Lionel Messi conoció la justicia este 2022.
Después de una década y media en la que las decepciones fueron más que las alegrías con la Selección de Argentina, el gran símbolo contemporáneo del fútbol por fin tuvo revancha.
En 2005, durante su debut con la Albiceleste, en un amistoso contra Hungría, salió expulsado tras permanecer escasos 45 segundos en cancha.
En 2011 fue silbado al no cantar el himno durante los partidos de la Copa América que se realizó en Argentina.
En 2014 condujo a su equipo a la final del Mundial de Brasil. Sin embargo, un gol del alemán Götze, a falta de 420 segundos para que terminara la prórroga del último juego, acabó con su ilusión.
Luego vinieron las finales de Copa América perdidas ante Chile en 2015 y 2016, y con ellas el “esto no es para mí” que marcó un retiro temporal que demostró que los dioses también se frustran.
En 2021 le llegó un atisbo de alegría, tras ganar la Copa América ante Brasil, en Brasil, y sobre los restos de tragedia del Maracaná.
Pero la felicidad no fue completa sino hasta el domingo pasado, cuando en el Mundial de Qatar, siendo el más argentino de todos y en la final más argentina de todas, Messi levantó la Copa del Mundo.
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El camino del héroe Messi tuvo en Qatar, como plasmó en el camino del héroe el mitólogo norteamericano Joseph Camp-bell, “la hora de la recompensa”.
Aunque el Mundial empezó de la manera más impensada, con una derrota ante Arabia Saudí en la que anotó de penal, pero apenas pudo influir, el ‘10′ nunca bajó la cabeza.
De hecho, ese golpe inicial fue la peripecia que forjó la voz de mando que la última bala le exigía.
Messi, que nunca ha espetado para imponerse en sus 35 años, fue hablando y jugando. Dosificado en esfuerzos, porque el cuerpo no entiende cómo el alma puede ser tan joven como vieja, se sumó a los 19 debutantes de su equipo y luchó cuando tocó y brilló cuando se pudo.
Responsable de cobrar los cinco penales que le sancionaron a Argentina en siete partidos, Messi tan solo falló uno; prueba de que el mayor reto es la ocasión para vencer la estadística menos favorable.
De todo el trasiego de resistencia argentina en Qatar, el momento cumbre, el de no retorno para la existencia propia, llegó para el partido ante Países Bajos.
Van Gaal, el DT rival, calentó la previa. Y Messi, habituado a hablar siempre en la cancha, lo volvió a hacer: gol y asistencia. Pero luego de su anotación, el festejo fue el de la venganza argentina del Topo Gigio, el gesto inspirado en el ratón animado de la televisión italiana que Juan Román Riquelme impuso en Boca Juniors y luego le dedicó al entrenador neerlandés tras su desplante en el Barcelona, pidiéndole que hablara más duro, que no lo escuchaba.
Luego, un “¿Qué mirás, bobo?” a Wout Weghorst, neerlandés con el que había tenido un encontrón, cerró la jornada de orgullo del héroe que llegó a suelo árabe para demostrar que la cruzada no era solo suya.
Con la confianza que dejó la semifinal ante Croacia, Messi lideró la orquesta de Argentina en el partido ante Francia.
En medio del mejor primer tiempo del equipo, marcó el tanto que abrió la final. Lo que vino después fue fútbol puro y sufrimiento auténticamente argentino.
Gol de Di María. Mbappé marca dos tantos y los lleva al tiempo extra. Messi anota en la prórroga, pero Mbappé empata a falta de dos minutos.
Tanda de penales. Un Messi que con la misma gallardía para hablar va y cobra el primero de los suyos, y un ‘Dibu’ Martínez que se agiganta.
Luego, la imagen que soñaba todo el planeta: Messi besando la Copa del Mundo.
En ese instante en el que Messi tocó el trofeo, se difuminaron todas las críticas que la prensa francesa le había hecho durante todo el año por su rendimiento en el PSG.
También se escapó el recuerdo de que esta había sido la primera temporada en la que no apareció nominado al Balón de Oro en los últimos 17 años.
Los escasos segundos en el paraíso sobrepasaron los meses en tierra, y Messi se volvió eterno.
Para completar la aventura, el ‘10′ sobrevivió al impacto del mundo.
En Buenos Aires, entre avalanchas humanas, fue rescatado por un helicóptero. En Rosario, su ciudad natal, por poco y no entra a su casa.
El éxtasis respondía al regreso del héroe con el elixir, a la última etapa de su camino, pero no el final, pues Campbell decía que “el héroe es el campeón de las cosas que son, no de las que han sido, porque el héroe es”. Y Messi es.