo vamos a mantener en la familia y cuidarlo entre los dos. Mi hermano es el que lo usa más, no queremos tenerlo varado y que luego se dañe. Le han salido varios pretendientes, cada vez que lo sacamos nos preguntan si lo vendemos, pero si mi papá no quiso venderlo, tampoco lo haremos”, destacó.
Fernando dice que no se quiere despegar del chuzo porque le recuerda muchos y gratos recuerdos de su progenitor.
“Me recuerda a mi papá y los años en que estaba creciendo con la familia, recuerdo los días en que paseábamos, me gusta el estilo, el color, es un carro que evoca otros tiempos, cuando todo era más sencillo.
“Y cuando empecé a darle clases a Juan Diego, recordé las dificultades que enfrenté para aprender a manejar, pues es un poco difícil, pero mis hijos y yo lo disfrutamos mucho”.