Envío, al igual que todos los fiebres del fútbol, mis mejores vibras a la Sele que viajó este lunes hacia el decisivo juego del 14 de junio en Doha, capital de Catar. Todo el país estará pendiente y cruzando los dedos para que agarremos, contra Nueva Zelanda, el último boleto al Mundial.
Sin embargo, por el bien de Costa Rica, por el bien del futuro del fútbol nacional, por todo lo que significa este apasionante deporte para los ticos en la parte emocional y como vía de reactivación económica, este repechaje no debe desviar las miradas de aficionados, dirigentes, presidentes de clubes e incluso de las distintas autoridades del broncón que nos carcome.
Ojalá este partido no nos desconcentre sobre lo que está ocurriendo en las entrañas del fútbol tico, que por estar viendo hacia allá nos desenfoquemos de lo que está pasando acá, porque si al asunto no se le entra con los tacos de frente, no se le saca tarjeta roja, podríamos pagar una altísima factura.
El escándalo a raíz de las serias y profundas denuncias hechas por el periódico La Nación sobre la peligrosa hermandad entre varios clubes de primera división no debe durar tres días, como siempre ocurre.
La madeja se empezó a desenredear (¿o enredar más?) cuando La Nación empezó a jalar el hilo de Pablo Campos Araya, el amigo de Jafet Soto, gerente general del Team, a quien los estados de cuenta bancarios de la Asociación Deportiva Guanacasteca mencionan en retiros y depósitos.
Campos Araya ha sido relacionado con cuatro equipos o sus dirigentes. Grecia, Guadalupe F.C, Herediano y la Asociación Deportiva Guanacasteca (ADG) han tenido o tienen que ver con él. Ni todos los mensajeros juntos de Correos de Costa Rica le hacen los mandados a Pablito.