Me habría gustado mucho que Palmares hubiera seguido vivo en su lucha por subir a la Primera División, sin embargo, el sueño fue enfriado por Jicaral este lunes en el Palmareño Solís, con el empate a uno.
Y no se resientan los seguidores de equipo porteño, ni tampoco el técnico Jeaustin Campos.
El motivo de mi preferencia por el equipo de este cantón alajuelenese obedece a los Parrilleros Palmareños, la educada barra que recibe a sus rivales con gallitos gratis de carne, chorizo y salchichón.
Lejos de ser un grupo confrontativo son unos vecinos convertidos en anfitriones puras tejas, nada que ver con las decepcionantes y aterradoras barras como La Ultra, La Doce y La Garra.
Los mismos parrilleros son los que ponen la plata y el tiempo para la cocinada, ni siquiera reciben el apoyo del equipo palmareño, como sí sucede con los pachucos apoyados las directivas de Saprissa, La Liga y el Herediano.
Incluso, de una vez advierto al luchador pueblo de Jicaral y a las autoridades tanto del fútbol como de la Fuerza Pública, el riesgo que corre esta comunidad en caso de que su equipo ascienda a la primera división.
Si Jicaral elimina a la Asociación Deportiva Guanacasteca y logra subir ojalá los de la península se lleven los partidos contra Saprissa, La Liga y Heredia para otro lugar, como podría ser el estadio Lito Pérez, de Puntarenas.
El motivo es muy sencillo, un pueblo tan honesto y trabajador como Jicaral, donde las casas no están amuralladas ni tienen verjas, se convertirían en un blanco fácil de las barras mencionadas. Las familias de Jicaral estarían seriamente amenazadas aunque la UNAFUT no considerara de alto riesgo los partidos del recién ascendido contra morados, manudos y florenses.